Memoria de Irak
Cuando busco en la memoria el primer herido de la última guerra contra Irak que pueda recordar, me encuentro el día 20 de marzo (el mismo día en que comenzó la guerra), en el hospital Universitario Al Yarmouk, de Bagdad, con una mujer joven, muy guapa, de hermosos ojos grandes y negros, hechos más grandes y más negros por el terror que se veía en ellos, sentada encima de la cama sosteniendo a su hijita de 14 meses en el regazo.
Ella tenía muy dañados un brazo y una mano, vendados; la niña tenía la espaldita afectada, cubierta por una gasa, tenía fiebre y lloraba desazonada.
La mujer estaba en su casa, alimentando a su hijita, cuando fueron sorprendidas por las esquirlas que se incrustaron en su cuerpo y por el terrible ruido de una bomba que los aliados (del demonio) lanzaron, sin ningún pudor, muy cerca de ellas, interrumpiendo brutalmente un acto tan elemental y tan sagrado como es dar de mamar a un hijo, y cambiando la leche por metralla.
En Basora he visto a las mujeres en idéntica posición en los hospitales: sentadas encima de la cama con sus hijos en el regazo. Durante doce años la única medicina para los niños iraquíes enfermos de leucemia y de tumores nunca vistos ha sido el regazo de sus madres, meciéndoles con un movimiento pausado y monótono, acompañándoles en ese terrible camino de dolor y sufrimiento que les lleva a la muerte.
Ésa es la herencia que aquella "coalición internacional" dejó durante la guerra del Golfo del 91, en la que sembró Irak de contaminación con uranio empobrecido. El embargo, decretado por los mismos, hizo el resto. Así, en 12 años han muerto más de un millón y medio de iraquíes, la mayor parte de ellos niños. Ésos también son muertos de la guerra del 91, hay que contarles como tales, y todos ellos son de cargo de la coalición.
Los muertos iraquíes de esta nueva y otra vez brutal intervención de 2003 no están todavía contados. Las guerras imperialistas actuales son de largo alcance, de largas consecuencias. No hay que perderles la pista, habrá que estar muy atentos al recuento, cuando vayamos sabiendo, además, qué nuevas armas y venenos han utilizado, sumado al uranio empobrecido que se sigue usando; qué nuevas enfermedades y trastornos genéticos nos procuran estos profesionales del expolio.
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