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Columna
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Por pelotas

El Plan Hidrológico Nacional (PHN) acabará ejecutándose. Tiene los visos de una fatalidad secularmente alentada y en estos momentos asumida por los dos partidos mayoritarios -PP y PSOE-, al margen de sus diferencias, que en puridad son meramente formales. Creo que ésta es una percepción compartida por la inmensa mayoría de los ciudadanos. Los más, quizá, porque han trasegado acríticamente el aserto oficial de que falta agua en el litoral mediterráneo y, en cambio, hay sobrantes en el caudal del Ebro. Los menos, porque, perplejos y confusos, se inclinan por el principio de solidaridad y el mensaje evangélico de darle de beber al sediento. Casi todos, en suma, son -somos- víctimas de un vasto y calculado proceso de desinformación que nos impide depurar nuestra opinión personal.

Ante esta grey desorientada o demagógicamente persuadida, los voceros del PP blanden sin recato la necesidad vital del agua, de su trasvase sobre todo, sabedores de que así apuestan por el copo electoral y satisfacen los grandes intereses del agronegocio, los hidroeléctricos y los de las obras públicas, además de los inmobiliarios. En este contexto, no es extraño que el portavoz del Gobierno, Eduardo Zaplana, coreado por otras voces partidarias no menos egregias, asegure que el PHN se llevará a cabo con o sin dineros de la Europa comunitaria, muy reacia, por lo que parece, a bendecir la viabilidad del proyecto. Declaran, sumariamente, que se ejecutará por pelotas. Una propuesta que, obviamente, excluye el menor debate y nos condena a la fe del carbonero o la perplejidad aludidas.

Y ése es el problema, o parte del mismo: la falta de debate. Tanto es así que, aún estando sensibilizados con los déficit hídricos tradicionales de las comarcas del centro y sur valencianos, uno sospecha que con el envoltorio del PHN se nos están vendiendo de matute otras mercancías. Una sospecha que quedaría despejada si los objetores del Plan, por minoritarios que fueren, pudieran acceder a los foros y medios públicos o no de comunicación para argumentar la irracionalidad que denuncian en el proyecto. Sin embargo, y muy al contrario, se les sataniza y, lo que resulta más indignante, se les inviste con el capirote de antipatriotas, cuando en realidad son los únicos que defienden el solar de la patria y no el agio que se planifica a su costa.

Dada pues la desequilibrada relación de fuerzas entre los críticos y los apóstoles del trasvase, el ventajismo con que opera el Gobierno y la extrema politización de la causa, convertida ya en cruzada por la salvación de la España litoral, sería prodigioso que no ganasen los de siempre. Pero será una victoria que acaso conlleve una derrota irreversible y descomunal. Muy propia de su fundamento testicular y no racional. Por lo pronto, y de eso habría que hablar con rigor y más espacio, la carambola acuática que se diseña es muy probable que se lleve por delante -¿o ya se lo ha llevado?- el río Júcar, como antes la inepcia y la confabulación de los organismos públicos agostaron el Segura. Dos ríos -¿o serán tres, con el Turia?- que nos hemos embebido o matado sin la garantía de que el Ebro nos sacie, pues no estamos hablando del Amazonas. Sí, sí, también está en cuestión el futuro de l'Albufera. Pero mejor no hablar de todo ello ni dejar que lo hagan otros, que igual arguyen con alternativas viables. Vencen, pero no convencen.

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