Política, delito, cultura
Mariano Rajoy tiene una mirada inquisitiva, así como a lo Alfonso Guerra, y a estas horas estará pidiendo a San Blas que José María Aznar pierda la voz de una vez por todas, lo mismo que Camps con Zaplana
Israel, Israel
Yasir Arafat se ha librado de unas cuantas, gracias a su olfato de dirigente guerrillero con muchos quinquenios. Ariel Sharon, el matarife de la masacre de Sabra y Chatila, se mueve ahora entre moquetas y le basta con la tecnología del GPS para liquidar a los líderes fundamentalistas que surgen como setas a la izquierda del confinamiento de Arafat en Ramalla. No es un combate a muerte entre dos longevos guerrilleros, porque los cazabombarderos de fabricación norteamericana son de Sharon, y eso no se equilibra ni con las pedradas de Intifadas adolescentes ni con el sacrificio salvaje de los fanáticos resueltos a morir para matar. Por cierto, ¿alguien recuerda que la primera versión de Cantarem la vida, una de las cancioncillas de Raimon, empezaba con un coro que decía "Israel, Israel", suprimido en ediciones posteriores? Ministros de Sharon proclaman la necesidad de asesinar a Arafat. ¿No era Israel una democracia ejemplar?
Gestas regionales
La impresión es que Francisco Camps se lanzó al ruedo con un repertorio de gestos que entroncaban con cierta tradición valencianista hasta que ha sido más o menos reconvenido por la ortodoxia valencianera que impuso el casi todopoderoso Eduardo Zaplana y sus tentáculos empresariales. Reivindicar ciertas tradiciones o visitar lugares fundacionales en nuestra historia colectiva tiene un gran rendimiento en las fotografías, pero los problemas reales de esta sociedad no se resumen en el festejo de tan antiguos tambores onomásticos. Así las cosas, pudiera ocurrir que esa ambigua recuperación de las señas de identidad más longevas desdeñe la asunción de los conflictos más recientes, y que todo quede en aquello que decía un casi olvidado Mallarmé, "Ni visto ni conocido, el tiempo de un seno desnudo entre dos camisas". No vaya a ser que los catalanes aprovechen la excusa del corredor mediterráneo para birlarnos de nuevo la paella con morcillas.
El ceño de lo real
También personajes de tanta alcurnia intelectiva como Pedro Laín o Antonio Tovar, Torrente Ballester o Dionisio Ridruejo, en la plenitud de su existencia, dieron por hecho que el casorio del mariposeo falangista y el atroz pragmatismo cuartelero del General serían invencibles contra los ordinarios obreros y los rústicos campesinos. Esas florituras españoleras dieron cobertura inicial a una ignominia que duró cuarenta años, aunque los pensadores que le dieron cancha se convirtió pronto en una legión de arrepentidos. Mucho después, curtidos líderes universitarios del trotskismo o el maoísmo, el castrismo o el estalinismo, aportaron sus lerdos saberes al tibio proyecto de un socialismo emergente destinado a arrasar en las urnas. Son casi los mismos que han diseñado el reinado aznarita y que se disponen a durar bajo el mandato del sucesor a título de futuro Presidente. Y no parece que se arrepientan de nada. Por ahora.
Un relevo
La verdad es que el teatro público valenciano no ha tenido mucha suerte. Antonio Díaz Zamora fue el ambivalente primer director de un Centre Dramàtic que no levantó del todo el vuelo con el vacilante Antoni Tordera para hundirse en el posibilismo electoral de la mano de José María Morera, seguir sin levantar cabeza, ya como Teatres de la Generalitat, con Paco Tamarit, antes de iniciar la caída libre de la mano del profesor Conejero y mantenerse en la mediocridad bajo el pasmado Gil Albors y el continuismo de Jaime Millas, único cargo público de cierta relevancia que jamás ha concedido una entrevista, acaso por discreción. Ahora llega al frente de Teatres, una entidad que controla la mayor parte de las salas valencianas, el actor Joaquín Hinojosa, que ha desarrollado una discreta vida profesional a caballo entre Madrid y Valencia. El escepticismo es la opinión dominante.
Comercio justo
Ni el más tenebroso apóstol de las virtudes de la economía libre de mercado en su versión neoliberal puede negar que un puñado de agricultores norteamericanos reciben cuantiosas subvenciones públicas a fin de sostener unos precios de mercado que arruinan sin remedio la economía agrícola de muchos millones de agricultores de países periféricos, a los que incluso les sería dificultoso competir en un escenario más favorable a la comercialización de sus productos. En la reciente reunión en Cancún de la Organización Mundial del Comercio pierden una vez más los países pobres, que se verán imposibilitados de colocar su producción en un mercado que es librecambista cuando conviene a los países ricos y proteccionista a expensas de los recursos públicos cuando conviene conservar el granero de votos en periodo electoral. O sea, siempre.
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