Lobo de mar, en tierra
Durante algo más de cinco años fue delegado del Consell en Valencia, decidió después seguir en política y aceptar la dirección general de Interior. Con el lote iba la incompatibilidad manifiesta con las vacaciones. Como lujo, quitarse la corbata durante el mes de agosto, hacer escapadas muy contadas, siempre con cobertura garantizada y controladas las posibilidades de movilidad inmediata. Así que, del velero que tiene, por el que se hizo patrón de barco hace ya años, poca cosa, a lo sumo se aleja de la orillas algunas millas y vuelve para matar la ansiedad que le provoca no hablar de día y de noche con el que considera su elemento natural: el mar. Los viajes son mentales, pero no confiesa a dónde va.
En línea con la vocación marinera, no tiene puerto fijo. Sus vacaciones son siempre en lugares de horizonte azul, pero sin echar ancla. Este año está pegado a la ciudad, en menos de 20 minutos planta pie en la consejería. Con esa posibilidad cierta de tener que salir corriendo más de una vez, salió del despacho el pasado día 18.
Sus tres hijos, de 17, 15 y dos años, y su mujer, conviven con las alertas del busca. Y él, metido en faena, se especializa en el aprovechamiento del tiempo, por eso en la maleta metió un manual sobre gestión del tiempo. Junto a ese ejemplar de autoayuda van otros de vela -lo que más le gusta y relaja- y alguna novela, por si acaso le tienta.
Tiene 44 años, es médico, está entre los espectáculos, los incendios, otras catástrofes y el lío de bous al carrer. Tiene tablas ante el público y eso le hace torear las dificultades. Pero eso sí, de los tiempos de cantautor guarda el sabor de los aplausos, y algunas de la letras que compuso y cantó por bares de Valencia, y no hace ascos a cámaras y micros.
Es un enamorado de la música. Para Ibáñez es un universo de emociones, se pega a los que la practican y la admiran. Conoce bien Operación Triunfo, la explicación es doble: los hijos, ya se sabe; y su relación directa con el espectáculo. Conclusión: de entre todos los triunfitos una, Chenoa, porque tiene un buen directo, garra en el escenario dice.
Le puede la curiosidad, así que desde la música clásica, de la que no se puede despegar, camina hacia nuevos ritmos. Ya no coge la guitarra, ni es de los que canta para los amigos animando las veladas. No. Él era profesional de la música -la afición la ha heredado, parece, su hijo de 15 años- y a pesar de su poca voz, así lo reconoce, se subía al escenario con vocación de trasladar su visión del mundo. Desde hace diez años, no abraza la guitarra, está enganchado a la política. Y en esa nueva etapa de su vida ha ido incorporando otras actividades, como la de los deportes de raqueta, incluidos los de última generación. Conserva, eso sí, la afición por caminar por la orilla del mar a muy temprana hora, cuando la soledad se palpa. Confiesa que ése es un momento especial que le ayuda a empezar el día, le da la oportunidad de hablar consigo sin más fondo que las olas.
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