Moby sacude Benicàssim con un concierto triunfal
El artista impuso su estrellato en la clausura
Apareció. Se tuvo que esperar hasta el penúltimo concierto del último día, pero apareció. El héroe que necesitaba la novena edición del Festival de Benicàssim pisó escena cerca de las dos de la madrugada del lunes y al marchar ceñía sobre sus sienes la hasta entonces vacante corona de ganador.
Se llama Moby y protagonizó un verdadero concierto de estadio en el que 30.000 personas corearon estribillos mientras bailaban lanzando puñetazos de satisfacción al aire. El nombre de Moby puso la rúbrica triunfal a la última noche.
La atonía que había presidido las noches anteriores encontró fácil solución con Moby, un chico listo, una estrella del rock. Al llegar pidió peras tropicales, lo que indicó a la organización que estaba tratando con una estrella que se contraría cuando un capricho se frustra. Momentos después, también como las estrellas, Moby salió a escena dispuesto a devorarse a toda la multitud, que acabó enloqueciendo con su concierto.
Moby aplicó en directo la fórmula que le ha aupado a tal estatus: la espabilada fusión de los tres lenguajes dominantes de la escena musical juvenil. De la electrónica obtiene la pulsión bailable y fiestera; del pop, el concepto de canción que sólo funciona si existe un estribillo, y del rock, la actitud desafiante y arrojada que convence al público de que está viendo a alguien con bemoles. Moby remató la faena hablando en castellano, denostando la guerra como ciudadano estadounidense y haciéndose el simpático. Musicalmente el concierto fue vulgar, un mejunje oportunista de lenguajes consabidos, pero, al césar lo que es del césar, Moby presentó en Benicàssim su candidatura al futuro.
Brett Anderson apuró el presente ganándose un honorable puesto en el escalafón de este año. Descargó todos sus clásicos poniendo el empuje del principiante y demostró que Suede tiene un pasado que gestionar.
El festival mismo también tiene cosas que gestionar. La más importante se llama éxito, pues no hay otra manera de calificar 30.000 asistentes a una edición con cartel flojo. Superados con nota los aspectos relativos a producción, diseño de espacios y funcionamiento general del evento, sus rectores pueden dedicarse por completo al concepto artístico, sabiendo que además se mueven sobre un colchón estable de público fiel. Definir esa línea de programación a lomos del caballo del éxito es lo que marcará la personalidad del festival en los próximos años.
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