Natalidad a bordo de naves espaciales
NAVES PROPULSADAS por motores de antimateria, ascensores espaciales, ciudades volantes... La ciencia ficción ha sido especialmente prolífica e imaginativa en posibles métodos de colonización y exploración espacial. Es el caso, por ejemplo, del ascensor espacial, cuya viabilidad parece haber ganado enteros tras el descubrimiento de los nanotubos de carbono en 1991. Para muchos lectores, puede parecer sorprendente que 60 científicos de reconocido prestigio se reunieran en septiembre de 2003 para analizar la viabilidad del ascensor espacial en un simposio que se celebró en el Los Álamos National Laboratory, en Nuevo México (EE UU).
Hacia 1940, cuando la teoría de la relatividad espacial y la escala de distancias interestelares empezaron a permear en los escritores de ciencia ficción, se hizo evidente que para alcanzar distantes planetas en órbita alrededor de otras estrellas hacían falta buenas dosis de ingenio... y de ingeniería.
Dado que el ser humano raramente rebasa los 100 años de edad, un viaje a otros sistemas planetarios que requiriera varios siglos sólo sería posible construyendo una bioesfera volante, un mundo autosuficiente habitado por cierta cantidad de humanos que sólo en el curso de generaciones alcanzarían su destino inicial. Pese a que la autoría literaria recae en Universe y Common Sense de R. A. Heinlein, publicadas en 1941, suele citarse La nave estelar (Nonstop, 1958), de Brian Aldiss, y Spacebred Generations (1953), de Clifford D. Simak, como las obras maestras del tema.
Como ocurriera con el ascensor espacial, también el concepto de nave generacional fue motivo de un congreso en Boston en 2002, bajo el sugerente título de Interstellar Travel and Multi-Generation Space Ships. Las actas de congreso constituyen una pequeña joya que condensa en 100 páginas una perspectiva multicolor y variopinta de la exploración del espacio. El texto recoge, a título póstumo, sendos ensayos de Charles Sheffield y Robert L. Forward, dos visionarios que compaginaron con éxito sus innovadoras ideas científicas en el terreno profesional con una exitosa carrera como escritores de ciencia ficción. El azar quiso también que compartieran una trágica enfermedad que puso fin a sus vidas, con pocos meses de diferencia, en 2002.
Las actas de Boston amalgaman recorridos por el universo de la ciencia ficción, a la búsqueda de imaginativas y pioneras ideas sobre el viaje interestelar, con un inusual cóctel de perspectivas, que abarca desde la visión puramente tecnológica de la exploración espacial a aspectos sociológicos, genéticos o lingüísticos. John H. Moore, catedrático de antropología de la Universidad de Florida analiza los aspectos demográficos asociados a un viaje estelar multigeneracional de varios siglos de duración.
El estudio de Moore centra el éxito de la misión entorno a una organización basada en la familia. La idea fue anticipada por Robert Heinlein en Ciudadano de la Galaxia (1957), en la que la tripulación de la nave espacial Sisu, dedicada al libre comercio galáctico, se organiza por sexo y edades, en torno a familias y clanes: a cada grupo le corresponde un conjunto de deberes y obligaciones; los individuos avanzan en esa estructura jerárquica conforme envejecen.
De los estudios demográficos de Moore se deduce que para mantener un número estable de humanos a bordo (dada la limitación de espacio) basta con reclutar una tripulación compuesta por una cifra entre 75 y 90 adultos jóvenes, en idéntica proporción de sexos, instruidos para engendrar hijos en las etapas finales de fertilidad de la mujer. Idea que persigue reducir la tasa de natalidad a bordo y preservar así la diversidad genética.
Los modelos demográficos usados por el autor muestran que este esquema produciría escalones de población, grupos de personas separadas por varias decenas de años, cuya pirámide podría mantenerse más o menos estable durante más de 2000 años. Así, el cuadro imaginado por Heinlein, con su nave Sisu integrada por 80 tripulantes, podría ser biológicamente sostenible por siglos.
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