Sáenz de Santa María, militar constitucionalista
El teniente general José Antonio Sáenz de Santa María murió el lunes después de 70 años de protagonismo en la vida pública española sin haber conseguido que sus amigos, que eran muchos, sus adversarios, que no eran pocos, los periodistas y hasta los redactores del Boletín Oficial del Estado escribiesen correctamente su nombre. Quienes no confundían su Sáenz auténtico con Sáez unían Santa María en una sola palabra. En cambio, sí logró enmendar, y con méritos más que sobrados, el que había sido el gran error de su vida: haberse equivocado de bando en julio de 1936, cuando en su condición de joven y utópico falangista se alistó voluntario para combatir a las órdenes del coronel Aranda en la sublevación nacionalista de Oviedo.
Sáenz de Santa María pasó una gran parte de su infancia en la cuenca carbonífera asturiana del río Nalón y, aunque hijo de ingeniero y por tanto beneficiario de un estatuto privilegiado, siempre mantuvo muy claras las ideas y reivindicaciones sociales que le contagiaron los mineros desarrapados que algunas veces se manifestaban ante su residencia. La Guerra Civil frustró sus deseos de estudiar arquitectura y le encauzó hacia una profesión con la que nunca había soñado, la de las armas. Enseguida le apasionó la actividad militar y a ella dedicó su vida. La primera etapa, después del final de la contienda en 1939, se concentró en formarse, partiendo de su condición de alférez profesional, y ajeno por completo a los rigores de la dictadura surgida de la contienda.
Que se hallaba en el bando equivocado lo descubrió un día de abril en que por una serie de casualidades le tocó acompañar bien provisto de curiosidad a Franco en una jornada de pesca en el río Sella. Antes de sentarse a comer en una tienda de campaña instalada en las proximidades de Cangas de Onís, el caudillo, de pie y eufórico ante el número de capturas que había conseguido, atendió a un ayudante que acaba de llegar de Madrid con un asunto urgente y, por lo que enseguida Santa María intuyó con el oído muy atento, importante. "Todo está confirmado, mi general. La entrevista fue en Bucarest hace tres días", le anticipó el emisario, un oficial de los servicios de inteligencia que manejaba el almirante Carrero Blanco, al tiempo que le tendía una hoja mecanografiada.
El teniente general Manuel Díez Alegría, jefe del Estado Mayor del Ejército, había aprovechado una visita a Rumania, donde su mujer iba a ser tratada por la doctora Aslan con Gerovital, para entrevistarse informalmente y sin autorización con el presidente comunista Nicolae Ceaucescu. Franco leyó el despacho por encima y, sin alterarse de manera perceptible, se volvió hacia el jefe de su Casa Civil, general Fuertes de Villavicencio, sentenció: " Que cese."
Sáenz de Santa María sentía una gran admiración por sus paisanos y colegas en el Ejército, los hermanos y generales Manuel y Luis Díez Alegría. Conocía mejor que nadie su entrega, su patriotismo y su lealtad a los principios del Régimen y al propio jefe del Estado. La frialdad de aquella reacción del Caudillo, sin esperar siquiera a que Manuel pudiera explicar lo ocurrido, le encendió algunas luces en la cabeza y enseguida le sumió en una reflexión profunda sobre lo que estaba ocurriendo en España. Fue entonces cuando comprendió que las previsiones del Régimen para perpetuarse eran absurdas y que España acabaría convirtiéndose más pronto que tarde en una democracia. Y se propuso, cuando llegase el momento, trabajar para conseguirlo.
Su valía profesional, siendo ya coronel, y su prestigio le llevaron, precisamente de la mano del general Luis Díaz Alegría, ya en los últimos tiempos del dictador a la jefatura del Estado Mayor de la Guardia Civil. Allí adquirió experiencia y conocimientos en materia de orden público, y, de manera más específica, en la lucha contra el terrorismo. Fue testigo excepcional de los principales acontecimientos que se vivieron en España en la década de los años setenta. Colaboró con seis directores generales de la Guardia Civil, frenó al general Carlos Iniesta Cano en sus delirios golpistas el día que asesinaron a Carrero Blanco y, no había transcurrido aún una década, era él quien asumía, con el Gobierno de Felipe González, la Dirección General del Cuerpo por el que siempre había sentido una gran admiración.
Pero antes había sido colaborador estrecho con los diferentes ministros del Interior, desde Manuel Fraga a Martín Villa; inspector de la Policía Nacional, institución que amoldó no sin dificultades a los cánones de una policía para la convivencia en democracia; delegado del Gobierno en el País Vasco en los días de mayor intensidad del terrorismo; capitán general en Valladolid y Barcelona; creador de los GEO, y un hombre clave para la neutralización del intento de golpe de Estado del 23-F. Aquella actuación y sus declaraciones en el juicio contra los golpistas le granjearon la animadversión de sus colegas del sector involucionista. Tanto que su ascenso a teniente general lo consiguió gracias al voto de calidad del presidente del Consejo, el general demócrata José Gabeiras.
La defensa de la democracia la sostuvo en dos frentes: contra sus colegas de ideas más autoritarias y en su lucha contra el terrorismo, especialmente el terrorismo etarra. Entendía que al terrorismo no había que hacerle concesiones mientras permaneciese activo, y que los responsables de frenarlo debían contar con un marco legal amplio y flexible para poderlo combatir con eficacia. Alguna vez se le acusó de complicidad con los GAL, cuya actuación coincidió con su etapa de director general de la Guardia Civil. Lo desmentía tajantemente, como rechazaba que el GAL -una prolongación de la guerra sucia que venía de atrás - se tratase de terrorismo de Estado. Sin embargo, encontraba explicable que ante una lucha tan difícil surgiesen iniciativas de esa naturaleza.
"Luchar contra el terrorismo es muy complejo", advertía. "Para empezar, en esa lucha hay cosas que no se deben hacer, y si se hacen, no se pueden decir, y si alguien las dice, hay que negarlas".
[José Antonio Sáenz de Santa María Tinture nació en Gijón (Asturias) el 15 de diciembre de 1919 y murió en Madrid el pasado lunes. Su funeral se celebrará hoy por la tarde en la catedral de Oviedo, ciudad donde será enterrado. Pedro de Silva, ex presidente socialista de Asturias, declaró ayer al diario ovetense La Nueva
España: "Sáenz de Santa María fue uno de los grandes militares constitucionalistas, miembro de una generación nacida en los cuarteles del franquismo pero de inequívoca vocación democrática. El 23-F jugó a fondo la carta de la democracia, y lo hizo desde el primer momento, sin vacilaciones. Tenía una inteligencia natural poco común, un finísimo y sutil talento (...) Y cuando le tocó mantener posturas a contracorriente, lo hizo con firmeza y con total honradez"].
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.