Toreo auténtico
El toreo que derrochó El Cid en la Maestranza fue auténtico; el toreo eterno de un torero en sazón, artista y dominador, valiente y elegante, capaz de moldear la embestida incierta de un manso áspero, y pintar los más bellos muletazos que ponen los bellos de punta.
La historia ocurrió en su primero, un manso y violento como todos, con el que el alcalareño se lució en dos formidables pares de banderillas. Motivado, quizás, por la gran ovación al subalterno, El Cid brindó al público, plantó las zapatillas en el albero, aguantó las dudas del animal, y con la suerte cargada siempre tiró de la embestida para ligar cortas tandas de derechazos largos y templados, perfectamente abrochados con pases de pecho de pitón a rabo. Eso es, ni más ni menos, el toreo. Así brotan la emoción y los olés profundos. El torero tomó la izquierda, pero el toro se negó a embestir.
Rojas / Puerto, Mora, El Cid
Toros de Gabriel Rojas, bien presentados, mansos, descastados y deslucidos. Víctor Puerto: dos pinchazos (silencio); estocada y un descabello (ovación). Eugenio de Mora: bajonazo (silencio); casi entera contraria (silencio). El Cid: bajonazo (oreja); pinchazo y casi entera (vuelta). Plaza de la Maestranza. 27 de septiembre. Segunda de feria de San Miguel. Media plaza.
Sin embargo, El Cid, fiel a sí mismo, fue incapaz de culminar su obra maestra; a la hora de matar cobró un bajonazo que afeó su bella conducta.
El sexto era un inválido que llegó a la muleta con enormes ganas de morirse. De hecho, se desplomó al tercer muletazo y sólo se levantó porque le doblaron el rabo, y eso debe doler una barbaridad. Al entrar a matar el torero quedó prendido por el fajín y el toro lo zarandeó durante unos segundos que parecieron un mundo. Por fortuna, sólo se llevó un susto de muerte, y el público le obligó a dar la vuelta al ruedo para que recuperara el color de la cara.
Víctor Puerto se las vio con un lote poco propicio para alegrías. Claro, que el torero se presentó con gesto desconfiado y triste, con pocas ideas y algo descompuesto. No es que estuviera a merced de su primero, descastado y bronco, pero se esperaba otra actitud del matador. Alguien debió recriminárselo y salió en el cuarto con otro semblante. Toreó con elegancia a la verónica, quitó por ajustada chicuelina y llegó a dibujar algún natural aislado.
No tuvo mejor forturna Eugenio de Mora con sus toros. Tampoco es que este torero se mostrara dicharachero, que es más bien de natural seriedad, pero su porfía, aunque muy voluntariosa, resultó baldía. Su primero tenía una media arrancada y cuando se paraba miraba con malas ideas. El otro, incierto y áspero, no le permitió confianza alguna.
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