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Reportaje:

La última caída de Romanowski

El defensa de los Raiders del fútbol americano y tres compañeros, en la lista negra de la THG

Carlos Arribas

Hace cuatro años, Julie, la esposa de Bill Romanowski, confesó a las autoridades de Colorado (Estados Unidos) que su marido, uno de los defensas más aguerridos y agresivos de la Liga de Fútbol Americano (NFL), se procuró unas dosis de hormona del crecimiento en el laboratorio Balco y se las inyectó en una rodilla. Lo contaba el domingo el San Francisco Chronicle. Veinticuatro horas después, en su edición de ayer, el diario californiano, y toda la prensa, la radio y la televisión estadounidenses, informaban a una sociedad que no se sorprendió en lo más mínimo de que Romanowski y tres de sus compañeros en los Raiders de Oakland han pasado a engrosar la lista de deportistas positivos por tetrahidrogestrinona (THG), el anabolizante de diseño cuya existencia se descubrió hace tan sólo un par de meses. Pueden ser sancionados con cuatro partidos de suspensión, aunque no se cree que tengan tiempo esta temporada para cumplirlos: a la primera fase de la Liga le quedan seis partidos, su equipo no va a clasificarse para las eliminatorias siguientes y el procedimiento legal se adivina largo.

El positivo de los cuatro jugadores de los Raiders, el conjunto que perdió la pasada Super Bowl ante el Tampa Bay, así como el de seis atletas -entre ellos la norteamericana Regina Jacobs y el británico Dwain Chambers-, se detectó con efectos retroactivos. En un primer análisis, hace semanas, cuando aún el laboratorio antidopaje de UCLA no había dado con la estructura molecular de la THG, sus orinas no mostraron ningún rastro de sustancias prohibidas. No así en una segunda pasada, cuando el laboratorio, siguiendo órdenes de la NFL, volvió a analizar las muestras, guardadas y congeladas.

A Romanowski, de 37 años, se le esperaba en la lista. Era un jugador predestinado desde hace 15 años, desde que dejó el Boston College y entró en la NFL por la puerta grande, en el San Francisco de Joe Montana y Jerry Rice que se impuso en dos Superbowls consecutivas. Ya era duro, el terror de los delanteros, ante quienes utilizaba sin compasión su placaje patentado con la cabeza por delante, bestia, malvado, fanático y agresivo, amante del insulto y de la declaración fuerte. Y de lágrima fácil a la hora de disculparse. Ya entonces cantaba las alabanzas de anabolizantes, estimulantes, hormona de crecimiento y otros suplementos. "Sin ellos", decía, "un blanco no puede competir con los negros en un deporte de negros".

Fue más tarde, a finales del siglo pasado -en su época con el Denver Broncos y otras dos Superbowls sucesivas-, cuando los caminos de Romanowski, que ya empezaba a destacar porque nunca se perdía un partido por lesión -llevó su serie a 243 seguidos y sólo un par de conmociones cerebrales recientes le han metido en la relación de lesionados-, y Víctor Conte se cruzaron.

Conte es el dueño y fundador de Balco, el laboratorio de San Francisco del que, según todas las organizaciones antidopaje, ha emanado hacia el mundo la THG. A Conte le llegó en 1996 Romanowski acompañado de otro hombre salpicado por el asunto THG, el entrenador ucraniano Remi Korchemny -el técnico de Chambers y la estadounidense Kelli White- en busca de consejo y un análisis de sangre. Conte descubrió que estaba bajo de cobre, lo que interpretó como un indicador de que era consumidor de anabolizantes, y también bajo en zinc y magnesio, los minerales fundamentales en la producción de testosterona. Los tres, Conte, Romanowski y Korchemny, sintonizaron tan bien que poco después el ucraniano llevó a Balco a todo su equipo de atletismo -terminó asociándose con Conte en el club ZMA- y Romanowski hizo volar la palabra y no sólo convenció a todos los miembros de los Broncos para pasar por el laboratorio de San Francisco, sino también al Miami Dolphins. Los Broncos ganaron la Superbowl y Romanowski se sintió un dios más aún.

"Pero tampoco es para tanto", decía por entonces; "yo soy simplemente un gurú de los suplementos dietéticos". Lo decía, y enseñaba su bolsa mágica, el bulto del que nunca se separaba. Lo abría y desplegaba decenas de cajoncitos repletos de cápsulas y píldoras de todos los colores. Y confesaba que tomaba docenas de ellas diariamente. También vendía anfetaminas entre sus compañeros. Las conseguía su mujer presentando en las farmacias recetas a nombre de sus amigas. Fue juzgado por ello en 1998, pero resultó absuelto porque el juez quitó valor a las pruebas presentadas por la policía al no haber sido conseguidas de forma legal. Tras oír la sentencia absolutoria, Romanowski dio las gracias al juez y explicó que quería ser un modelo de comportamiento y que era feliz de tener una nueva oportunidad.

Hace mes y medio, el excesivo Romanowski volvió a ser noticia. Un compañero de equipo, Marcus Wiliams, le denunció ante un juzgado por agresión. Fue durante el entrenamiento de pretemporada del 24 de agosto. Romanowski le arrancó el casco de la cabeza y le dio un puñetazo que le rompió un hueso. Williams no ha vuelto a jugar. Romanowski ha vuelto a disculparse.

Romanowski, en agosto pasado, en una conferencia de prensa tras su agresión a Marcus Williams.
Romanowski, en agosto pasado, en una conferencia de prensa tras su agresión a Marcus Williams.AP

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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