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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Ms. Graves en Deià

En aquel sitio la noche, desde el mar, llega deprisa y, después de ser retenida por las montañas del Teix, resbala espesamente sobre las casas del pueblo. El gran torrente, ruidoso y amenazador en el invierno, determinó la disposición de los habitáculos humanos. A mediados del siglo pasado la trama del pueblo era aún ligera y dispersa, transversal a la empinada cuesta. Allí, en Deià (Mallorca) pasó su infancia y adolescencia Lucía Graves. Hace poco, justo antes del cambio de siglo, en 1999, Ms. Graves ha contado por escrito y con una conmovedora sobriedad los aspectos de mayor significado público de aquella infancia, sobrevenidamente mallorquina, a partir de 1946, cuando su familia inglesa se trasladó a la isla. El título del libro A woman unknown, traducido como Una dona desconeguda (Edicions Proa, Barcelona, 2000), tiene probablemente más sentidos que el del escueto anuncio de la revelación, en este caso lenta, de una identidad. En rigor, no fue revelación alguna, sino la progresiva adquisición de una personalidad cultural y nacional, la británica, a partir de posibilidades alternativas que los demás niños y niñas mallorquines no tuvimos nunca. El libro, justamente, narra el viscoso proceso de selectivo deslinde que hace la protagonista para acabar, razonablemente, prefiriendo ser inglesa a mallorquina y española. El reencuentro, en 1996, con esta última descartada posibilidad en una conocida clínica oftalmológica en Barcelona, asistiendo a su madre, quizá esconda por debajo de su frialdad narrativa una metáfora audaz de toda la peripecia de su vida. En el capítulo noveno -La clase de traducción, que ya transcurre en Oxford- la opción inglesa de la protagonista parece estar ya decantada. Sin embargo, habrán de pasar unos 20 años y serios episodios personales, entre los cuales figura como principal pero discretamente aludido un matrimonio por amor con un catalán, para que la opción se haga efectiva e irreversible, como la victoria final de un doble interior benevolente, de un manso Mr. Hyde. El relato de esta elección de personalidad me ha parecido fascinante. La experiencia de crecer y ser educado por los "nacionales" vencedores en colegios religiosos está contada con el distanciamiento suficiente para generar la percepción adecuada de la rutina de estupidez y horror que fue todo aquello.

Lucía Graves narra el proceso de deslinde que hace la protagonista para acabar prefiriendo ser inglesa a mallorquina y española

No conozco mejor relato de la vida colegial en la Palma de la década de 1950 que éste. Los itinerarios de autobús de niñas, por nosotros espiados, la vida de los internos y medio pensionistas, la crueldad de los directores espirituales, el modesto porte de las monjas o el olor indescifrable pero repulsivo de los curas, el temor ansioso a que tu nombre fuera dicho, y los pisos pequeños, mal iluminados, el calor de las cocinas, los extraños vecinos, todo es reconocible y proporcionado. Lucía Graves pudo, finalmente, si no abolir este pasado, por lo menos hacer posible que no fuera el antecedente singular, único, irrenunciable de su vida posterior, lo cual debe ser de no poco alivio. Para mí y otros muchos como yo no hay todavía más opción que estar conectados a aquel dolor, a aquel daño persistente.

Manifiestamente, Lucía Graves escribe una versión de su vida para ingleses que no reconocerán de inmediato ni el contexto ni el sentido de los episodios narrados. El original inglés lleva como subtítulo Voices from a Spanish life, desaparecido en la traducción catalana. En efecto, la protagonista sitúa correctamente su vida en la inequívoca posguerra española y dentro de la narración imponente e idiota que de ella se nos daba. No se trata de asumir una pluralidad de identidades mallorquina o española. Era lo que había. Lo que sí es plural, casi coral, del texto de Graves son las voces, algunas singularmente emocionantes.

Al principio, las noticias para ingleses y explicaciones de historia de España y Cataluña me parecieron simplificaciones excesivas y, algunas, simples sumarios deformados. Yo no estoy; sin embargo, tan grande es mi riguroso prejuicio profesional, en disposición de evaluar si en su conjunto la información historiográfica de Graves era pertinente o de suficiente calidad. Yo, claro, no hubiera hecho la misma selección ni hubiera utilizado la perspectiva de convencional seguridad que ella usó. Ahora pienso que el resumen de Graves queda muy por encima de lo que sería capaz de transmitir la mayoría de novelistas del país.

Que fuera para ingleses obligó a la autora a buscar equivalentes léxicos comprensibles, aproximados, a los términos catalanes de su experiencia mallorquina, que, sin duda, le bailaban vivamente en la cabeza. La traductora, Marta Pesarrodona, no se da cuenta de que se trata de equivalencias y traduce pésimamente. Pondré sólo unos ejemplos de la página 52 del texto inglés. El pot donde se amasa la sobrasada es un ribell, no una palangana. Las sausages son, por supuesto, las sobrasadas y no las botifarres. Y un poco antes las green wooden gates of our home no son les reixes de fusta verda sino las persianes verdes. Al principio del delicioso Cuento del pescador, las parras, convertidas en viñas por la traductora, verán sus hojas, antes verdes, sobre los patios transformadas en branquillons marrons entortolligats. De repente el catalán suena a torpe redoble de tambor.

En Mujer desconocida la autora permite que se la espíe en las condiciones por ella impuestas. Yo fui seducido por el tránsito, por el rebrote de personalidad, por la larga y, quizá, llena de pena, abolición de un pasado que de lejos yo había compartido. Debo confesar ahora que una vez, hace ya mucho tiempo, espié a Lucía Graves. Fue una noche de finales de agosto, en Deià. Recuerdo las luces amarillas movidas por el viento en la terraza de un bar y la vibrante expectación engañosa de que la noche iba a deparar sorpresas. Una mujer joven, de larga cabellera rubia, pasaba entre las mesas girando su tronco y sus caderas, con los brazos encogidos a la altura de los pechos para esquivar las mesas y las sillas. Recuerdo la mirada reluciente, de ávida felicidad. Alguien a mi lado, al ver mi admiración, me susurró: "Es Lucía Graves y va con un batería de jazz catalán". Instantes después lo vi a él, de vago parecido a Sal Mineo. Lo que podría haber pasado por una historia simple de joven inglesa que conoce en verano a mediterráneo grácil, resultó ser, como suele ocurrir, más complicada. Ahora he conocido a la mujer desconocida. Fuimos durante muchos años compatriotas a la fuerza. Ella finalmente pudo escaparse, tenía adónde ir. Yo y muchos otros, no. Buena suerte, Graves.

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