Mala educación en la catedral

Hace unos días asistí a la catedral de Barcelona con el objetivo de encender una vela en memoria de mi madre. Conocedora de las normas de vestuario que se aplican para poder acceder al citado templo, me vestí de manera adecuada. En la puerta de la catedral alguien me agarró del brazo de manera algo brusca. Al girarme, mi sorpresa fue que quien me tenía agarrada era el propio guardia de seguridad quien me espetó con mala cara: "¡Fuera de aquí!". Le pregunté, ante mi asombro, cuál era el motivo por el que me impedía la entrada. Su respuesta fue tajante: "¡Te he dicho que fuera!".

Imaginé que la camiseta de tirantes, sin escote alguno, que llevaba puesta -ese día estábamos a 27 grados- fue la causante de su actitud. Lo encontré del todo absurdo, aunque eso fue lo que menos me importó. Lo realmente relevante es la mala educación con la que me trataron en la catedral. Tal vez debería personalizar en el guardia de seguridad, pero ya que es el obispado de Barcelona el que contrata sus servicios, qué menos que entre las normas le exijan ante todo educación. Traté de explicarle que acudía a encender una vela que aún tenía en mi mano. Dieron fe de ello espontáneamente su vendedora así como otras personas que también trataban de entrar en el templo, a quienes el vigilante ignoró por completo. Durante esos minutos el guardia de seguridad actuó de la misma manera con todos aquellos, turistas mayoritariamente, que querían visitar la catedral. Lamentable.