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Columna
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Ojos que ven

"La vergüenza es un sentimiento revolucionario". Con esta cita de Karl Marx encabezó el poeta leonés Antonio Gamoneda el poema titulado Malos recuerdos (Edad. Edic. Cátedra). En ese poema, de índole gráfica, la vergüenza será impulsora, aun inútil, de una cierta salvación a través de la conciencia, moral, del mal infligido a dos inocentes: una perra latigada por aquellos a quienes ama y la madre de un soldado a quien se sustrae una carta para su hijo. El lunes pasado se presentó en el Centro Cultural Círculo de Lectores El libro de los desórdenes, una selección de 160 viñetas publicadas en EL PAÍS, entre 2000 y 2002, por El Roto, que considera la sátira una faceta del periodismo. Ya en el diálogo del autor con Felipe Hernández Cava que precedía El pabellón de azogue (Círculo de Lectores, 2001), Andrés Rábago (El Roto) se refería al dibujante satírico como un "agente moral" de la sociedad, cuya función de representación de la conciencia colectiva es relevante. Hernández Cava, artífice a su vez de la selección actual, señaló a El Roto como un creador imprescindible de imágenes alternativas que compensen el lenguaje imperante: súbdito de un sistema injusto, culpable de escandaloso revisionismo. Esa manipulación que suplanta la verdad por el doble pensamiento del poder (por ejemplo, hacer la guerra para conseguir la paz) es contestada por El Roto, según el prólogo al libro del filósofo José Luis Pardo, precisamente desde una vergüenza que es la que "salva a quienes parecen no tener salvación (o sea, a nosotros mismos), la que abre, en mitad de la sordidez sin alternativas de esas figuras torpes, patéticas y a menudo ridículas, una brecha de resistencia moral". La vergüenza de Marx y Gamoneda.

Coincidieron allí tres dibujantes satíricos: El Roto, Quino y Miguel Brieva. Empeñados, desde casi tres generaciones distintas, en expresar la conciencia de su época, hicieron del lugar un privilegiado espacio de mirada crítica. La de Quino es físicamente reveladora: desde detrás de una timidez casi material y de unos cristales de marcada bifocalidad, que confieren a sus grandes gafas la apariencia de una cuadrícula que preparara el plano para ser dibujado, el foco estrábico de sus ojos, que no era fácil distinguir hacia dónde miraban, parecía abrirse al fin con la amplitud de campo de un gran angular: el mismo con el que sus personajes se abren a un mundo, sin embargo, estrecho. La mirada física de El Roto tiene reminiscencias místicas: es enjuta y liviana y parece elevarse como la de un santo (aunque la cita de Primo Levi que encabeza el libro acuse precisamente de que "es ingenuo, absurdo e históricamente falso creer que un sistema infernal convierte a sus víctimas en santos"). Los ojos pausados de El Roto parecen haberse detenido en la lucidez ante lo terrible que, sin embargo, se plasma a diario en lo que Pardo define como sus "goyescas viñetas negras" y que remiten a la reflexión de Susan Sontag (Ante el dolor de los demás. Alfaguara, 2003) sobre Los desastres de la guerra: "Con Goya entra en el arte un nuevo criterio de respuesta ante el sufrimiento".

En este ensayo debordiano sobre las representaciones de la "sociedad del espectáculo", que despojan a la realidad de su capacidad de horrorizarnos, Sontag cuestiona finalmente las condiciones no "reverentes" en las que nos llegan las imágenes, aun las más duras: al colgar, por ejemplo, fotografías de la guerra en las paredes de un museo se vuelven mera "distracción" insolidaria. Esta apreciación me lleva hasta la última mirada de la otra tarde, la de Miguel Brieva (los ojos tristes, como cansados de tanta vergüenza), en uno de cuyos dibujos de su fanzine Dinero se ve a un mendigo durmiendo, tirado sobre una alcantarilla. Hay un diálogo en el que un supuesto observador dice: "Si los pobres mendigos supieran el gran resultado estético que proporcionan sus desventurados cuerpos y su aspecto miserable al campo de la fotografía artística, la de galerías y salones burgueses que se decoran con retratos de ellos". A lo que otro responde: "¡Calla, calla! Más bajito, no se vayan a enterar y les dé por cobrarnos derechos de imagen". Como el mendigo de Brieva, y aunque puedan visitarse en la exposición del Círculo de Lectores hasta el próximo 11 de enero, los desventurados personajes de El Roto son producto de la revolucionaria vergüenza del artista, de la necesaria resistencia moral que supone la sátira periodística.

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