AÑOS EN LLAMAS
Como todos los iniciadores de las tumultuosas corrientes vanguardistas de principios del siglo XX, lanzados al placer de experimentar lo nuevo, Vladímir Maiakovski, el poeta ruso, depositó en el futuro su sueño de realización vital y mantuvo un enfrentamiento con el mundo antiguo. Dijo en un poema "yo veo lo que viene tras las montañas del tiempo" y esa expectativa de alcanzar el porvenir hizo arder su vida en la entrega a la poesía, al diseño gráfico, a la publicidad política, al cine, al teatro.
Maiakovski, nacido en el Cáucaso en 1893, de padres rusos, llegó a Moscú a los trece años y pronto abandonó los estudios secundarios para entrar en la Escuela de Pintura y comenzar a escribir poesía. En el clima literario de entonces, 1910, con el agotamiento de la corriente simbolista, aunque mantenida por poetas excepcionales como Blok o Briussov, él entendió que aquélla obedecía a una sensibilidad romántica sobrepasada, que no coincidía con el torrente de acontecimientos y rupturas que se producían en Rusia.
Creó un lenguaje poético de imágenes vigorosas cuyo ritmo lo hacía apropiado para los recitales
Provocador, arrogante, y polemista mordaz, se mandó hacer una camisa amarilla para definirse visualmente como futurista
En la amistad demandaba un afecto ilimitado que debía perdonar sus constantes exigencias
A través de las fronteras poco estrictas de entonces, que permitían un fácil intercambio, llegaba hasta Rusia el oleaje de lo que ocurría en Occidente: el verso de Apollinaire, los cubismos de Gris, Picasso, Braque que anunciaban una óptica distinta de la realidad, las audaces propuestas de Tzara y, más tarde, de Breton y de los diversos manifiestos recibidos con devoción por los hermanos rusos de Moscú y San Petersburgo.
Toda Rusia en aquel tiempo era estremecida por un terremoto social cuyo epicentro fueron dos hechos: el decepcionante fracaso del Ejército ruso en la campaña de Manchuria contra Japón, en 1904, y, al año siguiente, las sublevaciones campesinas que conmovieron al país entero. Todo se desmoronó, el mundo feudal, el zarismo; el espacio artístico quedó abierto a las innovaciones y Maiakovski entró en las polémicas de las corrientes estéticas y de los grupos literarios. Entró con la seguridad de un predestinado para unirse a los cubofuturistas, a los bolcheviques, y apenas con diecisiete años se le cita como una autoridad en la vanguardia. La osadía y la potencialidad de estos movimientos parecen caracterizar su figura: corpulencia atlética, casi dos metros desde los pies a la pesada cabeza de desafiante mandíbula y anchos labios; su voz estentórea que sabía modular con matices que hechizaban al auditorio en sus lecturas públicas.
Provocador, arrogante, polemista mordaz, en una época en que era casi obligatorio el blanco en la camisa de los hombres, Maiakovski se mandó hacer una amarilla que usaba con gran corbata negra y chistera para definirse visualmente como futurista, aun antes de que Marinetti visitara Rusia, cuyo manifiesto, sin duda, ya él habría leído, pues se tradujo en Moscú en 1910, y el lema del italiano, "palabras en libertad", fue su lema.
Creó un lenguaje poético de imágenes vigorosas cuyo ritmo lo hacía apropiado para los recitales. Suscribió con otros poetas el manifiesto Una bofetada al gusto del público, en términos muy radicales que proponían prescindir de los grandes autores clásicos y de su idioma anticuado e introducir en poesía palabras inventadas y populares. Con el propósito de difundir estas ideas viajaron a muchas ciudades rusas anunciando la misión destructora y creadora del futurismo. Y cuando se instauró la Revolución de Octubre, Maiakovski, al igual que otros muchos artistas, aceptó el programa leninista de remodelación industrial y alfabetización.
Comenzó entonces en Rusia un periodo de enorme agitación intelectual en el que los pintores abandonaron el caballete y se dedicaron a trabajar en grandes espacios y a diseñar objetos cotidianos, vestidos, máquinas, edificios, a la búsqueda de nuevas formas. Unos años de consagración de Malevich con sus colores planos y figuras geométricas, que en 1918 hizo la escenografía para la obra de Maiakovski Misterio Bufo. Vladímir Tatlin, con sus fantasías constructivistas, y Chagall y Kandinski con las enseñanzas de una nueva pintura. Liubov Popova, creadora de diseños textiles y de uniformes para los trabajadores. Varvára Stepanova, que dibujó carteles con Maiakovski. Rodchenko, pintor, fotógrafo, proyectista de arquitectura, que colaboró mucho con el poeta y diseñó los decorados de su obra La chinche, que fue dirigida por Meyerhold, en 1929, con música de Shostakovich. Sorprende que un país en llamas arrastrado a una revolución que quería inventar al hombre nuevo, sufriendo la penuria generalizada y el caos social de la guerra civil, produjera, sólo en catorce años, tantas innovaciones en arquitectura, mobiliario, música, cine.
Al cine, como lenguaje universal, dedicaron su atención Eisestein, Pudovkin, Dziga Vertov, iniciando procesos técnicos que pasaron a la historia del cine occidental. Maiakovski, entusiasta espectador, escribió guiones y trabajó con Esther Shub, que fue profesora de la Escuela Estatal de Cine y maestra de Eisestein, una valiosa profesional, hoy casi olvidada, que utilizaba cintas desechadas para sus admirables montajes.
El compromiso político de esta vanguardia llevó a inventar diseños para nuevos tipos de carteles de propaganda, las ventanas
ROSTA; con textos y dibujos de Maiakovski informaban de noticias de los frentes y daban consejos, como hervir el agua en la lucha contra el tifus o ir siempre calzados.
Maiakovski vino a ser portavoz de la dinámica colectiva que desesperadamente intentaba sobrevivir y modernizarse. Incansable, recorría el país, las fábricas, los institutos, para explicar, por ejemplo, la electrificación y recabar la ayuda de los jóvenes. Escribió largos poemas de explícito contenido político, que recitaba de memoria no obstante su extensión, como el titulado 150.000.000 que alude al número de habitantes de Rusia y a sus luchas, u otro poema, muy importante en su biografía, En voz alta, el último que escribió una réplica indignada por la incomprensión y desconfianza de los directivos políticos que no aceptaban las metáforas y los juegos de palabras de su sorprendente inspiración.
El relativo éxito de sus obras teatrales, La chinche y Los baños, los conflictos con el medio literario y desengaños vitales debieron de ser la causa del desaliento profundo que movió un día su mano, armada de un revólver, apuntando -prematuramente, tenía 36 años- al eje del corazón: fue el 14 de marzo de 1930. Tal es la versión que se dio del hecho, pero también podrían coincidir posibles fracasos amorosos. Sin embargo, él mismo había presentido este final en más de una ocasión y revela en un poema: "El corazón aspira al revólver, / el cuello sueña con la navaja".
Quien se entregó a exaltar con optimismo los proyectos revolucionarios y quien se declaraba identificado con los éxitos colectivos, este hombre era el mismo que confesó: "Yo, el demiurgo de todas las fiestas, / no tengo a nadie que me acompañe". Obsesivamente se lavaba las manos, no sólo cuando saludaba a alguien, para lo que llevaba siempre en el bolsillo, según cuenta Iliá Ehrenburg, una cajita con jabón. Bebía el café con una paja para no rozar con los labios la taza y evitar un contagio; le asustaba ver sangre. En la amistad demandaba un afecto ilimitado que debía perdonar sus constantes exigencias. Tampoco en el amor encontraba reposo y la infinidad de aventuras breves con mujeres que fácilmente se le rendían no dejaban un rastro satisfactorio, y los biógrafos han reconocido que una parte de esas conquistas más se debían a su latente rivalidad con otros hombres y a su necesidad de dominar. Solamente la relación sentimental con una mujer del ambiente cultural ruso, Lili Brik -hermana de Elsa Triolet-, fue para él un apoyo, relación que duró bastantes años y que le protegió cuando se acentuaban las críticas a sus ideas futuristas y a su imaginación, tan alejada del estilo del realismo socialista que ya se perfilaba por entonces.
Sujeto al mismo destino del arte europeo con sucesión de ismos de rápida caducidad, llegado a un límite vital marcado por el desgaste del experimentalismo de sus creaciones y, a la par, porque la utopía que éstas defendían iba perdiendo su gran significación mesiánica, su biografía estaba consumada al trasponer su tiempo y pisar el futuro.
Volveremos a encontrar a Vladímir Maiakovski si hacemos nuestras las palabras de la extraordinaria Marina Tsvetaieva, que conoció al poeta, su obra y su siglo: "Sus rápidas piernas han llevado a Maiakovski muy lejos, más allá de nuestra época y aún por mucho tiempo nos esperará en alguna parte".
Propagador cultural
Vladímir Maiakovski, poeta y comediógrafo (Georgia, 1893-Moscú, 1930). Con el triunfo de la revolución rusa se convierte en uno de los grandes propagadores de la cultura del nuevo régimen. Unido al movimiento futurista, algunos de sus primeros poemas como La nube con pantalón (1915) muestran esta influencia. Entre sus poemas más conocidos están Oda a la revolución y Amo. Sus intentos por descubrir nuevas formas de expresión hicieron de él algo más que un poeta revolucionario. No tuvo la misma suerte con sus obras de teatro, La chinche o Hablando a gritos, muy criticadas en su época. Se suicidó el 14 de abril de 1930.
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