¿Son los votantes de izquierdas más exquisitos que los de derechas?
En estos últimos meses, a raíz del escándalo de la Asamblea de Madrid y de las revelaciones que propició sobre el funcionamiento interno de los partidos, no se han dejado de escuchar voces críticas con el equipo dirigente del PSOE. Muchas de ellas procedían de gente cercana a los socialistas, que no podían dejar de expresar su decepción por la falta de reacción ante el grotesco episodio de los tránsfugas, a la vez que se quejaban amargamente de que en la derecha no hiciera ninguna mella la abundante información sobre las conexiones entre el PP y los constructores, ejemplificada sin ninguna duda por un personaje como el secretario general de este partido en Madrid, el señor Romero de Tejada. Mientras que en la izquierda todo el mundo se horrorizaba por el hecho de que el PSOE hubiera llegado a una descomposición interna como la que ha hecho posible que los que terminaran siendo tránsfugas figuraran inicialmente en las listas, en la derecha nadie quería dar importancia alguna a los tejemanejes entre el partido y los constructores.
En este sentido, se ha escuchado una y otra vez entre ciertos comentaristas políticos que los votantes de izquierdas son más exigentes, o más críticos, con sus partidos; que los votantes de izquierdas tienen unos ideales más altos y que no están dispuestos a votar al PSOE si el equipo dirigente no responde a tan altas expectativas. Los de derechas, en cambio, sólo están interesados en el mantenimiento del poder y, para conservar sus privilegios, no les importa votar ciegamente al PP o incluso entusiasmarse con políticos de la talla de Esperanza Aguirre.
Curiosamente, este diagnóstico lo comparten algunos dirigentes del propio PSOE. Simancas ha reprochado a algunas personas que se consideran de izquierdas su actitud excesivamente crítica, alegando que el fondo es más importante que la forma, o lo que es igual, que si de verdad se quiere desplazar a la derecha no valen actitudes puristas o estéticas que reclaman dimisiones cada dos por tres. Algunos cargos del PSOE han transmitido una queja por la severidad con la que les juzgan sus seguidores, incapaces de comprender las terribles servidumbres inherentes a la vida de los partidos.
¿Hay algo de verdad en todo esto? ¿Realmente los votantes de izquierdas están hechos de una fibra moral distinta de la de los votantes de derechas? ¿Son más idealistas o más puros los votantes de izquierda?
Por lo pronto, conviene recordar que no hace tanto la impresión parecía ser la contraria. En la época de los escándalos, entre 1990 y 1996, una de las armas dialécticas más utilizadas por los políticos y periodistas reaccionarios contra el PSOE consistía en atacar directamente a sus votantes, acusándolos de "vendidos", "cautivos" y hasta "analfabetos" por no castigar electoralmente al partido tanto como ellos exigían desde sus tribunas. La desesperación ante la extrema resistencia del PSOE llevó a plantear el dilema entre el PSOE y el PP como una elección entre la España atrasada y clientelista y la España moderna y libre.
Ahora bien, de forma misteriosa, todos esos votantes insensibles que sostenían al PSOE se transformaron en electores hipercríticos con el partido socialista tras su salida del poder, hasta el punto de que el partido se hundió calamitosamente en las elecciones generales de 2000. Desde entonces, con un nuevo equipo dirigente, el partido no ha conseguido disipar reticencias y desconfianzas entre amplias capas del electorado.
No creo que pueda defenderse seriamente que los votantes de izquierdas son más puros que los de derechas, o que tienen un sistema de valores distinto sobre el funcionamiento de las reglas de juego democrático. La corrupción no es de derechas ni de izquierdas y a ningún votante le gusta. Tan absurdo resultaría que el PSOE pretendiese presentar al PP como el partido de la corrupción inmobiliaria como que el PP insistiese en que su partido es incompatible con la corrupción. Y lo mismo para el PSOE.
Con todo, sí puede argumentarse que un partido de izquierdas lo tiene algo más difícil que uno de derechas para ganarse el apoyo de la ciudadanía. La razón de esto no tiene nada que ver con la moralidad o la ideología, sino con las propuestas que cada partido defiende y con la relación entre esas propuestas y sus votantes.
Por una parte, la derecha, en la medida en que sea conservadora, es decir, que quiera conservar el statu quo a fin de mantenerse indefinidamente en el poder, no tiene demasiados problemas para vender su programa. Sobre el PP había dudas profundas, tanto por sus orígenes franquistas como por la sospecha de un programa oculto de desmantelamiento del Estado de bienestar. Cuando los ciudadanos se convencieron, tras la primera legislatura de derechas, de que el PP no era una amenaza tan fuerte, lo votaron masivamente en las elecciones de 2000. Si algo ha aprendido el PP en todos estos años es que la mejor receta para el éxito electoral consiste en dejarlo todo como está, en aplazar indefinidamente las reformas. La única reforma realmente ambiciosa, la educativa, está siendo un absoluto fracaso (basta constatar la valoración ciudadana de la ministra Pilar del Castillo).
La izquierda, casi por definición, se presenta con unos objetivos más arriesgados, pues aspira a cambiar en una dirección igualitaria el statu quo. Entre muchos electores, un programa de transformación siempre despierta incertidumbres y resquemores. Los partidos socialdemócratas han de explicar con total claridad adónde quieren llegar y cómo quieren hacerlo. Si no lo consiguen, muchos de sus potenciales seguidores no darán el paso de votarles.
Por otra parte, no todos los votantes de izquierdas se benefician materialmente de las políticas de izquierda. Los segmentos más favorecidos de las clases medias y profesionales probablemente saldrán perdiendo en términos personales con un Gobierno de izquierdas, pues tendrán que sufragar programas de gasto que beneficien sobre todo a las clases más desfavorecidas. Sin embargo, la ideología, es decir, en este caso el compromiso con ciertos valores de igualdad, puede llevar a estos grupos a votar a la izquierda si están convencidos de que el partido, una vez que llegue al poder, realmente va a emplear esos recursos de forma adecuada y en la dirección correcta.
Entre ciertos grupos sociales hay un elemento ideológico o solidario en su voto de izquierdas. Sin la complicidad de esos grupos es muy difícil que en una sociedad moderna un partido de izquierdas consiga una mayoría. Resulta completamente lógico que esas personas exijan unas fuertes garantías antes de votar a un partido socialdemócrata. Tienen que estar profundamente convencidas de que la elección vale la pena, de que el partido está preparado para llevar a cabo su programa. Y para eso falta que haya un programa bien definido, y un equipo que transmita confianza.
No es que los votantes de izquierda sean más exigentes por principio o por constitución moral. Pero tampoco es cierto que la resistencia de ciertas clases medias sea fruto de un purismo o un esteticismo exagerados. Simplemente, un partido que aspira a cambiar las cosas para aumentar la igualdad necesita hacer un esfuerzo extra, tanto en la selección de sus cuadros como en la definición del programa, para conseguir que una mayoría de la sociedad se convenza de que la aventura vale la pena. En ésas está el PSOE, y todavía le queda un poco para ganarse tal confianza. Si fuera un partido conservador de derechas, lo tendría más fácil. Ése es el coste añadido de querer transformar la sociedad.
Ignacio Sánchez-Cuenca es profesor de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid.
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