Todos los santos
DOMINGO 2 DE NOVIEMBRE, doce de la mañana, hora del ángelus. Moratalaz, ese barrio de plebeyos, vive a esta hora su animación máxima. A los plebeyos, de siempre, les ha gustado el vermú, así que el pueblo soberano se tira a los bares y se echa unas parrafadas. Pero este domingo no es un domingo cualquiera, y se nota, qué caramba, porque la gente no espera a llegar al bar para comentar las últimas noticias, la gente aborda a los vecinos en la esquina. Entre todos ellos nos llama la atención un hombre de gran esqueleto, energía desbordante y gran nariz, que camina rápido apoyado en un bastón. Sorprende la determinación con la que anda porque, si bien sus vecinos pasean al buen solete del domingo, nuestro hombre parece que va a apagar un fuego. Ese hombre es mi padre. Adónde va. A reunirse con sus colegas del gabinete de crisis, llamado así desde que el 11 de septiembre de 2001 Aznar hizo lo propio en La Moncloa. El gabinete de crisis moratalaceño se reúne en el bar Azul y Oro (ese templo de la cultura) a eso de la una de la tarde; pero este domingo, con la que está cayendo, los miembros del gabinete deciden hacerlo antes. No hace falta que se llamen para adelantar la cita: los miembros del gabinete se mueven por telepatía y por amor a España. Mi padre va todo lo deprisa que le permite el bastón, y aunque no quiere entretenerse, una conocida de toda la vida le saluda y le dice: "Si ya veía yo desde hace tiempo esos cochazos brindados, venga a subir, venga a bajar de Valdebernardo, que yo me decía a mí misma: ¿dónde irá tanto coche brindado? Asimismo me lo decía yo a mí misma". Pero mi padre no tiene tiempo para darle cuartelillo. Le dice: "Adiós, señora mía", y la deja con la palabra en la boca. Cuando mi padre llega a la sede, ya está el gabinete de crisis en pleno. Son varios los asuntos que se abordan. Para empezar, la intención de escribir a los medios para puntualizar: en primer lugar, que dado que Valdebernardo es el barrio donde se han ido a vivir muchos hijos de los pioneros de Moratalaz, es justo que se le considere Moratalaz propiamente dicho. Se siente por Vicálvaro. Más cosas: que parece poco más o menos que Letizia salía del arroyo porque vivía en Moratalaz, pero hay que decir que los pisos en Moratalaz valen un huevo de la cara. Más: que el pueblo moratalaceño se niega a que le llamen plebeyo, eso lo dejamos para los que creen en la sangre azul; pero en Moratalaz no se cree en la sangre azul, con lo cual, de plebeyos nada. Después de debatir a fondo estos temazos, el gabinete brinda, según informaciones de mi padre, veinte veces por la futura. Y con la sana alegría que proporciona el alcohol, a mi padre se le ocurren dos cosas: primera, que dado que la elegida era periodista, divorciada y de Moratalaz, su hija (yo) daba el perfil absolutamente, pero claro, dice mi padre, se la llevó otro, y tampoco mi hija estaba (está) para hacer ascos; segunda, que podría darse el caso de que siendo yo (dice mi padre) un viudo de muy buen ver y yendo como voy al ambulatorio de la madre de nuestra futura reina, dicha señora y yo podríamos entablar formales relaciones y de pronto me convertiría en suegrastro del príncipe Felipe. Cosas más raras se han visto. El gabinete de crisis brindó de nuevo por semejante posibilidad y mi padre desde entonces acaricia esa idea y vive con su ilusión.
Y todo esto yo lo sé porque ese mismo día me llamó y me lo contó henchido de felicidad por haber casado bien a una hija de Moratalaz, y porque el barrio, dice, se revaloriza, aunque también me expresó la preocupación, que tal vez ustedes consideren mezquina, de que ahora le pongan a Letizia la placa que a mí se me está negando sistemáticamente. Y eso le duele a un padre. Es natural. Y a mí también, a qué negarlo. Yo no soy monárquica, pero soy humana, y eso de que el Príncipe, para llegar hasta Valdebernardo (prolongación de Moratalaz), haya tenido que ver desde su coche brindado mis lugares míticos, el supermercado Udeco, el parque Z, la librería de Ángel Méndez, la Lonja, el Chipén, el Champion, el camino de los Vinateros... para llegar hasta su amada, hace que se me erice el vello. La noticia me alegró el fin de semana, porque yo me definiría como una tía supersensible y el día de Todos los Santos (incluido el mío) siempre me pongo muy triste. Porque cierran todas las tiendas. Mi santo me dijo que ya que estaban cerradas, que por qué no nos íbamos al campo, y me metió en el coche (supersecuestrada) y al campo me llevó, como el lobo hizo con Caperucita. Y si no llega a ser por el empacho de tele que me metí con lo de Letizia, ya te digo, me hubiera autosuicidado. Porque el campo, se mire por donde se mire, es un sitio tristísimo. No me quiero imaginar cómo sería el campo antes de que existiera la tele. Fíjate lo desesperada que estaría que me tragué un documental de TVE sobre la vida del Príncipe. Y me dio mucha pena de esas personas, porque son personas que, vayan al sitio que vayan del mundo, les reciben en los aeropuertos con bailes regionales. Y eso debe de ser horrible. Por eso, a lo mejor les parece que me estoy tirando el moco, pero si a mí el Príncipe me pide la mano (y yo daba el perfil), yo le digo que no. Se ponga como se ponga. Ya lo dice mi santo: la palabra raspa se inventó para mí.
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