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Reportaje:SANTIAGO DE COMPOSTELA | ESPAÑA, UN ESTADO DE ÁNIMO

Santiago, distrito federal

Juan Cruz

La humedad

El 1 de diciembre de 2002 llovía como nunca y 200.000 personas se armaron de paraguas para protestar por la gestión del Gobierno en la catástrofe del 'Prestige'
Carlos G. Reigoso, novelista de Santiago, recuerda un paseo con Líster, santiagués que fue cantero: "Mirando esta piedra, siente uno el orgullo de haber sido cantero"
Santiago tuvo locos gloriosos; el actor Bernal recuerda a Bretón, que tocaba con un bastón en las puertas que tuvieran buen sonido y hacía una música especial
Antón Losada: "El PP ha logrado confundirse con la Xunta, y el hombre del PP es capaz de citar en el mismo discurso a Castelao, a Brañas y a Otero Pedrayo"
D. Villanueva: "Nunca fue una ciudad provinciana, porque jamás fue capital de provincia, así que las dimensiones que funcionan aquí son la aldeana y la cosmopolita"

. Las escalinatas que conducen al monumento a Rosalía en la alameda tienen el tacto de la humedad que la lluvia ha ido dejando en el alma de esta aldea enorme ("la aldea más grande de Europa", dijo Otero Pedrayo), una de cuyas farmacias legendarias vende un perfume que se llama Musgo de Santiago. Antón Losada, profesor de la Universidad de Santiago y coruñés, dice que otros tienen una cortina de humo, pero que Santiago se dotó de una cortina de lluvia para ahuyentar a los visitantes. Manuel Rivas: los de fuera afirman que el buen tiempo es cuando hace sol; el buen tiempo es cuando llueve. La humedad nos conduce por estos jardines que desembocan en la estatua de Valle y en los colorines de la estatua de las dos Marías, aquellas hermanas a las que la gente llamaba Las dos en punto, porque siempre salían a pasear a esa hora, empolvadas de polvo de arroz y vestidas como niñas a cualquier edad de su vida; en el Movimiento les mataron a sus hermanos anarquistas, y ellas enloquecieron, convirtiéndose, como la lluvia, en una leyenda de Santiago. Dice Suso de Toro, el autor de La flecha amarilla y de Trece campanadas, que "a veces cuando llueve, la lluvia no es otra cosa que golpes de mar". En Santiago lo que hay es memoria de la lluvia, incluso cuando el sol cae como ahora. La última que vivió de las Marías (Coralia, la otra se llamaba María), recluida en una residencia de Orzán, la playa coruñesa, señalaba hacia el mar, ya totalmente enloquecida:

-Por ahí se va a Santiago.

Golpe de mar.

El mar está a veinte kilómetros, pero aquí suena como la lluvia, y como la humedad: el 1 de diciembre de 2002 llovía como nunca en Santiago ("Chove en Santiago, meu doce amor", García Lorca enamorado en Santiago), y 200.000 personas se armaron de paraguas para protestar contra la gestión que el Gobierno (el central y el gallego) hizo de la catástrofe del Prestige. Suso de Toro llora aún cuando habla de aquel movimiento, Nunca Máis; las banderas con la leyenda que llenó Santiago siguen en la ciudad; dominan muchas fachadas de casas ilustres. Dice De Toro: "¿Cuál es la esperanza ahora? La esperanza es después de Nunca Máis. Antes estábamos solos frente a Fraga; ahora nadie está solo". Kiko Cadaval, actor, narrador de historias, se encuentra uno de estos días en la plaza del Obradoiro, donde aquel 1 de diciembre se produjo esa manifestación que ahora parece un símbolo de una Galicia distinta, con Rodolfo Martín Villa, e interpela al comisario que vigila la cosa del Prestige: "¿Usted es realmente Martín Villa?". El ex ministro le sonríe desde su miopía; no sabe que Cadaval ha hecho de su ironía un arma gallega. Por la noche nos lleva a ver al grupo Chévere, que dirige Miguel de Lira, en la sala Nasa, teatro alternativo. Un humor sin fronteras; llueven risa y sarcasmo. De Lira imita a Arsenio Iglesias, el que fue entrenador del Depor. Le hace presenciar un singular carrusel: el teatro gallego. El humor corrosivo e inteligente contra las humedades del poder. Valle mira. Le quitan las gafas y se las ponen. El autor de La pipa de kif vino a morir a Santiago; fue recluido en el sanatorio del doctor Baltar en diciembre de 1935, y antes de que empezara la gangrena de la guerra murió allí, en enero de 1936. Se sentaba por las tardes en este bar Derby, un resto arqueológico de la melancolía de la ciudad, como dice Fermín Bouza, santiagués, sociólogo, que vive en Madrid. Le pregunto al camarero por la mesa de Valle y me la señala con la barbilla; debió de haber respondido esa pregunta un millón de veces. Luego me siento en la silla de Valle, con Suso de Toro; me cuenta que el autor de Tirano Banderas comía y comía en su cama de hospital. Un día, el médico descubrió una caja de nécoras debajo de la cama del moribundo.

-¡Don Ramón!

-Ah, nécoras. Crecen en cualquier parte. ¡Es tan húmedo Santiago!

Cuando le iban a enterrar, un paisano levantó la voz para decir un discurso, y la lluvia lo empujó a la tumba.

Vacas en el Obradoiro

. Galicia, como Santiago, está llena de nombres: de escritores, de artistas, de futbolistas. De nombres. Esta calle se llama Tránsito de los Gramáticos, y dicen que es la síntesis de Santiago: por ella iban los universitarios (los gramáticos) camino de la universidad, y allí está la Universidad vieja, una mole de piedra, piedra siempre en Santiago. Y esta que cruzamos ahora se llama Rúa da Rapa da Folla, la calle en la que cortaban la hoja, que alude a algún trabajo agrícola. Pues Santiago, dicen todos, fue una aldea, y lo sigue, y es tan aldea que el corresponsal de EL PAÍS en la ciudad, Xosé Andrés Vázquez Hermida, refiere esta definición que oyó una vez en una pregunta que le hicieron en A Coruña: "¿Qué? ¿Siguen ahí las vacas pastando en el Obradoiro?". Los nombres: Rosalía de Castro fue la única escritora grande que nació en Santiago, Valle murió aquí, y Gonzalo Torrente Ballester fue el escritor que más escribió sobre Santiago. Su viuda, Fernanda, nos ha citado al lado de su fundación, y luego nos lleva a la casa (el que fue hotel Suizo) en el que en años diferentes (Torrente, en 1940) vivieron don Gonzalo y don Ernesto Hemingway. "Ferrol me dio la vida; Santiago me dio la cultura", decía el autor de Compostela y su ángel, cuyo libro nos guía. Xosé Luis Bernal, actor gallego, creador de un personaje santiagués inolvidable, Farruco, nos acompaña en la excursión por el centro de Santiago, con Fernanda. Ésta dice: "Esta calle, por ejemplo, es como que estuviéramos en el siglo XIX". Hasta que se oye el ruido de una tragaperras.

"Santiago es rara".

Dice Suso de Toro: "Quien habla mal de Santiago o es de A Coruña o es de Santiago". Muy pocos son de Santiago, y muchos le dan caña a la ciudad. La quieren mucho. En la librería Follas Novas me encuentro con un economista que fue diputado, Xoan López Facal. Es también ingeniero. Le escucho. "Santiago es rara. No existe un compostelanismo, existe un coruñesismo, existe un galleguismo, hay identidad en Lugo... Pero Santiago no existe como una identidad. Aquí todos los gallegos se sienten cómodos. Hasta la autonomía, en 1982, ésta fue la única universidad que tuvo Galicia, aquí nació la mitología de la Casa de la Troya con una mentalidad de ciudad abierta... Fíjate", me dice López Facal, "Santiago nunca fue una ciudad industrial, pero fue la ciudad industrial más importante en curtidos: y aquí hubo importantes combates: contra la masonería, contra el krausismo... Ahora", añade, "la Iglesia está muda, no tiene intelectualidad".

Indiferencia

. Desde que es capital de las instituciones de la autonomía (y, desde 2002, capital de la comunidad autónoma), Santiago no sólo recibe más de 30.000 estudiantes de fuera, que amplifican su población habitual de 90.000 habitantes, sino que soporta un alto porcentaje de funcionarios.

Todo eso la ha hecho indiferente a los honores que conlleva su función institucional. Xerardo Estévez, que fue alcalde desde 1981 hasta 1995, e hizo una labor que la gente reverencia, cuenta que, cuando se consiguió para la ciudad su estatuto de capitalidad regional frente a otras apetencias (¡A Coruña, siempre A Coruña!), esperaba que la gente estuviera en manifestación de júbilo frente al palacio de Gelmírez: ni un alma. Sin embargo, cuando años más tarde el Compos subió a Segunda A, el mismo alcalde, que no es futbolero, vio una concentración enorme, ante la que sólo acertó a decir tres palabras que se constituyeron en una profecía: "¡Ahora, a primera!". Subieron al año siguiente, y esa profecía por poco le lleva a los altares.

Siempre A Coruña

. Cuenta López Facal una anécdota que presenció el año pasado. Un tendero santiagués vende recuerdos de la ciudad. Él se le acerca:

-¿Qué? ¿Muchos turistas?

-Vienen bastante.

-Vendrán también a A Coruña, para ver la Torre de Hércules.

-¡La Torre de Hércules! ¡Si la hicieron con piedras sobrantes de la catedral de Santiago!

José Luis Colmeiro, librero de Follas Novas, cuenta algo que le contaron. Una chica francesa le preguntó hace años: "¿Dónde estudias?". "En Coruña". "¿Y eso qué es?". "Cerca de Santiago de Compostela". "¡Ah, Santiago!", exclamó la chica.

El librero propone: "Santiago se distingue por ser de todas partes; somos de Santiago aunque naciéramos en distintos sitios. Así que Santiago, no perteneciendo a ninguna provincia, debería ser distrito federal. Ah que suena bonito, Santiago Distrito Federal".

Escuchemos a Colmeiro: "Es una ciudad muy polimorfa, muy rara, no se puede atrapar. Y te atrapa".

Carlos G. Reigosa, novelista de Santiago, recuerda un paseo con Líster, santiagués que fue cantero: "Mirando esta piedra, siente uno el orgullo de haber sido cantero".

Locos gloriosos

. Santiago tuvo locos gloriosos; el actor Xosé Luis Bernal Farruco recuerda a algunos, como Bretón, que tocaba con un bastón en las puertas que tuvieran buen sonido y hacía una música especial; Urbano Lugris, el muralista que pintaba para beber, y para vivir... El propio Bernal es un personaje esencial del Santiago que él añora. Él dice que el que fue legendario cardenal Quiroga Palacios, un Juan XXIII de la España bajo Franco, le salvó de ser juzgado por un consejo de guerra mientras hacía el cuartel universitario. Le escribió una carta, le contó su caso y se despidió de él como "la oveja descarriada de su rebaño". El cardenal le respondió enseguida y le sacó del calabozo. Bernal fue a agradecérselo al palacio episcopal. Años después, el ilustre sacerdote tan querido en Compostela murió de un cáncer de próstata que había ocultado. El llanto fue general en Santiago, y Bernal se acercó al entierro. Esperó que escampara de autoridades y fue a depositar unas flores silvestres sobre la tumba. Observó que a su lado había un viejo enjuto y lloroso, que enseguida recibió la pregunta de Bernal. "A mí me salvó de un consejo de guerra". El viejo era un republicano que durante años recibió del cardenal 500 pesetas. Los dos lloraron. "Usted le quería mucho". Bernal dice que el viejo exclamó, y su expresión sonó en la catedral como una jaculatoria: "¿Qué si le quería? ¡Me cago en Dios!". Así que los dos se despidieron del cardenal, cada uno a su modo.

"¡Adiós, padrino", exclamó Bernal.

"¡Adiós, industria!", gritó el republicano.

Un coloquio

. Nos juntamos con cuatro santiagueses en el restaurante Carretas, a hablar de Santiago. Antón Losada habla del estado de ánimo de Santiago, abriendo el coloquio: "Santiago es una ciudad a la espera. En 1981, cuando vine a estudiar Derecho, era triste y gris. Mejoró, y ahora está en un impasse. Ya no es la única ciudad universitaria de Galicia. Ahora se busca. ¿Cómo? Por el sistema de prueba y error". Sobre el estado de ánimo general, después de la reciente contienda electoral, Losada tiene esta sentencia futbolística: "Galicia vive con la sensación de haber perdido en la prórroga un partido que parecía ganado. Esperemos que pase el verano". Pedro de Llano, arquitecto, profesor de la Universidad de A Coruña, coruñés que vive en Santiago, tiene esta primera imagen de la ciudad: "Mi recuerdo es el de una hilera interminable de seminaristas, una verbena en la que unos gaiteiros tocan la yenka. "Nos dicen", exclama Suso de Toro, 'qué rústicos sois'. Qué cojones, somos la ciudad más avanzada de Europa". "Qué va", le replica Pedro, "Santiago es hoy una ciudad que retrocedió en el tiempo. Es un reflejo de la sociedad y del Estado". Pedro hace este recuento: "En los ochenta tuvimos una actividad muy dinámica; en los noventa, eso desapareció, y en el ámbito cultural, eso se vio con la actitud de la Xunta, y de sus directores generales, que impidieron que prosperara la aventura cosmopolita del Centro Galego de Arte Contemporáneo, destituyendo a su directora, Gloria Moure. Ahora no hay cultura, sino poder". Cadaval: "Santiago es una ciudad muy decorativa". Losada: "El PP ha logrado confundirse con la Xunta, y el hombre del PP es capaz de citar en el mismo discurso a Castelao, a Brañas y a Otero Pedrayo, regionalistas y nacionalistas en el mismo saco". De Llano prosigue con su idea del parón cultural: "Entonces, a principios de los noventa, te encontrabas en Santiago a grandes artistas de todo el mundo. Los directores generales no lo pudieron soportar y convencieron a Fraga para que se cargara a Moure". "Fraga dijo una vez, alabando la labor del museo, que gracias a lo que se hacía aquí el Frankfurter Allgemeine Zeitung sacó a Santiago en primera sin que fuera por un asesinato", subraya Pedro. Todos están de acuerdo que cuando surge Nunca Máis vuelve "un resplandor a Santiago". La fecha del renacimiento: el 1 de diciembre de 2002, el día de los paraguas, "cuando Rivas lee tres veces el manifiesto de la plataforma, ¡y tú no sabes lo que llovía, y aquello lleno de gente! ¡Hubo hasta motín en el peaje de los que querían llegar a Santiago! ¡Más de 200.000 personas, el 10% del censo!". ¿Y eso viene sólo del Prestige? "No", responde Cadaval, "es como cuando alguien te va insultando mucho y acabas harto y le das una hostia. Pues eso ocurrió, el Prestige tocó el punto K de esta sociedad. Fueron tres meses que parecían la transición política".

Una vinculación telúrica

. El catedrático Darío Villanueva me ve en el casino. Fue rector de la Universidad entre 1994 y 2002. Sus primeras palabras tienen que ver con lo que acabo de escuchar. "Lo del Prestige fue un shock, porque esta ciudad tiene una vinculación telúrica con la costa, con el mar". "Nunca fue una ciudad provinciana, porque jamás fue capital de provincia, así que las dimensiones que funcionan aquí son la aldeana y la cosmopolita. Siempre he identificado Santiago con el título de McLuhan: La aldea global. Santiago es el punto final de un camino, el finisterre, y es la suma de dos o tres aldeas. Es medieval y por tanto posmoderna. Vive en sí misma, pero también vive en la pomada. Aquí se hablan todas las lenguas. De cada tres compostelanos, uno es un universitario. Aquí hay una universidad pétrea y, como decía Valle en La lámpara maravillosa, 'inmovilizada en el éxtasis de los siglos', en donde, sin embargo, bulle una juventud que siempre es la misma".

Xerardo

. Él se resiste a hablar. Prefiere que lo hagan otros. Es Xerardo Estévez, el alcalde de la democracia en Santiago. Lo fue desde 1985 hasta 1995. Está orgulloso de que el nombre de su ciudad sea tan conocido en el mundo; lo repiten como propio doscientas ciudades latinoamericanas, lo exhiben cien en México. "El peregrino que viene hoy construye Europa". Para cambiar Santiago, él contó con el apoyo del Rey, de González y de Fraga. ¿Qué falta por venir?, le pregunto, y él responde con las dos únicas palabras que quisiera que yo cite como suyas en este reportaje: "Memoria y sueño".

Esta serie está dedicada a Feliciano Fidalgo, periodista. Este capítulo no podía haberse hecho sin la colaboración de Suso de Toro y Xosé Hermida.

De izquierda a derecha, el profesor Antón Losada, el actor Quico Cadaval, el escritor Suso de Toro y el arquitecto Pedro de Llano.
De izquierda a derecha, el profesor Antón Losada, el actor Quico Cadaval, el escritor Suso de Toro y el arquitecto Pedro de Llano.LALO L. VILLAR

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