La santa fe
En ¿Qué quiere decir pensar?, Heidegger lanza su célebre anatema: "La ciencia no piensa", cuidando de no herir las susceptibilidades de los científicos pero -eso sí- con todas las letras, desde una serena (y autorizada) superioridad especulativa sobre ellos. ¡Cuán atinada parece esa sentencia heideggeriana tras leer estas "cápsulas" de Mario Bunge, el metodólogo que más cabalmente identifica el llamado "pensamiento científico"!
Es verdad que una compilación de artículos publicados en periódicos por encargo de la agencia Efe y por propia iniciativa del autor, no son el mejor elemento de juicio para valorar las ideas del conocido metodólogo argentino radicado en Canadá; pero, en compensación, un libro de miscelánea, sin el engañoso camuflaje que tejen las fórmulas abstractas y las expresiones áridas acompañadas de la típica parafernalia lógico-analítica de los metodólogos, tiene la virtud de revelar el riquísimo surtido de prejuicios, arbitrariedades, fobias y envidias que suele animar sus espíritus; el mismo que -dicho sea de paso- comparten con el resto de los mortales, sean o no neopositivistas. A los metodólogos no se les ve que profesen una ideología, de modo que bienvenido sea este vademécum cientificista del más ortodoxo de los positivistas lógicos para desenmascararla.
CÁPSULAS
Mario Bunge
Gedisa. Barcelona, 2003
255 páginas. 14,90 euros
Para la filosofía, la ideología
neopositivista presenta tres rasgos exasperantes: primero, la prepotencia con que sus representantes conspicuos esgrimen la etiqueta "Ciencia" -sólo falta que le pongan mayúsculas- para blindar con una suerte de "denominación de origen", como los vinos pretenciosos, sus teorías. Por otro lado, esa forma característica de defender ciencia -como si hubiese una siniestra conspiración urdida para desacreditarla- y de hablar de ella como un sucedáneo de la Santa Fe. Y, por último, la virulencia con que practican el auto-de-fe permanente con todo discurso que no se atenga al puñado de dogmas que animan sus escritos y sus investigaciones: monismo natural, realismo epistemológico, reduccionismo recalcitrante, y la obligación de que a cada enunciado le corresponda un estado del mundo, es decir, un Hecho. Pero no los hechos-interpretaciones de Nietzsche, ni siquiera las sobrias "proposiciones" de Wittgenstein, sino ese factum ramplón, la Cosa probada, verificable, cuantificable, tangible y repetida que se supone estudian los científicos en sus laboratorios. Y que todo cuanto podamos decir de los Hechos sea "¡de peus a terra!", como se dice en Cataluña.
Piensen ustedes cuántas cosas hay en el mundo que no cumplen con este requisito y sabrán la envergadura de lo que queda proscrito por la ideología neopositivista. Toda fantasía, ensoñación, disonancia conceptual o terminológica, toda metáfora, juego, símbolo o paradoja en filosofía, todo lo que no sea metodológicamente "científico" o que sea sospechoso de ficción, es perseguido de forma implacable por esta especie de Inquisición renacida.
Fiel a su Santa Fe, Bunge
descarga los consabidos denuestos inquisitoriales contra sus enemigos en el gremio, los relativistas Kuhn y Feyerabend; y fuera de la llamada "filosofía de la ciencia", contra idealistas, psicoanalistas, hermeneutas y deconstructivistas, que son condenados al infierno junto con todo lo que huela a posmoderno. Sella multitud de alianzas significativas, entre otras con Merton, con la psicología cognitiva y con la farmacopea psicotrópica, propuesta como remedio para curar todos los males espirituales. Toma distancia respecto de liberales y socialistas en política y economía, y convoca en apoyo de sus razones y prejuicios a innumerables científicos, si son premio Nobel, mejor. Y no se priva de darle un repaso a su mentor académico, José Luis Romero, por idealista, a Eva Perón y al mismísimo Popper, porque tuvo la osadía de declararse racionalista, pero -qué lástima- crítico.
Cápsulas es un libro fascinante, por lo que tiene de visceral; y estupendo, por lo desfachatado. Sin preámbulos, resume en 250 páginas, con trazos breves y en estilo sanchopancesco, lo que "piensa" la metodología de la ciencia acerca de casi todo. Cuando logra ser irónico, recuerda a A. J. Ayer (quien también al llegar a la vejez se puso muy intolerante). Pero lo que más -como cualquier inquisidor- da es un poco de miedo.
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