Antonio Medina, ajedrecista
Si alguien sirve para ilustrar la conveniencia de jugar al ajedrez como prevención del mal de Alzheimer, ése era Antonio Medina. Falleció con 84 años recién cumplidos y más lucidez mental que muchos jóvenes. Es una de esas muertes que te dejan un profundo dolor a pesar de que sabías que podía ocurrir en cualquier momento.
El dolor se debe, entre otras razones, a que Antonio era, además de un gran ajedrecista, uno de los hombres más cultos que he conocido, y un ser de bondad excepcional. Si ibas con él al cine, por ejemplo, te daba una conferencia previa en el taxi sobre el director y los actores. Ya sentados en las butacas, durante los anuncios con luz mortecina, Antonio sacaba el tablero de bolsillo y te mostraba su partida más reciente, sin perder ni un segundo. De vuelta al hotel, hacía una crítica rigurosa de la película y aprovechaba alguna de sus secuencias para recordar acontecimientos históricos y obras literarias con una precisión asombrosa.
Pero quede claro que el ajedrez era la mayor de sus pasiones. Cada vez que terminaba una partida de torneo, ganara o perdiese, invitaba al rival a analizarla con él, y después seguía con esa disección solo, durante la cena, con el tablero de bolsillo al lado del plato. No era, ni mucho menos, un maniaco; simplemente buscaba la verdad y la belleza.
Su palmarés no cabe aquí, o sea, que resumo: siete veces campeón de España y tres de Venezuela (adonde emigró en la posguerra para regresar en los años sesenta), ganador del Open de EEUU en el 62 y de un montón de torneos en Europa, América y África; disputó cinco Olimpiadas de ajedrez con España, y entre sus victorias sobresalen dos sobre campeones del mundo, el ruso-francés Alexandr Aliojin y el holandés Max Euwe. Luego se convirtió en uno de los árbitros más prestigiosos, y fue el juez de las semifinales del Mundial de 1983, entre otras muchas actuaciones.
El también difunto Pablo Morán, en su libro Campeones y Campeonatos de España (Editorial Aguilera), glosa de forma muy acertada a este entrañable intelectual: "De haber vivido en otra época, Medina hubiera sido trovador o espadachín, o hubiera convencido a Sócrates de que no se tomase la cicuta, habiendo en el mundo tantas hermosas mujeres que admirar y adversarios que batir en el tablero". Morán añade que si se hubiese prohibido el ajedrez, Medina habría tomado la cicuta, pero yo disiento: su vida era tan intensa y polifacética que hubiera merecido vivir 200 años. Entre otras cosas, para rodar un anuncio de prevención del Alzheimer.-