De cuando Manolo fue 'felipe'
Por inteligente, Vázquez Montalbán fue lúcido y escéptico; por sentimental, generoso, prolífico y combativo. Su secreta angustia depresiva nació del esfuerzo de aunar lo que Gramsci llamó pesimismo de la razón y optimismo de la voluntad. En estos días tristes se ha recordado su fidelidad obstinada al ideal político de su juventud. Ser fiel a algo es asumirlo en la memoria, que es la propia identidad, como el cuerpo de aquélla es el sentimiento. Por eso Manolo, al pensar cordialmente y sentir con el intelecto, creó una obra literaria autobiográfica que era su vida (plural y unida), inseparable de la crónica colectiva, de la memoria histórica de su gente y su tiempo. Porque, para él, la palabra era su forma de eternizar los sentimientos y combatir la obscenidad reaccionaria de la muerte.
El origen de su militancia revolucionaria anticapitalista y contra el régimen de Franco lo viví directamente desde un día del año 1959 en que, con el médico Joan Massana, propusimos a cuatro estudiantes de letras, entre ellos a Manolo, pertenecer a la NEU (Nova Esquerra Universitària), grupo vinculado al Felipe, como se conocía con humor al Frente de Liberación Popular (FLP), compuesto por jóvenes marxistas y cristianos, unidos en el sueño activista de una revolución socialista democrática y federalista. Manolo estuvo con nosotros cerca de tres años hasta que la razón de la "eficacia" le condujo al PCE-PSUC, pero de ese tiempo, cuando, según él, "tenía la sensación de que el mundo estaba mal hecho", conservó, indeleble en su memoria, su sentimiento más puro y el sentido de su vida futura, y así lo atestiguan sus posteriores juicios sobre el Felipe: "Fue un movimiento moral, político y estético" y "una síntesis de marxismo radical y liberalismo existencial"; "una muestra de voluntarismo revolucionario cargado de lucidez crítica"; "aquello no era un partido, sino un Museo del Hombre completo": "si nos hubieran dejado habríamos hecho una revolución encantadora". En un relato publicado en EL PAÍS, Tal como éramos, el protagonista es un antiguo felipe que acaba, tras la transición democrática, de gobernador civil socialista, como otros trabajan en la oficina olímpica o en diferentes cargos. La nostalgia por la revolución frustrada de aquella "enternecedora organización" es tanta, que hasta sale a relucir Carvalho, "en sus tiempos militante del FLP". Pero la razón se impone al corazón y se acepta con ironía gobernar dentro del sistema siempre que no se traicione la causa revolucionaria y se siga obstinadamente combatiéndolo desde dentro, con un marxismo, ya no hábito mental, sino "continuo forcejeo dialéctico contra la crueldad y el error"; como una guerrilla que no le dé respiro, burle sus ardides y atraviese una y otra vez con audacia entre sus columnas. Así describen los historiadores las hazañas de Juan Martín, el guerrillero de la guerra española de la Independencia. Esa obstinación y agilidad de francotirador ha sido siempre la de nuestro héroe coetáneo, que hizo por eso famoso su seudónimo de Manolo V el Empecinado.
Del primer FLP catalán, Manolo conservó dos figuras humanas, convertidas en emblemas respectivos de esa dualidad angustiante que le acompañó hasta el final: sentimiento y razón; radicalismo y posibilismo revolucionarios. Me refiero a Alfonso Carlos Comín y Pasqual Maragall. De Alfonso ("el animal más creíble que he conocido", decía) valoró siempre algo que ya definía al FLP y que Comín aportó al PSUC: la convivencia cristiano-marxista entendida como "la esencialidad revolucionaria de un proyecto histórico común para las dos fuerzas espirituales que han de cambiar el mundo". El cominismo (ojo, no el comunismo) sería para Manolo "la variante española de una posible síntesis de dos culturas emancipadoras". Cuando, hace un año, inauguró un congreso de teólogos subversivos sobre globalización y lucha de clases, se preguntó con guasa qué hacía allí un ateo como él. Sin duda, honrar la memoria de quien compartía su fe en el ser humano y su esperanza revolucionaria y de quien dijo una vez: "Fue un hombre afortunado que reunió la esperanza marxista con la cristiana". Afortunado porque Manolo sólo creía, frente a la muerte, en la eternidad de la palabra, pero dudaba de que ésta la compensara y pensaba que lo más revolucionario era acabar con ella.
Pasqual Maragall puso a prueba al Manolo que se debatía, al juzgarle como alcalde de su querida ciudad, entre la crítica a un ex FOC posibilista (ejemplo de razón pragmática e ideología ecléctica) y el cariñoso reconocimiento de su fidelidad al sentimiento frentista (unidad popular de la izquierda) y su sincero afán de aproximarse en vida a la utopía socialista. A él dedicó un artículo, publicado en el diario Avui el mismo día de su muerte en Bangkok, evocando su antigua pertenencia a la NEU, al FOC y a la "obstinada Reconstrucción de la Razón Democrática" desde entonces. Tras recordar sus desacuerdos con Maragall en política urbanística, pareció que Manolo le enviaba una promesa de voto sentimental por correo al afirmar que era "el único candidato que puede encabezar una real alternativa de proyecto de país, apoyado por el coro de las fuerzas progresistas catalanas". Y rememorando el sentimiento juvenil que le llevó, como a Pasqual, al Felipe, concluía con estas palabras: "Si Maragall llega a presidente será como si lo consiguiera toda una promoción que, en plena edad de la inocencia, descubrió que el mundo no estaba bien hecho". Al final de su edad madura, Manuel Vázquez Montalbán trastocó la fórmula gramsciana. Sufría el pesimismo de la voluntad ("Siento que todo va a peor", me dijo hace unos meses) pero lo compensaba con el optimismo de la razón al compartir la joven esperanza transformadora de sus primeros compañeros en política revolucionaria. Pero su corazón fue en busca de consuelo literario a los mares del Sur.
J. A. González Casanova es profesor de Derecho Constitucional de la UB.
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