Del cielo al suelo
El Oviedo ha pasado en dos años de jugarse la permanencia en Primera frente al Madrid al riesgo de la desaparición tras su descenso a Tercera
El 10 de junio de 2001, 30.000 aficionados se apretujaban en el Nuevo Tartiere dispuestos a celebrar la permanencia por 13ª temporada consecutiva del Oviedo en Primera, récord histórico de un club que preparaba los actos de su 75º aniversario. El Oviedo venía de dar la campanada en el Camp Nou y todo el mundo daba por hecha la victoria frente a un Madrid ya campeón. Pero el Madrid empató y a la semana siguiente, tras perder en Mallorca y verse perjudicado por otros resultados, el Oviedo descendió a Segunda. Apenas dos años después está en Tercera y con serios problemas de supervivencia.
En sólo tres temporadas, el Oviedo ha descendido dos veces por razones deportivas y una, el pasado viernes, administrativamente, por las denuncias por impago de sus jugadores. Ha sido un desplome sin precedentes en el fútbol español, pero no tan extraño para los que conocen de cerca la situación de la entidad. Desde su conversión en sociedad anónima, pero sobre todo en los últimos años, el Oviedo se ha convertido en un campo de batalla entre sus propietarios y el alcalde de la ciudad, el popular Gabino de Lorenzo. Todos querían manejar el juguete y han acabado rompiéndolo.
Ya hace un año, cuando la deuda reconocida superaba los 30 millones de euros, De Lorenzo dio por liquidado el Oviedo y propuso su refundación a partir de un club de Tercera, el Astur. La ayuda in extremis del Gobierno del Principado, en manos del PSOE, permitió al Oviedo pagar a los jugadores y seguir en Segunda, pero con una descapitalización de la plantilla tan grande que quedó abocado al descenso deportivo.
El hombre que se atrevió a afrontar esa misión imposible, el profesor universitario Manuel Lafuente, se fue quedando sin fuerzas, tiroteado desde todos los frentes: el Ayuntamiento lo vinculó al anterior máximo accionista, el abogado Celso González, que le había cedido el control por un euro; los jugadores y empleados, que le reprochaban falta de capacidad para los compromisos económicos; y hasta los aficionados, desencantados con un equipo hundido.
Ante la evidencia del descenso a Segunda B y una fallida ampliación de capital, Lafuente se puso en manos del Ayuntamiento, del que arrancó el apoyo para un plan de salvación que se basaba en el éxito de una suspensión de pagos. Ese éxito pasaba por la cesión a los acreedores de los derechos de traspaso de los pocos futbolistas con valor en el mercado, por lo que era clave permanecer en Segunda B.
Esa premisa no ha podido cumplirse, pese a que el sindicato de futbolistas concedió una moratoria de 24 horas respecto al plazo para satisfacer las deudas. Con la colaboración de los interventores judiciales que vigilan el proceso de suspensión de pagos, a media tarde del viernes se llegó a un acuerdo, que también contaba con el visto bueno de la AFE. Los jugadores aceptaban cobrar a través de un aval mancomunado por 14 personas, encabezadas por ex consejeros. Cuando todo estaba preparado para la firma, el abogado de varios futbolistas, Ignacio Buylla, consideró que la operación no ofrecía suficientes garantías y exigió otro tipo de aval, imposible de tramitar en el plazo establecido, según el club. Los jugadores dieron por rotas las negociaciones y se marcharon del lugar de la reunión escuchando reproches y algunos insultos de aficionados.
Algunos de esos hinchas eran tan jóvenes que probablemente no habían podido asistir al partido en el viejo Tartiere frente al Génova en septiembre de 1991, en la primera y única participación del Oviedo en la Copa UEFA. Entonces Irureta estaba en el banquillo y la alineación estaba salpicada de nombres tan ilustres como Lacatus, Carlos, Jerkan, Berto, Gracan o Bango. Hoy, en el mejor de los casos, quedará en manos de unos chavales que cargarán con el peso de 77 años de historia.
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