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Un animado príncipe bateador

El príncipe de Asturias, Felipe de Borbón, recibió el sábado un intenso y acelerado curso de asturianía, durante la última jornada de su anual estancia en la comunidad de la que recibe su título. En Navelgas, una hermosa localidad rural del municipio de Tineo, en el suroccidente de la región, distante 98 kilómetros de Oviedo, y a cuyos 300 habitantes hizo entrega del Premio Pueblo Ejemplar de Asturias, el heredero de la Corona se sumergió durante casi cinco horas en las raíces profundas de la vida rural. Dos veteranos segadores le mostraron en pleno campo la técnica de "cabruñar" (afilar el corte de la guadaña); cesteros y madreñeros le instruyeron en sus habilidades artesanales; asistió a una exhibición de bolos celtas, según la exclusiva modalidad tinentense, y probó suerte con éxito: al segundo lanzamiento logró impactar la bola de madera de boj contra el objetivo; asistió bajo un hórreo a un "esfoyón" o "esfoyaza" (trabajo comunal de separación de las hojas del maíz para trenzar "panoyes" -mazorcas- formando ristras para colgar en corredores y paneras), conoció un "amagüestu" (asado de castañas a la lumbre en el otoño), hizo de "mayador", machacando la manzana con una gran maza para obtener el zumo, y bebió el mosto dulce aún sin fermentar (sidra del "duernu"); se adentró en una fragua, vio el cocido del pan en el horno de leña, donde probó rosquillas aún calientes; y en el río que surca el pueblo conoció la leyenda viva de los buscadores de oro, que le enseñaron a batear en las aguas cristalinas a la búsqueda de pepitas del más apreciado de los metales. El alumno acabó siendo maestro, y tuvo que ser Felipe de Borbón quien, mientras entonaba la letra del Asturias, Patria Querida, interpretado por una banda de gaitas, acabó incitando con gestos expresivos a los vecinos y a la multitud de habitantes de la comarca que fueron al encuentro del Príncipe a que convirtieran el susurro del himno en canto diáfano. En un almuerzo compartido con los navelguenses, al tradicional estilo de las "espichas" asturianas (degustación de pie y en camaradería de productos típicos), Felipe de Borbón probó jamón de Tineo, lomo, cecina, chosco (un embutido específico de la comarca), bollos "preñaos" (pan cocido con chorizo en su interior), empanada, potaje de berzas, requesón con miel, arroz con leche y otros dulces típicos, amén de vino de Cangas del Narcea y sidra. Antes de alzarse en el helicóptero que le devolvió a Madrid y con el que sobrevoló los valles y bosques tinetenses y las cumbres, ya nevadas, circundantes, el Príncipe les dijo a los vecinos que se llevaba con él "recuerdos imborrables", algunos obsequios (entre ellos, una batea, una pepita de oro y la primera botella de un nuevo aguardiente de manzana mezclado con virutas de oro que pronto empezará a comercializarse), pero sobre todo, dijo, el "calor y cariño" de las gentes, a las que emplazó a no renunciar "nunca al amor hacia estas tierras tan bellas en que habéis nacido".

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