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Reportaje:

El año de las urnas

Con cinco elecciones en los próximos diez meses, el curso político que comienza en septiembre se presenta como uno de los más intensos de la democracia.

La semana que comienza este lunes abre uno de los periodos políticos más intensos de nuestra historia reciente: cinco elecciones en menos de 10 meses (Madrid, Cataluña, Andalucía, generales y europeas) y el cambio de dirigente en el partido que gobierna el país desde hace casi ocho años. Lo que más llama la atención es que van a ser procesos electorales recorridos por importantes debates, con opciones diversas o enfrentadas. El ambiente estará marcado por la presencia del Ejército español en Irak, colaborando, por primera vez en muchas décadas, en la ocupación militar de un lejano país. Y, desde el punto de vista interno, por la irrupción de un debate que parecía controlado, y que se mueve siempre en un filo inquietante: la estructura territorial y el Estado de las autonomías.

"Éstos van a ser los siete meses más largos e intensos de la vida política de José Luis Rodríguez Zapatero", reconoce uno de sus asesores
La crisis en Irak está discurriendo por cauces profundamente irritantes para José María Aznar
Dirigentes del PP y muchos ministros admitían aún este fin de semana que no tenían "ni idea" de quién podría ser el elegido
Lo novedoso en el caso del PP es la extremada rigidez del programa que va a dejar Aznar a su sucesor en todo lo que él considera básico
La ejecutiva del PSOE necesita que entren en funcionamiento todos los resortes del partido para hacer frente a lo que considera una ofensiva brutal

El escenario será también inédito. En un lado estarán el presidente del Gobierno y su sucesor, en una cohabitación desconocida hasta ahora y, sin duda, complicada. El territorio ideológico ha sido acotado por Aznar hasta un extremo tan marcado que no parece que deje mucho espacio para que el nuevo candidato exponga sus propias ideas o, por lo menos, introduzca algunos matices. Pero la experiencia demuestra que en el PP, como en cualquier partido, será difícil que exista aznarismo sin Aznar.

"Aunque ahora pueda parecer que un candidato es más acomodaticio a la presión de Aznar que otro, llegado el momento de la verdad es difícil saber cómo reaccionaría cada uno", mantiene un ex ministro que conoce a los posibles herederos.

En el otro extremo se encuentra el PSOE, con un equipo relativamente nuevo que había decidido, hace menos de un año, desarrollar una línea de oposición "tranquila" y que de repente se ha visto obligado a cambiar completamente de estrategia.

"Éstos van a ser los siete meses más largos e intensos de la vida política de José Luis Rodríguez Zapatero", reconoce uno de sus asesores, que admite que todo el peso del partido va a recaer sobre las espaldas del secretario general porque es lo más sólido de que disponen. Zapatero, que va a estar estos meses casi permanentemente frente a las luces y sin mucho escudo de protección, necesita algún triunfo antes de que lleguen a las generales de marzo. Todo el PSOE tiene puestas sus esperanzas en las elecciones catalanas; mucho más que en las de la Comunidad de Madrid, que casi dan por perdidas. "Cataluña es realmente nuestra piedra de toque".

De momento, la mayor volatilidad en la situación política la pone la crisis de Irak, que se ha convertido en la principal fuente de preocupación del PP y en la arena elegida por los socialistas para reclamar responsabilidades, contrarrestar las ofensivas del PP y atacar la honorabilidad del presidente del Gobierno.

Relación privilegiada

La crisis en Irak está discurriendo por cauces profundamente irritantes para José María Aznar, según reconoce uno de sus asesores. Primero, porque, lo quiera o no, afecta a su credibilidad, y porque puede verse alcanzado por la tempestad que se está formando en el Reino Unido en torno al primer ministro Tony Blair, antes de que le dé tiempo a retirarse formal y voluntariamente de la primera línea de la vida política sin ningún tipo de escándalo.

Segundo, porque día a día aumenta el riesgo que están corriendo los 1.300 soldados españoles enviados a petición del Gobierno norteamericano. Y tercero, porque Aznar siempre apostó por la idea de que la implicación española en la guerra de Irak le permitiría establecer una relación privilegiada con Estados Unidos, reclamar un puesto más relevante en el mundo y sumar a España al eje atlantista más activo.

Tal y como van las cosas sobre el terreno, el debate se está planteando en términos mucho menos brillantes: ¿qué hace el Ejército español en Irak?, ¿qué sucede si se consolida en ese país un movimiento de resistencia contrario a la presencia de norteamericanos y británicos?

"A la espera de que Estados Unidos acepte que la ONU tenga un papel lo suficientemente importante como para amparar, y explicar, la presencia española, Aznar intenta salir del embrollo defendiendo lo hecho hasta ahora, y asegurando que se trata de una lucha antiterrorista", afirma un analista español destinado en la OTAN. "Pero en realidad está cogido entre dos fuegos, porque su Gobierno apoya sin matices al presidente Bush, pero al mismo tiempo suspira por un mayor protagonismo de la ONU que le permita salvar la cara".

"Es muy difícil que un presidente del Gobierno español pueda mantener indefinidamente tropas en Irak si los soldados se ven envueltos en enfrentamientos armados y empiezan a sufrir bajas, o a provocarlas", explica el mismo analista. "Eso lo sabe el presidente Aznar y lo sabe su posible sucesor, así que, sea quien sea, estará soñando ya con poder sacarlos de allí o al menos poder ponerlos bajo bandera azul y disminuir los riesgos".

"La irritación de Aznar se aprecia en sus desplantes al Parlamento español", critica un diputado de CiU, que se pregunta si el presidente del Gobierno piensa acudir a Estados Unidos a finales de este mes para entrevistarse con George Bush sin haber dado respuesta, antes, a los llamamientos de la oposición para que comparezca ante el Congreso de los Diputados. "Sería francamente algo bochornoso", sentencia.

Al margen del problema iraquí, el calendario político español viene sobre todo marcado por la elección del sucesor de José María Aznar como candidato del PP a la presidencia del Gobierno. Dirigentes del partido y muchos ministros admitían aún este fin de semana que no tenían "ni idea" de quién podría ser el elegido.

Lo mismo uno que otro

Los dirigentes populares, en su afán por jugar la carta de la unidad, que consideran clave para el éxito de la operación, han conseguido transmitir la extraña idea de que les da igual, realmente, quién sea su candidato. "Quizá resulte un poco absurda la imagen de un grupo de políticos a quienes les da lo mismo uno que otro líder, pero la opinión pública olvidará todo eso en cuanto se sepa el nombre del sucesor", afirma, algo sorprendido por la pregunta, un experto electoral del PP.

Otra cosa, admite, es que los interesados, y las personas integradas más o menos en sus respectivos equipos, compartan la misma indiferencia. "Lógicamente, hay segundas filas que tendrán mas o menos posibilidades según quién sea el sucesor de Aznar". Asegura que nadie en el PP está molesto por el absoluto control del proceso de que hace gala el presidente del Gobierno, pero acepta que hay algunas voces molestas por el "lentísimo ritmo" con el que se está desarrollando el cambio.

Pese a la aparente calma chicha que Aznar ha impuesto durante casi todo el mes de agosto entre sus filas, algunos dirigentes admiten que no todo ha sido tan tranquilo.

Se sabe, por ejemplo, que Rodrigo Rato y Mariano Rajoy celebraron a principios de mes una comida mano a mano sin Javier Arenas, como era lo habitual hasta ese momento. Diputados cercanos a uno y otro aseguran que sus respectivos jefes de fila no sabían todavía quién era el elegido y que simplemente se prometieron lealtad. ¿Se prometieron también un cierto reparto de poder entre sus segundas filas? "No", mantiene un dirigente provincial que se considera cercano a Rato. "Una cosa es que tanto Rato como Rajoy quieran que se incorporen a futuros gobiernos populares personas que ellos consideran valiosas, y otra, que crean que están obligados a aceptar un equipo cerrado, como algunos se están empeñando en hacer correr".

La idea de que el sucesor tiene que respetar a un equipo que ya existe ha sido defendida por algunos ministros y dirigentes populares, probablemente para tranquilizar a sus propios equipos y reclamar atención al futuro candidato sobre sus situaciones personales. Recientemente, sin embargo, han empezado a surgir opiniones en contra. Incluso el propio Rajoy aprovechó unas declaraciones veraniegas para resaltar que el candidato a presidente del Gobierno tendría que disponer de manos libres para formar su propio equipo.

Las peleas internas entre los distintos equipos forman parte de la lógica de los partidos políticos y de casi todo tipo de organización. Lo novedoso en el caso del PP es la extremada rigidez del programa que va a dejar José María Aznar a su sucesor en todos y cada uno de los aspectos que él considera básicos. "El presidente del Gobierno deja perfectamente claro lo que piensa", asegura un asesor próximo a La Moncloa. ¿Piensan lo mismo Rodrigo Rato o Mariano Rajoy respecto a la inmovilidad de los estatutos de autonomía, la exigencia del déficit cero pase lo que pase, el papel de España en el mundo, la situación en Irak o la importancia de la religión? "En lo básico sí", mantiene un diputado próximo a Rajoy. Pero añade, como si fuera gallego: "Claro que en política lo importante son los matices, ¿no?".

En lo que parecen coincidir todos los seguidores de Rodrigo Rato y de Mariano Rajoy es en que ellos dos son los únicos candidatos posibles. Medios económicos y financieros dan por seguro a Rato, mientras que el sector clásico del PP, representado por personas próximas a Francisco Álvarez Cascos, resalta el papel de Rajoy. Y entre ellos hacen cálculos y predicciones sobre la posibilidad de que Rajoy siguiera en un Gobierno presidido por Rato, mientras que descartan la posibilidad inversa.

"Lo único que todos damos por seguro", bromea un veterano diputado, "es que sea quien sea el candidato, si gana las elecciones, tendrá un vicepresidente cantado: Javier Arenas". El secretario general ha recibido este verano en Andalucía a buena parte de los cargos importantes de su partido y sigue desplegando una actividad feroz como agresivo portavoz de su partido.

Nadie en el PP parece disponer de una explicación coherente a la desaparición en casi todas las listas del tercer vicesecretario del partido, Jaime Mayor Oreja, que figuró al principio en igualdad de condiciones con Rato y Rajoy. Personas próximas al político vasco niegan que se haya retirado voluntariamente de la carrera. Algunos aventuran la idea de que Mayor Oreja, en cuanto demócrata cristiano, ha contado siempre con la oposición de importantes sectores del PP. "Entre nosotros es broma recordar que la Democracia Cristiana acabó ya en España con dos partidos, UCD y AP. Por ahora", ironiza un diputado de procedencia liberal.

Campo de enfrentamiento

Todos los grupos políticos coinciden en que el tema de la organización territorial del Estado es el campo que eligieron Aznar y su equipo más íntimo de colaboradores desde hace meses para atacar al PSOE. El mensaje se ha ido perfilando y endureciendo hasta llegar a la formulación actual: ya no se trata de oponerse y de bloquear el llamado plan Ibarretxe (objetivo en el que coincide con los socialistas), sino de cerrar el paso a cualquier reforma de los estatutos de autonomía. El modelo autonómico está cerrado, mantiene Aznar, convencido de que esa postura le atraerá miles de votos en amplios sectores del país y de que planteará serios problemas a los socialistas, que parten de un modelo teórico federal, mucho más abierto.

"Nosotros no nos jugamos nada en Cataluña", explica un dirigente popular. "Sólo podemos mejorar respecto a los resultados anteriores, que fueron muy malos". La incorporación de Josep Piqué, estiman, ayudará a suavizar la imagen, mientras que se mantiene un discurso duro de enfrentamiento con Pasqual Maragall, con la esperanza de arrebatarle algunos votos en los medios de la inmigración de cinturones industriales.

En privado, algunos expertos populares admiten que Aznar quiere enfocar las elecciones catalanas como un test para Rodríguez Zapatero. Desde su punto de vista, sería la primera ocasión de lanzar el debate sobre la idea de España que volverá a ser la piedra de toque en marzo de 2004 y de ir comprobando su efecto en el electorado de toda España.

El debate no parece preocupar a Pasqual Maragall, convencido de que sus votantes le conocen perfectamente desde su época de alcalde de Barcelona y de que no desconfían de su lealtad a la Constitución. Pero sí inquieta, y mucho, en las filas del PSOE, donde se temen los efectos que puede tener en Andalucía, Asturias o Castilla la utilización electoral del tema de la cohesión territorial de España.

"La campaña del PP en este asunto ha sido tan insidiosa y sucia que ha tenido una virtud: nos ha hecho comprender que no podemos distraernos un minuto", asegura un dirigente del PSOE, que admite que han recibido muchas críticas internas por su manejo de la crisis de Madrid y por el hecho de que parecieran completamente absorbidos por esa batalla.

Finalmente, el PSOE ha decidido organizar una nueva estrategia. "La idea es salir del rincón defensivo en que quieren meternos y lanzar una ofensiva clara de nuestras propias posiciones, en defensa de la Constitución y de las autonomías", explica un miembro de la ejecutiva socialista. Las encuestas, asegura, indican que los electores no creen que el PSOE pueda poner en peligro la unidad de España.

Los socialistas quieren abrir esa campaña con motivo del 25º aniversario de la Constitución. "Tenemos que ser capaces de explicar que el señor Aznar prefiere en Cataluña a Artur Mas, que es un nacionalista con tesis soberanistas, antes que a Pasqual Maragall, simplemente porque es un socialista y porque su victoria daría fuerzas a Zapatero en el resto de España", asegura un dirigente nacional.

Evitar debates

El problema es que, antes que nada, el PSOE tiene que estrechar sus propias filas y evitar polémicos debates internos. "Eso ya lo hemos logrado", mantiene un miembro de la ejecutiva. "Bono, Maragall o Chaves dicen las mismas cosas". Otros destacados militantes tienen sin embargo más dudas sobre la capacidad del actual equipo dirigente para controlar los distintos discursos. "Lo peor que nos puede pasar es que Zapatero dé la impresión de no controlar al partido en estos temas", reconoce un miembro de la ejecutiva. "Es evidente que este debate no es el que más nos conviene frente a unas elecciones generales porque no siempre somos capaces de dar el mismo mensaje en todas partes", acepta otro dirigente socialista, "pero una vez que el PP ha abierto ese boquete, lo que no podemos hacer es acobardarnos". "Somos quienes más hemos defendido el Estado de las autonomías y la Constitución. El PP jamás lo ha hecho, y ahora sigue poniendo todo en peligro", insiste.

La ejecutiva socialista es consciente de que necesita que entren en funcionamiento todos los resortes del partido para hacer frente a lo que considera una ofensiva brutal. El peligro es que determinados sectores no se sientan implicados en la batalla de la dirección por problemas anteriores.

El equipo de Zapatero afirma que la etapa de la oposición tranquila se ha acabado y que el secretario general ha marcado ya una nueva línea. A partir de ahora, se trata de mejorar el frente interno con la "visualización" de un equipo más amplio que no suplante a la ejecutiva, pero que permita llegar a sectores más extensos de la sociedad. El problema que suscitó la presencia en esos equipos del economista Miguel Sebastián ha sido superado, y la idea, finalmente aceptada por miembros de la ejecutiva como Jordi Sevilla, que se habían sentido postergados. Muchos recordaron que sólo cuatro de los 37 miembros de la ejecutiva que presidía Felipe González en 1982 fueron llamados a formar parte del Gobierno.

En primer término, Jaime Mayor Oreja, Mariano Rajoy y Rodrigo Rato, en el acto de presentación de FAES por Aznar,  en noviembre de 2002.
En primer término, Jaime Mayor Oreja, Mariano Rajoy y Rodrigo Rato, en el acto de presentación de FAES por Aznar, en noviembre de 2002.BERNARDO PÉREZ

Un escenario vasco menos agitado de lo previsto

CASI TODOS LOS POLÍTICOS se fueron de vacaciones convencidos de que a su vuelta el curso estaría condicionado por el debate del plan Ibarretxe y su propuesta de libre asociación de Euskadi y que la situación en el País Vasco iba a entrar en una etapa de gran agitación política y social. Sin embargo, ahora parece que las decisiones más importantes han quedado congeladas y que el debate previsto en el Parlamento vasco para el próximo día 26 de septiembre no versará sobre un texto legal, articulado y formalmente enviado para su discusión y aprobación. Tampoco está previsto ya que se produzca una votación al respecto. El lehendakari, explican sus portavoces, quiere que se mantenga abierta la discusión del proyecto "en la sociedad vasca", pero no tiene intención de iniciar el trámite parlamentario correspondiente.

Es posible que la filtración del documento (o de uno de sus borradores) haya sido determinante para este parón efectivo. El PNV ha recogido muchas críticas y ha constatado que no dispone de suficientes apoyos en el Parlamento de Vitoria para sacar adelante el texto. La reforma exige mayoría absoluta, y los nacionalistas vascos sólo podrían conseguirla con el sostén de la ilegalizada Batasuna, un apoyo muy problemático, dado, además, que ETA ha hecho saber que no comparte el plan Ibarretxe y que no ha suspendido, en absoluto, sus actividades terroristas. Los socialistas vascos también le han adelantado su tajante oposición.

La rentrée política en Euskadi se produce pues en un escenario menos agitado políticamente de lo que cabía esperar, porque una cosa es que se siga hablando del plan Ibarretxe y otra que se ponga en marcha el proceso parlamentario necesario para llevarlo a cabo, con sus plazos y textos legales. El lehendakari Ibarretxe ha vuelto a insistir además en dos principios que, por el momento, hacen imposible la aprobación de su proyecto soberanista. El proceso no puede culminar, dijo, sin que antes se llegue a un País Vasco sin violencia. Y tampoco podrá llevarse adelante si no recibe el respaldo no sólo de la mayoría de los votantes del conjunto del País Vasco, sino también de los de cada territorio concreto, algo que no parece al alcance del PNV en Álava.

Está claro, sin embargo, que el lehendakari quiere mantener vivo el proyecto hasta las elecciones generales de 2004 y que no le importa que el Partido Popular lo convierta en uno de sus principales motivos de enfrentamiento electoral. Los nacionalistas vascos, que tienen también que iniciar pronto su proceso de renovación interna, con Xabier Arzalluz incluido, esperan con mucho interés el resultado de las elecciones catalanas. Si Pasqual Maragall gana, sería la primera vez que los nacionalistas quedarían apeados del poder en una nacionalidad histórica desde la reinstauración de la democracia.

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