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Columna
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Zaplana y las uvas

Se ve que la portavocía del Gobierno tampoco le cunde a Zaplana, que presidió el comité ejecutivo regional del PP, en Valencia. Llegaba el hombre algo desvencijado por el abucheo que le brindaron los estudiantes de la Complutense, poco antes, para enfundarse en su tupido calendario de malla electoral, y prorrogar así las artes del cacique, en lo que considera su señorío autonómico, aún no disponible para vestir santos. Que eso le da tembleques. El cronista no suponía, en su columna de hace una semana, que la zarpa de Zaplana fuera a rasgar imperativamente las ya rajadas carnes de esta Comunidad tan propicia al sacrificio. Pero por encima de cualquier otra consideración, Zaplana no suelta su presa, ni cede una astilla del bastón de mando, porque, según afirma "no es el momento". La reserva de indígenas valencianos le garantiza seguridad en el futuro, o eso se piensa. Si el cronista tuviera que buscarle a esta criatura un origen fabuloso o fantástico sabe que lo encontraría antes en el Orlando de Disney que en los apólogos de Esopo. Zaplana no es un clásico, sino un garabato de lápiz y marketing, que ha proyectado su política de chalaneo, sobre un país en el que sus habitantes nacen ya con la deuda debajo del brazo. Sin embargo, esa obstinada actitud de no soltar prenda en sus responsabilidades orgánicas, si que le aproxima al fabulista frigio y representa, con su soltura habitual, La zorra y las uvas. La zorra no podía alcanzar los frutos apetecibles, y se consolaba diciendo "aún no están maduros".

Para Zaplana, ni Camps ni su Consell, salvo una parte de fidelidad recompensada, están maduros. Aunque, quizá, maduren tras el análisis de las recientes elecciones madrileñas, las inminentes catalanas y, particularmente, las generales del próximo marzo. La madurez de los valencianos y de sus electos, depende de cómo quede el paisaje, tras el tiempo de los comicios. Ciertamente, se ha impuesto un cacicazgo inaceptable, pero aceptado, sin embargo, en parte por sumisa historia y tradición, en parte por no romper una baraja emblemática: la unidad de una derecha nada homogénea que se extiende desde la involución a un neofranquismo autoritario y beato, hasta un ramalazo aperturista, y eso sin mirar las cloacas, que ya se desratizarán en su momento. Mientras, las cosas siguen bajo la furia del cabo de varas.

De unas varas que se le quebraron en la Facultad de Filología de la Complutense, cuando Zaplana, en su condición de presidente, acudió a la clausura del II Congreso Internacional Miguel Hernández. Según la prensa, unos doscientos alumnos asistentes al mismo, abuchearon al ministro de Trabajo y le gritaron cosas como: "vosotros sois iguales que los que mataron a Miguel", o "no podemos escuchar a quien dice que es demócrata y no lo es". Posteriormente, los jóvenes, una mayoría de los presentes en el acto, abandonaron el salón, donde se encontraban los rectores de las universidades Complutense, de Alicante y Miguel Hernández, y José Saramago a quien cumplía dictar la conferencia de clausura. Zaplana dijo algunas frases y manifestó que "también he sido universitario y he luchado por las libertades, aunque en otro contexto". ¿En cuál?. Y si va de veras ¿por qué no lucha ahora por las libertades que se están perdiendo?

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