Sueños de Madeira
Declaración de principios: "No soy viajera, porque vivo con alguien que no coge aviones". Tal limitación no le impidió volar hacia Madeira, un lugar idealizado donde la actriz, que acaba de estrenar en teatro El sueño de una noche de verano, se encontró con una realidad bien distinta.
Un poco arriesgado eso de elegir destino guiada por un ideal romántico, ¿no?
Bueno, pero yo lo prefiero. Si te empapas de guías y ves cientos de fotos del lugar, ya no tiene mucho sentido ir. Pero a veces pinchas un poco, como me sucedió con Madeira. ¿Puedo contarlo?
Claro, desahóguese a gusto.
El nombre de Madeira me evocaba un mar maravilloso y una costa con restaurantes pequeñitos iluminados con velas. Mi padre solía traerme vino de allá cuando yo era joven, en esas botellas características, un poco achatadas. Así que cuando murió le dije a mi madre: vamos a conocer esa isla, mamá.
Cuánta determinación.
Pues sí, pero se enfrió un tanto al llegar al aeropuerto de Funchal, que se las trae, en un avioncito de esos de hélice. Y en lugar del paisaje verde y frondoso que has imaginado, encuentras una isla agreste, medio volcánica. Además, apenas hay playa. Son acantilados.
Total, que se parapetaron en el hotel.
No. Nos apuntamos a una excursión por Funchal. Y hay que decir que tiene callecitas de piedra preciosas, y una catedral muy surrealista del siglo XVIII hecha con mármol blanco y negro, un poco tétrica. También fuimos a otra excursión por los acantilados, y casi no lo contamos, tal era el viento que nos azotaba. Salimos en las fotos con los pelos de punta, encogidas de frío.
Lo que le faltaba...
Pues sí. Encima yo soy rebelde por naturaleza, y eso de que pare el autobús y te digan que hay que bajar, me repatea. Pero, bueno, mi madre lo prefiere y no quise contrariarla.
No sé si preguntarle si disfrutó algo de la experiencia.
Sí, claro. Fue muy divertido cuando nos llevaron a unas bodegas a catar vinos y empezaron a pasarnos chupitos variados. Así es fácil cogerte una cogorza. Nos reímos muchísimo, claro. También disfrutamos en el hotel; un palacio construido en un acantilado, en plan amor y lujo. Decidimos pasar un día entero allí y fue maravilloso. Hablamos de temas que normalmente no surgen en la rutina de Madrid, y mereció la pena.
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