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Ciencia recreativa / 18 | GENTE
Columna
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El demonio de Tasmania

Javier Sampedro

El primer europeo en pisar la isla de Tasmania, 240 kilómetros al sur de Australia, fue el gran explorador holandés que le dio nombre, Abel Tasman. Eran los primeros días de diciembre de 1642, y la isla estaba habitada por un centenar de tribus, con unas 50 personas cada una, que deambulaban por su territorio comiendo poco más que bayas silvestres. Su aspecto era distintivo. Tenían el índice nasal más ancho registrado en la historia, su piel era aún más cobriza que la de los aborígenes de la vecina Australia, y su pelo, más rizado. Eran el pueblo con la tecnología más primitiva de todos los que constan en la historia de la antropología. Pese a vivir en una isla, no sabían pescar, desconocían la canoa y la aguja de coser, no tenían lanzas, ni hachas de piedra. Ni siquiera manejaban el fuego, una tecnología muy anterior al origen de la especie humana actual, el Homo sapiens. ¿De dónde habían salido aquellas tribus paleolíticas?

Hoy sabemos que los tasmanos habían llegado desde Australia hacía más de 25.000 años, cuando Tasmania estaba unida al continente por una lengua de tierra. Y la arqueología ha demostrado que aquellos primeros pobladores poseían todas esas tecnologías, que eran un patrimonio común de la humanidad. ¿Qué había ocurrido? Pues que, hace unos 12.000 años, la lengua de tierra que unía Tasmania al continente australiano había quedado sumergida. Los tasmanos habían quedado aislados del mundo, y su cultura se anquilosó, se necrotizó y se evaporó. Por lo demás, la colonización europea fue una vergüenza, como de costumbre, y la última mujer tasmana, llamada Truganini, murió en 1876.

Tasmania es el caso extremo del efecto descrito por el antropólogo Jared Diamond, que explica los grandes rasgos de la historia -dónde surgió la civilización, qué sociedades se volvieron dominantes, qué poblaciones cayeron víctimas de las anteriores-, por las enormes ventajas que siempre han tenido las culturas abiertas, mestizas, integradoras de distintas tradiciones. Tasmania retrocedió 60.000 años por culpa del aislamiento extremo, pero el mundo ha estado siempre bien nutrido de tasmanias de baja intensidad.

La civilización surgió en varias partes del mundo hace unos 5.000 años como consecuencia directa de la invención, 5.000 años antes, de la agricultura, que permitió el desarrollo de los primeros asentamientos humanos, las primeras ciudades, la división del trabajo, la tecnología metalúrgica y la escritura. Pero Diamond destaca que, en los puntos en que surgió la civilización, los seres humanos no tenían nada de especial. No eran más listos, ni más sensatos, ni más sociables. Simplemente, ocurrió que las especies animales y vegetales más aptas para la domesticación resultaron estar en Oriente Próximo, China y Latinoamérica. Por tanto, ahí surgieron las civilizaciones occidental, china y precolombina.

A partir de entonces, Eurasia jugó con ventaja por dos razones. La primera es que era un territorio enorme, y la gente se movía por todas partes intercambiando bienes y, sobre todo, innovaciones, que se fueron concentrando en los principales lugares de paso. La segunda ventaja es que Eurasia es horizontal, por así decir, y ello permite que las plantas de cultivo y los animales domesticados en una zona puedan exportarse al este y al oeste por todo el continente.

Como señala Steven Pinker en The blank slate (La tábula rasa, editorial Viking, 2002): "Los caballos domesticados en las estepas asiáticas podían extenderse al oeste hasta Europa, y al este hasta China; pero las llamas y alpacas domesticadas en los Andes no se pudieron desplazar al norte hasta México, de modo que las civilizaciones maya y azteca se quedaron sin animales de carga".

Los imperios griego, romano, español y británico se beneficiaron de una enorme cantidad de conocimientos amasados durante miles de años y decenas de miles de kilómetros. El verdadero demonio de Tasmania fue el aislamiento.

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