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Columna
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La dicha del olvido

Es un lujo para Madrid contar con un político tan excepcional como Ricardo Romero de Tejada: nos hace caer en las miserias en las que incurrimos al vivir tan obsesionados con el trabajo y con llegar a fin de mes en lugar de olvidarnos como él de esa condenación bíblica y su consiguiente vulgaridad que es la paga. Así debe de haberlo entendido también su compañera Esperanza Aguirre para ver virtud en el olvido de este modelo. Después de haber logrado convencer a muchos amigos de que Aguirre no es tonta, no sé cómo convencerles ahora de que es inocente. Yo ignoraba, sin embargo, que Romero de Tejada estuviera dotado de una tan particular visión del mundo para llegar a ser lo que se dice un creador. Un creador por la manera singular de apreciar la existencia, amén de un ejemplo de desinterés por el modo de olvidar lo rutinario. Sólo así se te puede escapar que tienes un trabajo y que cobras por él, como le pasó a don Ricardo con su empleo de fotocopiador. Bien es verdad que tan modesta ocupación pudiera no parecer la más indicada para un hombre de tal apostura y de dotes intelectuales tan evidentes, pero sería miserable deducir del humilde carácter de su trabajo que lo olvidara por vergüenza de pobre. Es más: cabría pensar en todo caso que callara por pudor la humildad de su dedicación para no avasallarnos con su ejemplo.

Tanto reclamar a nuestros representantes un ejercicio de pedagogía política, como si tuvieran que enseñarnos a ser decentes y se guardaran en la manga las fórmulas, y va este secretario general de los populares madrileños, nos da una lección de cómo hay que vivir y no se lo agradecemos. Y es que la envidia que sentimos los que no podemos olvidarnos de nuestro trabajo, ni de si nos han ingresado el sueldo o no, frente a un hombre que rehúye nuestra vulgaridad y se olvida de todo eso, nos lleva a la incomprensión de seres tan únicos como él.

Supongo que otro tanto les pasará a los que no tienen trabajo y sólo por eso se ahorran el olvido de su salario. Y no digamos nada de los ocho millones de pobres de solemnidad, censados por Cáritas, envidiosos de quien puede olvidarse de su trabajo y seguir recibiendo un sueldo del que también se olvida. Pero si virtud hay en Romero de Tejada por todo cuanto señalo, un halo de santidad adorna a los empresarios que le permiten los olvidos, le agradecen, además, que no les reconozca públicamente la generosidad de jefes únicos y los niegue como Pedro a Cristo, sin expresar molestia por la negación como en el caso de Jesús, que era un susceptible.

El verdadero Estado de bienestar es el que representan Romero de Tejada y sus patronos, pero no creo que a Cuevas le convenza el modelo, ni que Aznar se haya perdido con él a un ministro de Trabajo, aunque para esa cartera haya nombrado a otro fantasioso capaz de olvidarse de sí mismo si conviniera. Han ganado, sin embargo, un modelo de lo que puede ser un buen militante del PP en estado de gracia, con lo cual es posible que se incremente mucho la militancia madrileña dispuesta a olvidar el trabajo, la paga y el nombre de su empresa. El que es capaz de olvidar el nombre de quien le retribuye no tendrá obstáculos para mayores olvidos y, en consecuencia, será un dirigente impagable para las horas de los silencios convenientes.

Lo que resulta más llamativo es ver a la inocente Esperanza Aguirre preocupada por el Estado de derecho no en función de la amnesia de Romero, sino de la ilegalidad del control de las llamadas telefónicas comprometedoras. Una preocupación que no debe de ser nueva en ella, ya que debió de vivir como propio el calvario de Jaume Matas en Baleares cuando decidieron entrar en los ordenadores ajenos. Pero a nada debe temer la candidata Aguirre: los ciudadanos de Madrid hemos aprendido mucho de leyes y poco de claridades, con lo cual estamos ahora en una fase de iniciación teológica, que es la que le sirve al fiscal, tan piadoso, para no usar la ley mientras tanto. Ahora bien, entre todos los misterios a descifrar ya no figura el de cómo hacerse rico sin dar palo al agua, sino el misterio de poder vivir olvidado del palo y del agua. Así que si el PP quería ilustrarnos sobre el valor ideológico de los olvidos o sobre qué nos diferencia a los ciudadanos corrientes de un dirigente especial, no pudo encontrar mejor ejemplo que Romero de Tejada. Y si ése es el espíritu que su amigo Rodrigo Rato quiere traer a la España del PP de la próxima legislatura, ya sabe el que no consiga vivir olvidado del trabajo y del salario que tendrá que ir al infierno a quejarse.

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