Dos faenas clásicas y una de gran aroma

Tres clases de entender el toreo dejaron los espadas de turno.

Dávila Miura no quiso saber nada de su primer toro, en el sentido de que no le echó la muleta adelante para ver si de ese modo le corregía los defectos que el toro mostraba dando cabezadas. En su segundo, ahí estuvo más entonado. Las cinco tandas de naturales y derechazos las ejecutó con largueza, con templanza y ligados los pases. Tuvo la virtud de entender muy bien las distancias, cosa que no hizo en su primero. Desarrolló una labor de toreo campero, esto es, con dominio de los terrenos.

El segundo de la tarde fue un toro manso, que no quería recibir un pase. Sin embargo, el quinto fue un buen toro, y Francisco Marco le suministró cinco o seis derechazos largos, mandones, templados, ligados, suaves. En una de las series acabó ahogándole un poco al toro. La única serie por naturales que trazó no estuvo hecha con limpieza. No obstante, los derechazos tuvieron un tono y buen sello artístico y echamos en falta que hubiera insistido con la mano izquierda, para ver si el toro era de tanta calidad como la que atesoraba en su pitón derecho. Nos quedamos sin poderlo saber. Lástima.

Lo más puro de la tarde estuvo en las muñecas de El Cid. Eso fue en su tercero. Daba gusto verle con la muleta adelantada, citando al natural, para darle en esa primera serie tres muletazos, largos, templados y ligados. Otra nueva serie de naturales tuvieron la cualidad de la ligazón. Cuando cambió de mano y toreó por derechazos, también acudió a la suavidad de su mano el ritmo lento, el temple y el arte. Una pena que el toro no tuviera demasiada fuerza. Pero fue un primor ver cómo el diestro buscaba realizar el toreo puro. Y eso es cosa que no se ve todos los días. Hay mucho maestro por ahí que se conforma con ponerse muy artistillas y sin ir a la búsqueda del toreo puro. Mientras los públicos les den las orejas, jamás irán a buscar, y, por ende, jamás encontrarán la verdad del toreo puro. De ahí que el racimo aromático de algunos pases que instrumentó El Cid nos supieran a gloria. Los tres circulares con los que abrochó la faena no tuvieron el empaque del toreo puro; es más, posiblemente le afeó esa búsqueda de pureza. Claro que después de los dos primeros circulares remató con un pase de pecho ajustadísimo. Como ocurre demasiadas veces, la espada es lo que le priva de cortar orejas a muchos toros.