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VISTO / OÍDO
Columna
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Obscenos y procaces

No sé cómo podríamos licuar esta masa coagulada que obtura la vida de España: el Papa y santa Teresa, la procacidad del PP, las mafias que saltan en cada esquina, la televisión nacional repetida en cada comunidad, la conducción de los rebaños hacia las urnas, el reflejo de los misiles bruñidos que hundieron a un país inerme; no sé cómo podemos siquiera librarnos del fantasma de la mentira en lo social y en lo sobrenatural, que a veces se pacta como se está haciendo con la inmigración llamada ilegal -porque han hecho las leyes que querían-, más allá de la política, para que el mercado de esclavos se haga a través de los consulados y las empresas: este brazo es fuerte, este cerebro puede ser para el tomate, esta esbelta muchacha iría a un burdel de carretera con bastante éxito. Ah, un pacto hasta con Francia, que hizo su fama y su cultura con los que huían de otros países, con todos sus Picassos y todos sus Ionescos; y con los que se creen la izquierda española, que no quiere perder los votos de los suburbios.

No vamos a poder licuarla tan fácilmente. Sólo nos podremos burlar de Aznar cuando le eche encima a Zapatero la resolución de la ONU. "Ande, saque usted la pancarta ahora", viene a decir el procaz al atónito; y no sé qué es peor, si la procacidad o la atonía. O la procacidad con que las primeras páginas y los editoriales publican las encuestas favorables al PP en la Asamblea de Madrid diciendo que aquí se castiga al escándalo socialista de las elecciones pasadas. Ah, y de ninguna manera pienso que ese partido socialista lograría la licuefacción de la sangre de Franco coagulada en La Moncloa; pero algo más de fluidez quizá pudiera tener. Vuelvo a creer que la democracia hay que hacerla desde abajo, desde la incredulidad en los tópicos, haciendo ver que, después de todo, la necesidad de que los ciudadanos que antes nos llamábamos orgullosamente pueblo, hasta que nos hicieron a palos abandonar esa palabra por peyorativa, recuperemos la ética laica, el despertar del pensamiento libre, y sepamos que por debajo de esta capa de lo obsceno y del halago falso nos están otra vez engañando, estafando, utilizando. La verdad es que la transición que no cesa, desde la muerte del Señor de los Obscenos hasta nuestros días, ha ido derivando hacia este coagulo de la mentira en la que el ciudadano encuentra a veces sólo la inercia de no oponerse y dejarse explotar con una sonrisa de placer: para no tener que revolverse.

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