_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Pirómanos

El mundo está que arde, como si hubiesen reventado las costuras ignífugas naturales que algún día debió de tener, puesto que logró sobrevivir y generar vida en un universo donde la mayor parte de la materia es de una belleza y una infertilidad desoladoras.

Antes de la aparición del ser humano como especie, la Tierra ardía de mil maneras mucho más elegantes: no se puede ni comparar el esplendor trágico de un rayo o de un volcán con un pirómano imbécil armado con un mechero de plástico. Este hermoso planeta nació sin nosotros y sin nosotros morirá seguramente. Aunque quizás lo haga por culpa nuestra y arder sea su manera de extinguirse en el frío espacio.

Incendios provocados, fallecimientos debidos a la canícula, explosiones, apagones de luz, asesinatos, guerras a medio luchar, abandonos de recién nacidos... son algunas de las llamas que flamean por doquier en este verano ardiente.

El mundo es cada día menos voluntad y más representación, y, como sabemos que tristemente a él también le llegará su hora, a veces una se dice a sí misma que sería lamentable perderse un espectáculo tan grandioso y de tan dudoso buen gusto. Que no estaría mal poder asistir al fin del mundo sentada en la primera fila. Aunque no me desanimo del todo: creo que aún es posible que los contemporáneos lleguemos a tiempo de presenciar la función. Desde luego, no se puede decir que no hacemos lo que podemos para que salga bien el ensayo general. Especialmente, los nauseabundos pirómanos.

Cuando sube mucho la temperatura, todo se apresura a pudrirse, desde la comida hasta las esperanzas. Pero, con o sin calor, no hay que hacerse ilusiones respecto a la prevención efectiva de la mayoría de los desastres. Excepto, tal vez, en lo que atañe a los pirómanos patrios. Jonathan Swift escribió Una modesta proposición destinada a evitar que los niños de Irlanda sean una carga para sus padres y el país sugiriendo una solución contundente, pero de lo más eficaz, para resolver aquel viejo problema: cocinar a los pequeñuelos, y luego comérselos. A lo mejor deberíamos aplicar sus tesis con los pirómanos. Así podríamos concentrarnos en los fuegos que (todavía) se pueden apagar con el entendimiento.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_