Fuese y no hubo nada
Está bien que la Sinfónica de Madrid salga de vez en cuando del foso del Real, se oree un poco y muestre sus progresos, más aún cuando tiene ya como titular a una personalidad tan rigurosa como la de Jesús López Cobos. El Concierto de Santa Cecilia forma parte ya de su tradición y es cita anual con los aficionados, aunque éstos no respondieran con el lleno a que semejante festividad debiera convocar. ¿Quizá por salir del teatro, que es su casa, y que tiene un gancho especial para el público? Mi compañera de localidad llegó tarde porque se había ido a la plaza de Oriente, la costumbre, ya se sabe, y se lamentaba de que anduvieran mareando con esas cosas. Será cuestión de pensarlo.
Concierto de Santa Cecilia
Orquesta Sinfónica de Madrid. Director: Peter Schneider. Ara Malikian, violín. Obras de Wagner, Mozart y Brahms. Auditorio Nacional. Madrid, 12 de noviembre.
El programa era atractivo y de cierta responsabilidad, pues en el gran repertorio es donde surgen las comparaciones y todo el mundo tiene su versión ideal. Se cambió el Primer concierto para violín de Prokófiev por el Quinto de Mozart -todavía hay aficionados que celebran estas vueltas a la normalidad-, y al anunciado Rafael Khismatulin le sustituyó el otro concertino de la orquesta, el libanés Ara Malikian, un excelente músico -ahí está su reciente grabación de los Caprichos de Paganini para demostrarlo-, de sonido no muy grande pero técnica sobrada y que, en estilo, solventó la papeleta con plena soltura. No le afligió el cometido asumido a última hora y aún tuvo arrestos para recuperar su lugar en la orquesta en la segunda parte.
Rumbo fijo
Dirigía el concierto el vienés Peter Schneider, el responsable musical del Anillo madrileño que verá su cierre esta temporada. Su acompañamiento a Malikian no lució especiales delicadezas ni el resto de la sesión, sólidamente armada, tampoco. Y es que Schneider es uno de esos maestros que igual dirigen una orquesta que mueven un trasatlántico, con idéntico sentido del rumbo fijo y dando la misma sensación de seguridad a un trompa que a un turista. Con él se llega siempre a puerto aunque prefiera enseñar la sala de máquinas antes que sugerir al pasaje que se asome a ver la puesta de sol.
Y el caso es que la Sinfónica está en buena forma, su cuerda lució redondez y sus maderas -con ese magnífico fichaje que es el clarinete Vicente Alberola, uno de esos músicos que destaca siempre y que da solidez y empaque a su sección- trabajaron con especial afán. Por eso es una pena que el resultado sólo se notara en lo seguro de la sonoridad, en el empaste bien conseguido, en el correcto engarce de las notas. Seguramente es cómodo trabajar con conductores como Schneider, pero aportan poco a la mejora de una orquesta que luce posibilidades evidentes.
A más de uno se nos apareció la sombra del director honorífico de la formación madrileña, Kurt Sanderling, y de cómo hace -hacía, más bien- el anciano maestro la sinfonía brahmsiana. Cómo han de sucederse los temas de su primer movimiento, qué dosis de poesía hay que aplicar en los intermedios y cómo se debe preparar la coda del cuarto. Todo llegó sin sobresalto alguno, sin emoción. Muy profesional, sí, pero fuese y no hubo nada.
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