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Columna
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Plaga

Se nos rompió la luz de tanto usarla, dicen, y mi amigo Antonio López Cuenca dijo que así por lo menos veíamos las estrellas: 300.000 personas estábamos sin luz. Lo normal es ver poco las estrellas, pero vivimos días de acontecimientos extraordinarios, casi de plaga bíblica. En Huelva registraron la mayor temperatura de la historia, 43 grados y medio. Vecinos de Écija, como si presenciaran un prodigio celeste, proclamaron haber padecido 50 grados a las dos de la madrugada. Los meteorólogos juzgan anormal este clima de agosto, y el Mediterráneo se calienta monstruosamente y nos azotarán lluvias torrenciales si de repente sopla una ola de viento frío.

Lo más feliz de la plaga es el aire acondicionado, que una vez fue parte de la industria del encantamiento, cuando los cines refrigerados olían a piscina y polo de menta y zumbaban como un submarino de Julio Verne. Marsha Ackermann ha escrito Cool Comfort: America's Romance with Air-Conditionating (Bienestar frío: el romance de Estados Unidos con el aire acondicionado), donde cuenta cómo lo que primero fue una rareza o un signo de lujo personal acabó transformándose en necesidad, en derecho del pueblo. Tiene el aire acondicionado su faceta política, incluso marcó el carácter o el destino de algún emperador del mundo: el presidente Nixon exigía en agosto habitaciones con clima invernal: que hubiera que encender la chimenea. Jimmy Carter se hundió rápido, sustituido por Reagan: prohibió enfriar artificialmente el aire en dependencias del Estado por debajo de los 26 grados y medio. Se ganó el desprecio de los funcionarios públicos. Perdió la presidencia.

Al aire acondicionado no lo mueve sólo el hedonismo: es un estímulo para la diligencia laboral. ¡Nos permite seguir trabajando contentos a 40 grados! Aunque los acondicionadores de aire son feos, parásitos agarrados a los muros de las casas, taladrándolos, goteantes, lanzando a las calles vaharadas de aire espeso, dan una apariencia de prosperidad desmentida por la realidad de nuestra red de alta tensión. Según los altos ejecutivos del monopolio eléctrico, el apagón del jueves fue provocado por "la venta masiva de aparatos de aire acondicionado, especialmente japoneses, los más baratos". La invasión japonesa y barata de acondicionadores de aire se ha unido, contra nosotros, a la plaga de calor, a la amenaza de tormentas torrenciales.

Los acondicionadores de aire enfrían los despachos desde donde se teje la batalla municipal de Marbella. Oí y vi al alcalde Julián Muñoz en la televisión: "Si se desatan los caballos, esto puede no tener freno". (Esta gente es muy amiga de los caballos.) Y, refiriéndose a Gil, añadió, torciendo la boca y enseñando la dentadura, en un gesto feroz, depredador, instintivo: "Si quiere guerra, yo puedo morir, pero me lo llevo por delante". Yo pensé entonces en un hombre muy delicado, el americano Wallace Stevens, abogado y vicepresidente de una compañía de seguros, uno de los más grandes poetas del pasado siglo, que dejó anotado en uno de sus más delicados cuadernos: "La política es la lucha por la existencia".

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