La crisis económica y la falta de reformas políticas alejan a los serbios de las urnas
Seis candidatos compiten mañana en las elecciones presidenciales
Decía Winston Churchill que los balcánicos generaban más historia de la que eran capaces de asimilar. Los serbios le han vuelto a dar la razón y acuden mañana a las urnas, por tercera vez en poco más de un año, para elegir un nuevo presidente. Las dos consultas anteriores fueron invalidadas porque la ley electoral obliga a que participe más de la mitad del censo. Pese a los esfuerzos de los seis candidatos en liza, la grave crisis económica y la lentitud en las reformas democráticas pueden frustrar de nuevo la convocatoria.
Con unos sueldos medios que apenas rebasan los 200 euros al mes y tras una década de guerras y de embargo, la mayoría de la sociedad serbia está agotada y al límite de su resistencia. En Belgrado se aprecia que mientras una exigua minoría se ha enriquecido al socaire del contrabando de armas, el tráfico de drogas y la economía sumergida, el resto de los cerca de ocho millones de serbios malvive del pluriempleo y de la ayuda extranjera. El centro de la que fuera cosmopolita capital de la antigua Yugoslavia sólo muestra hoy dos tipos de tiendas: las de marcas exclusivas occidentales, al alcance de muy pocos, o los comercios que recuerdan la austeridad de los años del comunismo. Todo un retrato social. "La clase media ya no existe en Serbia, porque no conviene olvidar que cientos de miles de profesionales urbanos abandonaron el país durante la década de los noventa", comenta el sociólogo Milo Petrovic, que en la actualidad trabaja como consultor para una fundación cultural suiza.
Junto al proceso de ruina económica, la parálisis institucional y la atomización de los partidos, interesados sólo en mantener sus cuotas de poder, contribuyen a la apatía de los serbios a la hora de votar. Aunque la catarsis que provocó en marzo el asesinato del reformista primer ministro Zoran Djindjic hizo pensar en un impulso a la democratización del Estado, las esperanzas se desvanecieron pronto. Cuatro años y medio después de los bombardeos de la OTAN, tres años después del derrocamiento de Slobodan Milosevic y dos años y medio desde el traslado del ex dictador al Tribunal de La Haya, la Unión de Serbia y de Montenegro, su nombre actual, se halla en un aparente callejón sin salida. Entretanto, las distintas mafias económicas controlan un poder político -que no ha depurado parte del entramado de Milosevic- y llegó a permitirse asesinar a un primer ministro que se había vuelto demasiado autónomo.
"La unión de las fuerzas de la oposición a Milosevic se agrupó en un conglomerado de 18 partidos, que sirvió para derrotar al antiguo régimen, pero esa coalición se ha revelado incapaz de gobernar el país", señala un diplomático occidental con varios años de misión en los Balcanes. "No resulta por tanto nada extraño", agrega, "que una mayoría de los serbios dé la espalda a la hora de elegir un presidente que tiene un papel de arbitraje, pero no ejecutivo. Por ello, las elecciones realmente importantes serán las parlamentarias que se convocaron el pasado jueves para el 28 de diciembre y que deben aclarar el panorama político de sopa de siglas y consolidar a tres o cuatro grandes partidos".
Mientras llega esa cita, seis candidatos presidenciales se afanan por romper la apatía y llevar a los serbios mañana a las urnas. Únicamente dos cuentan con posibilidades reales: el actual presidente del Parlamento federal de Serbia y Montenegro, el profesor universitario Dragoljub Micunovic, de 73 años, con un pasado democrático de oposición a Milosevic; y el ultranacionalista Tomislav Nikolic, de 51 años, colega de partido de Vojislav Seselj, aliado de Milosevic en la década ominosa de los noventa y hoy a la espera de juicio en La Haya. Pero sus esfuerzos serán en vano si más del 50% del censo de seis millones y medio de votantes no acude a las urnas. Si fracasa esta tercera tentativa la rueda histórica serbia volverá a comenzar.
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