Asombroso Shaham
Gil Shaham parece el hijo ideal, el yerno que toda suegra querría, el hermano perfecto, el hombre feliz. Irradia calma y la transmite desde el primer momento, metido en un chaqué que se adivina obligación mal llevada. Su acompañante, el pianista japonés Akira Eguchi, desmiente su nombre de personaje de cómic manga con idéntica sonrisa a la de su colega americano. Verles avanzar por el escenario y adivinar el disfrute que se avecina es todo uno. La fiesta está asegurada con esta pareja perfectamente avenida.
Gil Shaham
Gil Shaham, violín. Akira Eguchi, piano. Obras de Beethoven, Bach y Fauré. Auditorio Nacional. Madrid, 14 de noviembre.
Claro que para llevar a término semejante tarea hace falta un pianista como Dios manda. Y Akira Eguchi lo es. Cuidadoso, atento, discreto pero de una laboriosidad perfectamente perceptible, sabe volar con el violinista hasta esas alturas en las que la música de cámara se revela como una complicidad entre talentos. Demostró la importancia del piano en Beethoven y en la Sonata, de Fauré, otorgó a su papel toda la calidez que pide el subrayado de tanto enamoramiento desde el arranque al solo del allegro molto. No en vano él y Shaham proceden de la misma escuela, esa fábrica de grandes músicos que es la Juilliard School neoyorquina, allí donde Dorothy Delay se esforzaba porque los violinistas en agraz que se le confiaban no se parecieran entre sí como las gotas de agua. Algo le toca, pues, de que Shaham no haya más que uno. Ante el entusiasmo de la audiencia, regalaron la Ukelele Serenade, de Aaron Copland. Qué maravilla.