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Signos

Una obra relaciona flamenco y música andalusí

La feliz confluencia de musicología y antropología en la estudiosa Cristina Cruces Roldán, de la Universidad de Sevilla y apasionada del mundo del flamenco, empieza a dar frutos notables. Su reciente libro El flamenco y la música andalusí (Ediciones Carena, Sevilla, 2003) complementa anteriores trabajos suyos, como Más allá de la música, Antropología y flamenco (I) (Signatura Ediciones, Sevilla, 2002), o la coordinación del fundamental compendio editado por el Centro Andaluz de Flamenco en 1998, La bibliografía flamenca, a debate.

La trayectoria de esta autora supone un esfuerzo extraordinario por dotar al flamenco de esa visión científica que las convenciones académicas le han negado siempre, so pretexto de "expresión menor", "popular", "primitiva" o incluso "inefable". El pintoresquismo y la apropiación indebida que hizo el franquismo de todo el folclore y sus derivados (por una torpeza histórica de la izquierda), acabó con el cuadro.

Sin decir la última palabra sobre la cuestión del origen del flamenco (ello tardará todavía mucho en llegar, si es que llega) verdadera y diabólicamente enrevesada, los trabajos de Cruces sí que son lo suficientemente descriptivos como para representar un avance en la línea de la antropología moderna. En concreto, por su esfuerzo en relacionar los distintos modos musicales con los que se emparenta el flamenco, dentro de la muchedumbre de músicas mediterráneas.

Recupera la visión greco-bizantina-visigoda-mozárabe, como sustrato básico, que ya desarrolló Sabas de Hoces, y que es compartida por Manuel Ríos Ruiz, entre otros, para adentrarse más específicamente en la cuestión andalusí.

Aquí la dificultad (entre las muchas que aún quedan por despejar) estriba en cómo relacionar el flamenco, cristalizado entre el último cuarto del siglo XVIII y todo el XIX, con una música que fue trasplantada al norte de África más de un siglo antes, con la expulsión total de los moriscos.

La solución apuntada es que toda la música hispano-árabe actuó de puente entre la cultura griega y las culturas milenarias de Egipto y Persia, algunas de las cuales ya estaban aquí cuando llegaron los musulmanes. Bien mirado, es lo mismo que nuestros árabes hicieron con la filosofía griega, con Las mil y una noches (libro persa, que no árabe), o mejor aún con el léxico particular de plantas y animales, por ejemplo, que el castellano tuvo que traducir dos veces, por tomarlas del árabe latinizado, cuando el árabe las había tomado del repertorio heleno.

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De este modo tan simple queda resuelta, hipotéticamente al menos, la aristada cuestión de si el flamenco viene o no viene de una música árabe. Ambas comparten un legado anterior y se desarrollan por su cuenta. Se superponen durante un tiempo en Andalucía, luego se separan, y vuelven a coincidir posteriormente de manera más o menos casual, pero desde sus personalidades ya propias. Eso es lo que explica que las actuales fusiones de flamenco y música andalusí del Magreb chirríen y encajen en proporciones más bien caóticas y que, en cambio, las semejanzas con otras músicas alejadas como el jazz o el blues puedan parecer más entonadas.

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