Palabras de arcilla
Hace unos 10.000 años, coincidiendo con la invención de la agricultura, los habitantes de Mesopotamia empezaron a utilizar unas figuritas de arcilla con distintas formas de objetos y animales. Cuatro mil años después las figuritas empezaron a diversificarse al rebufo de la creciente actividad comercial en las recién inventadas ciudades. Es probable que constituyeran algún tipo de registro mercantil de la época, y muchas veces estaban selladas dentro de una caja, también de arcilla, tal vez consignando una deuda. Para saber qué figurita había dentro sin necesidad de romper la caja, los registradores aprendieron pronto a grabar en la caja un símbolo de lo que había dentro.
De pronto, alguno de aquellos funcionarios sumerios debió de pensar: "¿Para qué demonios queremos las figuritas si el símbolo grabado ya nos indica lo que hay dentro de la caja?". Ese destello de rebeldía marcó el origen de la escritura. Bendito funcionariado.
La escritura sumeria, o cuneiforme, fue al principio meramente ideográfica: cada símbolo representaba un objeto, un animal o una persona, y no era más que un dibujo estilizado de su forma real. Pero pronto algunos símbolos empezaron a representar sonidos en vez de cosas. Por ejemplo, como la preposición sumeria en sonaba casi igual que la palabra agua, el símbolo del agua (algo parecido a www) se comenzó a usar para significar en.
Los micénicos idearon hace 3.400 años un sistema de escritura libre de toda representación pictórica, o ideográfica, y basado exclusivamente en la codificación de los sonidos del lenguaje hablado. Se llama lineal B, y era un sistema estrictamente silábico: cada par de consonante y vocal tenía asignado un símbolo escrito. Y muy poco después los fenicios inventaron la primera escritura alfabética, en que cada signo escrito no representa ya un objeto, ni una sílaba, sino un fonema, un átomo del lenguaje hablado. Todos los sistemas de escritura alfabéticos son herederos del alfabeto semítico, aunque hubo que esperar a que ese sistema se adaptara al griego, hace unos 3.000 años, para que incluyera los signos de las vocales además de las consonantes.
El desarrollo de los sistemas de escritura no tiene nada que ver con la biología, pero es una metáfora increíblemente buena de la evolución del lenguaje, que es uno de los mayores enigmas a los que se enfrenta la genética actual. El gran lingüista Ray Jackendoff cree que el primer paso que dieron los homínidos en ese tortuoso camino evolutivo fue el uso de sonidos que representaban situaciones completas, y que no eran verdaderos símbolos, porque sólo se usaban en combinación con la situación dada. Muchas de estas palabras, por cierto, han dejado huellas en nuestros lenguajes actuales: hola, adiós, epa, uf, el no con que intentamos impedir algo, el shh con que mandamos callar y hasta el hey de Julio Iglesias. Las personas que han perdido por completo el habla por un grave daño en el hemisferio izquierdo de su cerebro, donde reside el lenguaje, aún son capaces de usar esas palabras, auténticos residuos fósiles de un sistema verbal utilizado en la noche de los tiempos. Y, en nuestra metáfora, equivalen a las figuritas selladas en sus cajitas de arcilla.
El siguiente paso es el uso de verdaderos símbolos: palabras que, como guau o papá, pueden servir para advertir que viene un perro, o un padre, pero también para preguntar por él, y por tanto se han independizado de la situación a que hacen referencia. Si el símbolo está grabado en la cajita, ¿para qué queremos la cajita? Después, según Jackendoff, vinieron las palabras construidas a base de combinar sílabas (como aún hacen los niños de un año, y como la escritura lineal B micénica), y sólo después llegó la poderosísima combinatoria de fonemas individuales, que nos permite manejar decenas de miles de palabras jugando con sólo una veintena de sonidos elementales. ¡La historia del alfabeto ha reescrito la evolución del cerebro humano!
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