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Columna
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Circo España

Philip Agee, el famoso ex agente de la CIA pasado a la oposición, relató hace poco que en Portugal, cuando los militares de izquierda derrocaron el régimen salazarista con su revolución de los claveles, la fundación Friedrich Ebert Stiftung, filial de los socialdemócratas alemanes, logró desembarazarse en poco tiempo de aquellos molestos capitanes con el apoyo de abundantes dólares de la CIA, una buena campaña de propaganda y la ayuda inestimable de los medios de comunicación, y en su lugar puso a los inocuos socialdemócratas de Mario Soares, que durante la dictadura habían vivido tranquilamente en París mientras los comunistas se partían el pecho a pie de obra y sufrían la represión.

Aquí, en España, sucedió algo parecido. No digo yo que la Compañía estuviera implicada -no lo sé-, pero sí recuerdo bien que, tras la muerte de Franco, los socialdemócratas del PSOE no hubieran sido capaces de llenar un autobús y, sin embargo, pocos años después estaban en la Moncloa. Lo que es la vida, hay gente con suerte.

Resumiendo, porque la longitud de esta columna no da para más, henos aquí un cuarto de siglo después instalados en la maravillosa democracia del espectáculo, con una carpa del tamaño del país, dos empresas de feriantes que se alternan en el mando -como disponen los cánones globales-, payasos, fieras y un letrero en la puerta para distinguirnos de la competencia: Circo España.

Esto que digo viene a cuento de la nueva payasada que el triste cómico Joan Ignasi Pla, representante actual de la sucursal socialdemocratatitiritera española en la Comunidad Valenciana, acaba de protagonizar en Nàquera, con la ayuda de su troupe, por un quítame allá ese alcalde, todo ello con fondo de construcciones inmobiliarias de la derecha clásica, esa que procede por lo menos de los visigodos en línea directa. Con razón dice el dramaturgo Alfonso Sastre que lo peor de España son sus dirigentes.

No seré yo quien contradiga a Sastre, pues sus palabras me han recordado otra bufonada, todavía peor, que tuvo lugar hace tres semanas en León, a cargo del famoso graciosillo Alfonso Guerra, tiranosaurio redivivo del PSOE SA. Allí, ante el joven director actual de la empresa, el lánguido pero mediático Rodríguez Zapatero -que lo aplaudió a rabiar-, Guerra dijo que Mariano Rajoy "es un mariposón". Lo arregló luego al añadir que el ahora director de la empresa enemiga, Partido Popular SA, va mariposeando de cargo en cargo, pero cualquiera que conozca un poco de argot peninsular sabe muy bien que mariposón describe otras actividades, relacionadas con la libido alternativa (véase la acepción 2 del DRAE).

Quienes crecimos cuando el circo era algo digno y los cómicos seres tan auténticos como esos que el gran Fernando Fernán Gómez describió en su película El viaje a ninguna parte, echamos de menos un poco de rigor. Vale que, según nos cuentan, ya no sea posible dar marcha atrás y la cosa pública se haya convertido en puro entretenimiento, pero puestos a aceptar esta premisa como si fuera verdad, ¿por qué no buscar cómicos que engrandezcan la función, en vez de resucitar chismosos de mercadillo?

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Continuará. En futuras columnas disertaré sobre los saltimbanquis de la otra empresa, Partido Popular S.A. Son todavía peores.

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