Hacia la cumbre
Cada vez que se escucha Iberia se hace más evidente su carácter de obra única, de cumbre monumental de la música para piano de cualquier tiempo y lugar. Tocar Iberia es como ascender 12 himalayas en hora y media. Las dificultades son continuas. Pocas músicas exigen en cantidades tan parejas pericia técnica y entrega anímica, y si falla cualquiera de las dos la otra se resiente siempre y el resultado aparece incompleto. Por eso, atreverse es ya un mérito, y no pequeño. Rosa Torres-Pardo se ha atrevido desde una mayor preocupación por la mecánica que por la expresividad. En general, su Iberia es demasiado unívoca, es más un cúmulo de dificultades a resolver que de esas bellezas continuas, fragmentarias, cuya adecuada unión deja una sensación final de obra maestra absoluta. Hay en la pianista más tensión que intensidad, y el resultado se resiente de una falta de equilibrio entre la prosodia y su significado que hace que el concepto general no aparezca cumplido todavía. Está en el camino y hay que esperar que el futuro vaya puliendo aristas.
VIII Ciclo Grandes Intérpretes
Rosa Torres-Pardo, piano. Albéniz: Iberia. Auditorio Nacional. Madrid, 11 de noviembre.
Hubo buenos momentos. Así, el cuidado por el fraseo en El puerto, la elegancia jonda con la que inició Rondeña, los contrastes bien marcados en una buena Almería, la progresión dinámica en Eritaña y la realización general de Triana y Jerez fueron lo mejor de la sesión. Por el contrario, Corpus Christi en Sevilla sufrió de emborronamientos en sus clímax, El Albaicín quedó demasiado plano, El Polo resultó duro y su final poco sutil. El conjunto adoleció de falta de relieve y, sobre todo, de ausencia de emoción. Debiera Torres-Pardo airear más su Iberia, descargarla de densidad, soltarse las amarras de tantas notas escritas y reconocerse en la gracia y la hondura que atesora. Pundonor y maneras le sobran.
Babelia
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