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DAGUERROTIPO | RETRATO DE LA DERECHA ESPAÑOLA

Rodrigo Rato sin corbata

Manuel Vicent

Está preparada España para elegir como presidente del Gobierno a un multimillonario? El genio de este país, forjado históricamente en una filosofía de sardinas en lata, puede encontrar cierta resistencia a la hora de llevar a la cumbre a un plutócrata. A Rodrigo Rato se le nota el dinero en el brillo violáceo de la mandíbula, que es por donde asoma el alma de los ricos de cuna y también en la forma de vestir, siempre con una talla menos, como ciertos caballeros inactuales, ajusticiados por la propia corbata, pero esto sucedía antes de que Rato aceptara los consejos de Zaplana, quien le recomendó a su sastre valenciano y esa fue la primera labor que realizó el ministro de Trabajo al llegar a Madrid, sin saber el servicio que con esto le prestaba a la historia.

Si antiguamente el uniforme o las sagradas vestiduras bastaban para crear por fuera a un general o a un Papa, hoy un terno bien cortado puede evitar que el público vea lo desnudo que es un político por dentro. Rato ha cambiado de traje, aunque no de chaqueta, y tampoco lleva ya aquellas camisas ominosas de rayas y cuello blanco. Ahora viste más flexible, no da la sensación, cualquiera que sea la hora del día, de que acaba de salir siempre de un restaurante de cinco tenedores y esa holgura de sisa le va a ser necesaria para los quiebros políticos que se le avecinan.

Rato ha cambiado de traje, aunque no de chaqueta, y tampoco lleva ya aquellas camisas ominosas de rayas y cuello blanco

Dos clases de derecha

Hay dos clases de derecha: la que lleva la correa por debajo de la barriga y la que usa pantalones de pretina alta, con el cinturón o los tirantes entre las tetillas y el estómago. Una es directa, ruda y expeditiva, siempre dispuesta a poner los genitivos sobre la mesa; otra tiene los gestos un poco clericales, la sonrisa bancaria, gran flexibilidad de muñeca con el puñal y la inteligencia preparada para hacer filigranas, no con las leyes, sino con los reglamentos y la letra pequeña de los contratos. A una se la ve venir, puesto que se arranca de lejos: basta con echarte a un lado para que no te arrolle. A la otra sólo la descubres después de apartar a un barullo de jueces, notarios, curas y abogados, cuando ya no tienes remedio.

Sin duda el sastre valenciano le formularía a Rodrigo Rato la pregunta existencial. "Perdone, ministro, ¿usted de qué parte carga?". Y este ilustre cliente contestaría: "Cargo de la derecha de toda la vida". En efecto, cuando aun vivía aquel gordito de las polainas, Rodrigo Rato era uno de esos jóvenes pilaristas, con abrigo loden, que abrevaban en el café Roma de Serrano, en Madrid, con una mano el güisqui y la otra en el bolsillo rascándose las partes. Pudo haberse quedado allí, como un as de taburete, dedicado a matar marranos, pero recién licenciado en Derecho por la Complutense, partió hacia San Francisco y en la universidad de Berkeley hizo un máster de administración de empresas, pensando sobre todo en las de su familia. Regresó hecho un californiano y en 1979 Manuel Fraga, que estaba a punto de partir el queso de la derecha española de la parte franquista hacia dentro, dejando fuera a los tibios, recibió en el seno de Alianza Popular a este alevín amamantado en la filosofía americana del éxito como dominio económico. El ejemplo de Reagan se le metió hasta lo blando del hueso. Para Rodrigo Rato triunfos siempre son oros.

Desde su posición ha ido colocando a sus incondicionales en los puestos claves, con una mentalidad de consejero delegado de una empresa

Este político pertenece por estirpe a la derecha de pretina alta y suele ser amigable con sus adversarios si no le tocan el trigémino, pero a veces se le baja la correa por debajo de la tripa y entonces le sale ese ramalazo de señorito prepotente, que le hace inhóspito. Realmente a Rodrigo Rato lo que más le gusta es seducir y de hecho dedica mucho esfuerzo a esta labor. Una y otra vez escala su propio cuerpo buscando un diseño definitivo. Nunca queda satisfecho. Tiene profundas convicciones económicas y políticas; habla escueto y cortado; parece estar seguro de todo, pero duda de la imagen que proyecta. Sometido al vaivén de dietas de pomelo o de zanahoria, un día lo verás abotargado y otro con la cara chupada, después habrá vuelto a engordar y al poco tiempo lo imaginarás flagelado con un látigo de acelgas. No hay duda de que Rato se esfuerza por mantenerse joven. Si para eso hay que aligerarse las ojeras con un poco de bisturí, lo hace; si hay que enamorarse de nuevo, se lanza sin medir la distancia; si hay que dar una imagen de felicidad, entonces sonríe chupando la patilla de las gafas con labios de hedonista y uno piensa lo grande que es ser rico, inteligente, respetado, apalancado en medio del poder económico y haber sido el primero en llevar zapatos con dos hebillas y chaqueta de punto con solapa estrecha de cazador para quien siempre es día de batida, aunque sea desde el escaño el banco azul.

Quienes le conocen bien consideran que Rato llega a ser muy divertido entre gente de confianza a la hora del pacharán en cualquier sobremesa. ¿Como puede un político ser ambicioso y a la vez disfrutar de la vida? Esta contradicción sólo es aparente en este hombre cuyo aspecto placentero no le impide dejar la parte más dura del hígado para los negocios. Lo puedes imaginar en plena decadencia del Imperio Romano, echado en un triclinio con el hombro desnudo por fuera de la sábana acariciando una a una las uvas que le ofrece cualquier esclava, pero, de pronto, dejando las uvas para más adelante, ves como se levanta, se inviste con el hierro del pragmatismo americano, coge la cartera y se va a Bruselas convertido en un caballero encorbatado que podrá ser duro, amable o displicente, según vengan los números.

¿Está el país preparado para elegir de presidente a un multimillonario? Y una vez elegido, ¿prescindirá de la tutela de Aznar?

Muchas veces lo que te hace fuerte, te debilita. Rodrigo Rato, desde su posición de ministro de Economía, ha ido colocando a sus incondicionales en los puestos claves, con una mentalidad de consejero delegado de una empresa, que él piensa dirigir si le son favorables los vientos de otoño. Conocer de cerca el vientre de cada tiburón financiero es una ventaja. Haber desarrollado la mente dentro de la música del dinero, moverse entre gente para la cual la riqueza es sólo cuestión de alargar la mano y navegar las finanzas como una forma natural de ser, todo eso puede dar un poder sustancial, pero si eres político corres el peligro de verte dentro de esa almadraba de la que es imposible salir. Rato se libró de Gescartera y de los créditos amabilísimos de algunos amigos banqueros dejándose muchas escamas en esta lonja cruel del pescado, donde las deudas y favores se anotan en las barras de hielo.

Retrato en La Moncloa

Rodrigo Rato es amigo personal de Aznar y ya tiene mérito que no le haya imitado, como otros ministros, en su desabrida forma de hacer política mediante desgañitados insultos contra los adversarios de la izquierda, que el presidente convierte en enemigos personales. En los salones privados de La Moncloa, el retrato de Rodrigo Rato no ha perdido posiciones. Ana Botella tiene fotografías de sus rostros predilectos distribuidas por distintos aparadores, consolas y librerías donde hay establecido un escalafón hecho de avances y retrocesos, según hayan ganado o perdido el afecto de la dama. Algunos amigos financieros caídos en desgracia, que antes lucían su sonrisa dentro del marco de alpaca, han desaparecido, otros han ido a parar detrás de un florero, otros han subido al podio de la mesa más pegada al televisor. Rato ha permanecido siempre en un primer plano en esta competición, pese a sus veleidades con el corazón, que no se acomodan al Concordato.

Rato te destroza la mano cuando te da la suya, pero durante la primera legislatura del Partido Popular, sin mayoría absoluta, este político se fue a Cataluña a pactar con Pujol, mientras en la calle Génova de Madrid aun estaba en el aire el sonido de los insultos a un enano que no hablaba castellano y fue una sorpresa descubrir que este político no era el señorito del colegio del Pilar, que desde el escaño de la oposición había mostrado un talante esquemático, sino un buen corredor de paños que conocía a fondo la esencia de la transacción. Mientras Aznar representa lo más hirsuto de la raza, a Rato le basta el orgullo de si mismo como ente económico. ¿Está el país preparado para elegir de presidente a un multimillonario? Y una vez elegido, ¿prescindirá Rato de la tutela de Aznar y mandará su prepotencia al infierno? Sólo son dos preguntas.

Rodrigo Rato, vicepresidente segundo del Gobierno y ministro de Economía.
Rodrigo Rato, vicepresidente segundo del Gobierno y ministro de Economía.LUIS MAGÁN

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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