_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Anorexia: causa o efecto

Leí días pasados en EL PAÍS el resumen de un informe de la profesora de la Complutense, Silvia Tubert. La anorexia, asegura esta experta, no es una enfermedad, sino un síntoma. Vino a verme un padre confundido y angustiado y tuve que sacarle de su error: no soy médico y me guardaré muy mucho de jugar a tal. Pensé luego que los expertos en ciertas cosas deberían ponerse de acuerdo con el fin de no sembrar alarmas en uno u otro sector de la sociedad. Personas anoréxicas, en general chicas cada vez más jóvenes, son causa de gran sufrimiento para sí mismas y para unos padres que ni siquiera saben a qué atenerse. La profesora Tubert remató la faena: "...el 90% de afectadas son mujeres porque detrás está el ideal de belleza que impone la sociedad". Reduccionismo que a mi visitante, padre de adolescente anoréxica, llenó de culpa (no había sabido educar) y a la vez de alivio, pues ahora toda la familia, de consuno, dirigiría a la víctima un incesante fuego graneado con el fin de arrasar de su conciencia este factor social. No soy médico -le insistí al padre- pero infórmese usted bien, no vaya a ser que agraven ustedes lo que pretenden sanar. Se despidió mohíno, más dolido y confuso que antes.

Como la anorexia produce delgadez extrema, pero no es enfermedad, sino síntoma, "engordar a los pacientes es secundario y supone taponar el problema". Uno creía que el síntoma (el efecto) puede en ocasiones constituirse en causa y ser causa más letal que la originaria. Puede que una persona, sometida a experimento científico, se quede en los huesos pero sin daño irreversible para su organismo. Vitaminas, minerales, aminoácidos y mínimo consumo energético. Admito que no conozco el dato, pero a falta de más información, no me parece inverosímil. Lo que sabemos todos es que la delgadez de la anoréxica no es un fenómeno controlado y que, por lo tanto, de prolongarse cierto tiempo puede dejar secuelas irreversibles de distinta gravedad. La desnutrición, ¿no es a la vez efecto y causa? Pero valga: no es enfermedad sino síntoma, así no lo entienda Zeus. Pero síntoma de qué. ¿De una disfunción metabólica? Eso, ¿no es una enfermedad? Todo fallo de adaptación al medio lo es, si bien podría aducirse, audazmente, que en casos de genialidad el fallo es el medio, incapaz de adaptarse al individuo genial.

Síntoma de qué. ¿De un error genético cuya traducción es un más o menos profundo trastorno mental? Estamos conscientes de que la enfermedad (y su frontera con la salud) ha sido objeto de muchos estudios disciplinares e interdisciplinares. Con todo, de una persona con el síndrome de Down decimos que sufre una enfermedad. Pero incluso aquí la ciencia parece contradecirse. "El criminal es un enfermo", dice el humanismo social y científico. Sin embargo, psiquiatras certifican la culpabilidad de un psicópata, pues éste conoce y distingue perfectamente entre el bien y el mal; sabe que matar es delito, pero está desprovisto de todo sentimiento de culpa, de solidaridad, de afecto, de compasión y de remordimiento. Pero esta absoluta carencia afectiva, ¿puede achacarse únicamente a un déficit de socialización o es producto, también, en proporción indeterminada, de un fracaso genético? Si la respuesta es afirmativa, ¿por qué se castiga incluso con la muerte a un ser enfermo?

No estoy perdiendo el hilo. La chica anoréxica, dice Tubert, no es una enferma sino, simplemente, una víctima "del ideal de belleza que impone la sociedad". Un mero factor socioambiental, no una disfunción orgánica ni un trastorno mental de origen genético. Puesto así, la anorexia no es una enfermedad, sino que podemos etiquetar a la víctima de "personalidad desorganizada", según lenguaje de las ciencias sociales. Así por ejemplo, en unas sociedades el tipo predominante es el apolíneo (cooperativo, sobrio, laborioso), mientras en otras sobresale la personalidad dionisiaca, o sea, la competitiva, individualista, hedonista y pasional. Distinción que le debemos a la antropóloga Ruth Benedict. Muy conocida y citada todavía es la disección de Davir Riesmann en su libro The Lonely Crowd. Unas sociedades son tradition-directed, otras, inner-directed y unas terceras, other-directed. La chica anoréxica (y en mucho menos porcentaje el chico) sería un producto anómalo de este tercer tipo de sociedad, o sea, la dirigida por fuerzas externas al individuo. Una sociedad manipulada, consumista, industrial, fuertemente organizada; lo que requiere un gran aparato propagandístico que fomenta, entre otras cosas que engordan el mercado, el culto al cuerpo. Mientras estos rasgos se mantengan dentro de ciertos límites, habrá individuos que no se amolden al patrón (en este tipo de sociedad y en todos los demás), lo que es asumible. Se les llama "personas desorganizadas" y el mundo sigue andando. Pero lo malo surge cuando hay individuos que no son rebeldes por repulsión a los estándares generalmente aceptados, sino todo lo contrario. Quisieran poseer todos los rasgos exaltados por este tipo de sociedad. Si la chica es feucha, o no tan escultural y hermosa como los modelos exhibidos por la propaganda, puede suceder de todo, pero nada bueno. Un estado de "profunda insatisfacción" con el mundo y una pérdida de autoestima, son rasgos que definirían este tipo, este ejemplar desorganizado que abunda bastante como sabemos por experiencia. Sin embargo, no todos estos casos caen en la neurosis o en la psicosis ni acaban en suicidio... o en la anorexia; pues de lo contrario sería un horror el mero caminar por la calle. Para que esto ocurra, para que se produzcan bajas sobre todo entre la población juvenil, no suele bastar con la presión social, contrariamente a lo que afirma la profesora de la Complutense Silvia Tubert. El paso de la simple (aunque dolorosa) desorganización personal, a la psicosis, al suicidio o a la anorexia, lo da una minoría que no se distingue especialmente en nada de los demás... ¿salvo en un fallo genético? ¿De cuántas anoréxicas hemos leído que se ven gordas contra toda evidencia? ¿Genética? ¿Psicología al margen del sistema?

La presión social causa descontento, insatisfacción, infelicidad, autodesprecio, pero no suicidios y anorexias. Ahí hay algún factor añadido. No hay que desconcertar a los padres y deudos más de lo que ya están.

Manuel Lloris es doctor en Filosofía y Letras.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_