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Lorenzo Silva: "Prefiero que me lean gratis a que no me lean"

En 'La isla del fin de la suerte' Silva escribía cada capítulo en 10 días, lo colgaba en la Red y el lector votaba sobre cómo debía continuar el argumento

Semanas atrás Lorenzo Silva recibía con cierta sorpresa un correo electrónico enviado desde Polonia. Una traductora había leído en su página un relato y quería verterlo a su idioma. La anécdota forma parte del toma y daca que el escritor madrileño mantiene con sus lectores en Internet.

"Si tengo que elegir entre que la gente no me lea y que me lean gratis me quedo con lo último: que me lean gratis", explica Silva, ganador con El alquimista impaciente del Premio Nadal en el año 2000. Así que no le duelen prendas por colgar una buena parte de sus relatos en su sitio de Internet, ni por autorizar su uso y reproducción siempre que sea sin fines de lucro; "no me molesta que me lean gratis, pero sí que ganen dinero con mis textos".

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Distingue Silva entre el pirata industrial y el vecino que piratea para leer o escuchar música. Le ronda por la cabeza publicar esos mismos relatos como libro, pero quiere que esto no implique la retirada de textos de la web, porque "el público reconoce que tengas un gesto de generosidad".

Convencido del lazo que el autor mantiene con el lector, Silva apunta: "Lo que uno celebra con el público no es sólo una transacción económica, aunque también; a mí lo que me interesa es la transacción emocional que se establece".

Asesinados por votación

El escritor relata agradecido el caso de una chica que ha invertido trabajo y esfuerzo "desinteresadamente" en crear un "estupendo" sitio sobre él en Internet, o de aquel otro lector que decidió abrir un foro donde charlar sobre su obra. "Este tipo de cosas me devuelven la fe en el ser humano", explica.

Fue hace dos años cuando Silva llevó la relación con sus lectores hasta sus límites cuando escribía La isla del fin de la suerte (Destino), un experimento apadrinado por el Círculo de Lectores que implicó a los lectores en el desarrollo de la novela, que parodia la obra Diez negritos de Agatha Christie. Un muerto y muchos sospechosos encerrados en una isla sin salida, a los cuales los lectores se fueron cepillando en votación democrática.

En 10 días Silva debía escribir cada uno de los capítulos, que se colgaban en Internet. Debían ser lo suficientemente abiertos para ofrecer varias opciones. En el primero aparece flotando en la piscina el fiambre que desencadena la intriga. Se da a elegir entre: "Pobre... (1) Ignacio, ya no podría presidir el banco; (2) Lucía, en la flor de la vida; (3) Mónica, no tenía buen aspecto". El ensayo fue "tan duro como gratificante", recuerda Silva. "Es muy difícil escribir ficción contrarreloj". Además, el escritor pierde "autoría y control sobre los personajes". Pero no se arrepiente: "Hice amigos, que alguna vez se me acercan y me dicen, yo participé en La isla...".

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