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VISTO / OÍDO
Columna
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Matar a Arafat

Aconsejan a Sharon que no mate a Arafat: le va a matar. Se lo aconsejan no porque sea un crimen, sino porque "será peor"; indignará más a los árabes en general, a los palestinos. Los crímenes, unos selectivos, otros a bulto, querríamos que se considerasen respuestas; no los de los palestinos, a los que llamamos terroristas. Lo son: como Viriato, o El Empecinado, o los maquis. Como los bombarderos o misileros, peores: eligieron esa carrera sabiendo para qué, y también, que los civiles, los inocentes, son víctimas de Estado Mayor. No es una casualidad que el porcentaje de muertos civiles en las guerras haya pasado a ser el 80% de los muertos, dejando para los militares un honroso 20%, cementerios especiales y toques de corneta. El civil muere como si no fuera nadie. La palestina que mató israelíes inocentes era abogada; había elegido esa carrera para defender a los suyos, y decidió que la defensa mejor era matarse a sí misma y el mayor número de israelíes que pudiera. Merece una reflexión desde los que estamos en los antípodas de esa actitud. Quizá el extremo de la reflexión se fije en cómo el embajador de Estados Unidos en la ONU, sin necesidad de suicidarse, se negó a condenar la represalia de Israel en Siria, en un campo de refugiados donde dicen que había terroristas y armas. Estados Unidos creó la doctrina de castigar "el entorno", palabra aquí conocida porque el Aprendiz de Brujo insiste en atacar el entorno del terrorismo vasco, y ha llevado la situación a una crispación inaudita. En el ataque al entorno, los predecesores de Bush encontraron la derrota de Vietnam. No sé qué van a encontrar ahora en el infinito entorno musulmán y árabe. Sharon y Bush, los verdaderos aliados en esta guerra (Blair, Aznar, son comparsas), pueden perderla, o arruinarse, y nosotros también.

Quizá el problema esencial no sea tanto ganarla o perderla, sino que exista la guerra en sí, que los civiles vuelvan a morir a racimos, y digo siempre que los soldados no son más que civiles de uniforme. Y todo el trastrueque de la moral, todo el extraño apoyo que terminan prestando los que van a ser víctimas a los que van a ser verdugos. Arafat, realmente, es poca cosa en este panorama atroz. Es una cabeza para mostrar en la plaza mundial. Pero no un punto final.

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