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Columna
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Desastre

Cada vez es peor. Ahora nos enteramos de que la policía británica, según ha reconocido el ministro del Interior, Ángel Aceves, pidió a la española en 1998, un año antes del asesinato de Rocío Wanninkhof, que investigase la presencia en el sur de España de Alexander King. La policía comprobó que, efectivamente, el ahora asesino confeso, estaba aquí. Dice el ministro que no se le detuvo porque la policía británica no lo solicitaba. Pero sí informaba a las autoridades españolas de los antecedentes penales del individuo y de su implicación en algún delito contra mujeres, que estaba siendo investigado en aquel país. Bien está que si no tenía orden de detención la policía española no lo detuviera, pero no tendrá el ministro de Interior, ni la policía, ninguna manera de explicar por qué teniendo esos datos de un hombre que vivía tan cerca de donde se produjo el asesinato de Rocío Wanninkof, no se realizaron las pertinentes investigaciones en torno a él. ¿Para qué sirven los archivos policiales?

Visto lo visto, parece claro que si los investigadores no se hubieran cegado con la tremenda seguridad con la que señalaron a Dolores Vázquez y hubieran abierto el campo de la investigación, acaso se hubieran encontrado, hace cuatro años, con quien ahora confiesa y que, de haber sido así, no sólo se hubiera evitado la tortura de Dolores Vázquez, sino que no se hubiera producido el asesinato de Sonia Carabantes. Ese hombre no era un desconocido para la policía española, el ministro de Interior lo reconoce. Cada vez pesa más todo lo ocurrido en torno a los dos horribles crímenes. Y todo lo que en este caso ha fallado: la Guardia Civil, la policía, los jueces, el fiscal, el jurado. Pero todo. No sólo el jurado. Todo menos, justo es decirlo, el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía. Lo demás, puro desastre, pura vergüenza, pura causa de exigencia de responsabilidades. Tan lamentable ha sido todo, que resulta doblemente impertinente que en medio del desastre, a algunos, todo lo que se le ocurra sea provocar un debate tan parcial y tan sospechoso como el de la necesidad de reformar la institución del jurado. Aquí ha fallado todo y el reconocimiento por parte del ministro de Interior de lo que la policía sabía, acaba de poner la guinda a un pastel absolutamente intragable.

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