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VISTO / OÍDO
Columna
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Fosas de agosto

Fue también en agosto cuando se echó la tierra sobre los cadáveres calientes en las fosas que ahora se destapan. Las camionetas de falangistas, requetés o guardias civiles iban de un pueblo a otro, y apenas miraban: iban tras el dedo del cura o del terrateniente, el índice que era en realidad el asesino. Un par de cosas: no todos los crímenes son iguales, y sólo esta parte quedó impune, y premiada. No todos los crímenes son iguales: las infinitas distinciones que hacen los códigos de todos los países, hasta las eximentes, ofrecen una matización considerable. No es lo mismo el crimen del amo que el del esclavo. En cuanto a los crímenes de los rojos, aparte de los inventados, fueron castigados con creces. No entro en cifras, porque son desconocidas: las de ahora dicen que el crimen político de Franco fue el doble que el republicano. Sí entro en condiciones y estilos: el crimen revolucionario y el contrarrevolucionario, que es el que ahora se va revelando, es infinitamente menor en cuanto a culpabilidad que el crimen del tribunal militar, sable y cristo de marfil en la mesa, que dictaba penas de muerte sin casi ver expedientes ni siquiera caras. Menor, peor, son cantidades relativas en este asunto, que es puramente de conciencia: para mí es peor el que se ampara en una ley que enmascara otras hasta el punto de hacer un mundo al revés: el sublevado mata al leal por sublevación, y todo se altera de tal modo que hay que esconder la verdad en un tiesto, como hice yo con algún carnet. No hay como el que se comete, en cualquier país y con cualquier persona, aplicando la pena de muerte, y cuantas más garantías tenga el condenado, peor: cuantos más años en su celda el que está recurriendo a una maquinaria que no cesa, más horrible. No es sólo este hecho el que me daña moralmente, o quizá me libera: sable desnudo, cristo en la mesa, libro de ley, flechas en el pecho, me hacen pensar siempre en ese horror de julio y agosto: y de años y años, hasta que en 1945 el compadre Hitler perdió la guerra.

("No hay que recordar esas cosas", dice ahora el que llevaba la pistola al cinto; o la llevaban sus padres, sus abuelos, sus camaradas. Son la historia, y hay que recordarlas para saber en qué medida están en el día de hoy, y no sólo con fiestas de moros y cristianos. Ni mucho menos para pedir venganza. Pero sí para saber quién está, porque manda quien manda y porque no come el que no come).

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