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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Los silencios del Minotauro

"Me crié en una finca cafetera en los Andes entre cuentos contados junto al fogón, en la cocina. No me daban permiso para estar levantado hasta muy tarde, pero yo me metía debajo de una mesa. Y aunque desde allí no veía a los que contaban los cuentos, sí veía sus sombras. Cada vez que la sombra se movía en la pared, mi imaginación presentía los monstruos más horribles o veía las cosas más bellas".

Enrique Vargas empieza la entrevista así, contándome el cuento de su vida. Estuve hablando con él en el CCCB, donde durante el pasado julio levantó el laberinto de El hilo de Ariadna y sé que, durante los próximos tres años, el Teatro de los Sentidos impartirá en el Polvorín, edificio del siglo XVII enclavado en la montaña de Montjuïc, cursos sobre su forma de concebir el teatro. Hablamos junto a una maqueta que desvela algunos de los misterios del laberinto.

Enrique Vargas presentará esta temporada 'La memoria del vino' con su compañía Teatro de los Sentidos. Es un investigador del silencio...

"No me daban permiso para entrar en el bosquecillo que había alrededor de la finca", prosigue Vargas, "pero las matas de café llegaban hasta la puerta de la casa. Una mata de café es como una caseta, pero puedes separar las hojas y ya estás al otro lado. Así fui descubriendo caminitos para ir a todos los sitios prohibidos".

Vargas guarda silencio, un silencio de una densidad especial, elaborada. Paladea un trago de vino, en el que parece querer descubrir su próximo espectáculo. Estrenará La memoria del vino en Barcelona a lo largo de la temporada que ahora empieza. "El Minotauro", dice Vargas como para sí mismo, "es una de las formas de Dionisos. Son dos caras del mismo ser. En La memoria del vino abandonamos el laberinto para proponer el carnaval".

Aprovecho los silencios de Vargas para ordenar mis ideas. El Teatro de los Sentidos, que empezó sus giras internacionales en 1994, llegó por primera vez a Barcelona en abril de 2002. Llegó al Mercat de les Flors con Oráculos, segundo espectáculo de la trilogía que empezó con El hilo de Ariadna y que acabará con La memoria del vino. Asomarse a alguno de sus laberintos es, en efecto, un retorno a la infancia hecho de olores, texturas, sonidos. También de silencio y oscuridad. En los laberintos pervive la sensualidad de lo prohibido.

"Mi padre era pianista y tenía una excelente biblioteca. Pero en ella había algunos libros que me prohibieron leer. Eso, claro, despertó en mí un enorme deseo de lecturas. Y luego estaban los circos ambulantes, y los titiriteros. Y el día de mercado era algo formidable. Luego yo organizaba circos detrás de la casa. Mi padre me veía desde la ventana y me gritaba: 'Lástima de los dos pesos del bautismo".

Irremisiblemente extraviado en el laberinto de su vida, Vargas (Manizales, 1940) prosigue con el ingreso, a los 15 años, en la escuela de teatro en Bogotá. "Allí no encontré lo que buscaba. La enseñanza teatral era museológica. Así que me dije que tal vez lo que estaba buscando lo hallaría en la antropología".

Y aquí la historia se acelera. Principios de la década de 1960, Antropología en Michigan (EE UU); En el camino, Kerouac; la poesía en voz alta en los cafés, Martin Luther King y Vietnam. En 1966 Vargas llega a Nueva York. "Hice teatro en La Mamma y luego estuve en Harlem con el Gut Theatre. En el Harlem puertorriqueño la gente de la misma región vive en la misma calle, así que siguen celebrando allí las fiestas de sus pueblos. Nosotros hacíamos teatro como parte de las fiestas. Luego llegaron los años setenta. Descubrimos que no habíamos cambiado el mundo. Que el Che se había convertido en un llavero. Y yo no le encontraba sentido a nada de lo que hacía".

En 1974 Vargas vuelve a Colombia. Se instala en la Amazonia e inicia una investigación sobre la relación entre el teatro y los ritos en las comunidades indígenas. Trabaja a sueldo de la Universidad Nacional de Colombia, aunque la frecuenta poco. "Para no caer en el folclor, creamos un espacio para la experimentación. Empezamos a jugar a lo que yo había soñado desde mi tiempo en los cafetales y así fue surgiendo El hilo de Ariadna. Pero yo no quería que nadie lo viera. Fue el rector de la Universidad quien, un día, vio el laberinto e insistió en que aquello había que mostrarlo. Seguros del fracaso, desembarcamos en la XXXIV Bienal de Artes Plásticas de Bogotá".

Allí el Teatro de los Sentidos alcanzó el primero de muchos premios que fueron llegando luego, y, desde entonces, la compañía ha recorrido medio mundo. "Seguí yendo a Colombia hasta que la cosa política empezó a ponerse más difícil", dice Vargas eludiendo una respuesta directa a la pregunta de por qué quiere instalarse en Barcelona.

Cuando prosigue, trata de explicarme los ciclos pedagógicos que el Teatro de los Sentidos presentará a lo largo de este curso en el Polvorín. Serán una mirada a la poética de los sentidos para educadores, psicólogos y artistas. "Nos preguntamos mucho sobre el silencio", dice Vargas. "Las historias respiran por sus silencios".

Y continúa lanzando sentencias que apunto, en forma de lista, en mi libreta. Me doy cuenta de que, entre sentencia y sentencia, son los silencios los que mejor logran explicar lo inexplicable. Son los silencios del Minotauro, las palabras que calla el laberinto.

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