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Reportaje:FÚTBOL | El nuevo proyecto del Barça

El holandés más italiano

Frank Rijkaard es lo opuesto a dos grandes ególatras como Johan Cruyff y Louis van Gaal

Era una noche de primavera en Barcelona, en 1989, y Frank Rijkaard acababa de ganar su primera Copa de Europa. El Milan había machacado al Steaua de Bucarest por 4 a 0 y después del encuentro, el propietario del Milan, Silvio Berlusconi, había hecho entrada en el salón donde se festejaba el título en medio de una ovación. Berlusconi iba de mesa en mesa, con su amplia sonrisa, y a su paso todo el mundo se levantaba para estrecharle la mano.

Pero al dirigirse envanecido hacia la mesa de sus tres grandes jugadores holandeses, su sonrisa se esfumó. Según recuerda Rijkaard, Marco van Basten siguió comiendo, Ruud Gullit siguió hablando y todos se quedaron sentados. A Rijkaard le supo mal por il Cavaliere. Así que, girando su silla hacia el presidente, se medio levantó y le dio la mano. La sonrisa de Berlusconi reapareció.

Como seleccionador cambió el pantalón blanco por el negro, porque el negro irradia poder
Quizá no sea un gran entrenador, pero es un gran hombre; es demócrata y sabe escuchar
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"Adoro el gol, pero no me obsesiona"

Ésta es una típica historia de Rijkaard: un bonito apunte de diversos personajes, cada uno de ellos orgulloso e inalterable; en la sociedad de ególatras que es el fútbol profesional, él es el único psicólogo. Rijkaard es lo opuesto a esos dos grandes ególatras, Louis van Gaal y Johan Cruyff. Ni siquiera es un entrenador particularmente holandés. Si está preparado para entrenar al Barcelona o no es otro asunto.

Ante todo, un aviso: puede que a los aficionados del Barcelona Rijkaard les parezca aburrido. Es una impresión errónea. Sus ruedas de prensa transmiten un tedio tranquilizador, como si fuera un maestro de primaria o un asistente social; sin embargo, cuando está entre amigos es uno de los hombres más divertidos, sociables e inteligentes que hay en el fútbol. (Escupirle a Rudi Völler en el Mundial de 1990 -la escena de Rijkaard que todo el mundo recuerda- fue una anomalía total y absoluta.)

Cuando habla te toca el hombro, aprieta tu mano, bromea contigo. Casi todas sus conversaciones son sobre otras personas. Se supone que en el fútbol profesional no hay amigos, sólo colegas, y sin embargo, sus antiguos compañeros de equipo hablan de Rijkaard con un cierto cariño. Atiende a la gente cuando le reclaman por cuestiones emocionales, les ve en tres dimensiones, les permite desplegar sus egos a placer. Los futbolistas no están acostumbrados a eso. Puede resultar confuso. "Es un tipo muy extraño. Cuesta entender cómo es en realidad", admite Clarence Seedorf, que jugó con Rijkaard en el Ajax y bajo su batuta en la selección de Holanda.

Siendo un hombre que respeta a los otros, y a los otros países, Rijkaard no viene a Barcelona a predicar el puro fútbol holandés, como ciertos entrenadores que podría nombrar. En otro tiempo él mismo fue un puro futbolista holandés: listo, encantador, pero sin mordiente. En 1984, el entrenador del Ajax, Aad de Mos, dijo: "Uno no ganará la guerra con chicos como Vanenburg y Rijkaard". El verano siguiente, el Ajax intentó endosar a Rijkaard al Groningen, un pequeño club del norte, pero este equipo dijo no, gracias.

Las palabras de De Mos le habían marcado. En 2000, cuando era entrenador de Holanda, Rijkaard rememoró cuál fue entonces su reacción: "Me miré al espejo y pensé: 'Sí, el fútbol trata de algo. No es sólo un juego para divertirse'. A partir de ese momento empecé a luchar, a tomar decisiones por mí mismo, y después de cada partido podía mirarme al espejo y decir: 'Para bien o para mal, hice lo que pude".

Siempre ha conservado sus dotes como holandés, ese enfoque lógico cruyffiano que bebió de niño en Amsterdam en los años setenta. Pero jugando con el Milan también se doctoró en el arte de la defensa, tan despreciado por Cruyff y Van Gaal. Los defensores holandeses, me contó Rijkaard, tienden a "mirar al balón y decidir hacia dónde irá. En ocho de cada diez ocasiones, si lo interceptas, resulta maravilloso. '¡Qué visión!', dice la gente. Pero en las otras dos ocasiones el balón te gana la espalda y es un error de marcaje". El secreto, decidió, era pegarse al hombre que uno estaba marcando y no preocuparse demasiado del balón. "Porque un balón, por sí mismo, nunca ha marcado un gol".

Como entrenador de Holanda, de 1998 a 2000, hizo al fútbol holandés más italiano. Mandó cambiar el color de los pantalones de blanco a negro, declarando que "el negro irradia más poder. Blanco: limpio, pulcro y atractivo, o sea, fútbol atractivo. El negro te lanza frente a la pelota en el último segundo y evitas el gol". Rijkaard creó, en efecto, un equipo más en la línea de los pantalones negros, con una defensa tan fuerte como el ataque, pero tuvo que abandonar la Eurocopa 2000 en las semifinales al perder en los penaltis ante Italia.

Un año después todavía se preguntaba si las tres sustituciones en ese encuentro habían sido las correctas. También pensaba que quizás el equipo holandés necesitaba un dictador como entrenador, en lugar de un demócrata como él. (La razón por la cual Van Gaal y Rijkaard se van sucediendo el uno al otro es que son caracteres opuestos: cuando estás cansado de uno, escoges al otro.)

Al parecer, entre la gente que duda de los registros de Rijkaard como entrenador se encuentra el propio Rijkaard. De hecho, en la mayoría de ocasiones en que dirigió a Holanda sólo se trataba de partidos amistosos que los jugadores parecían tomarse como reuniones de alumnos que culminaban en un partidillo. Llegaron a estar 16 meses sin ganar, lo que le convirtió en el entrenador con menos éxito del país desde 1951. La Eurocopa 2000 fue tan sólo un éxito parcial. Luego descendió de categoría con el Sparta de Rotterdam, equipo cuyos jugadores tenían problemas para pasar el balón a más de diez metros.

Aun así, sería un error juzgarlo por su pasado. A diferencia de ciertos entrenadores que podría nombrar, Rijkaard aprende de su experiencia, y de las otras personas. Lo demostró como jugador. "Él es de los que escuchan", dice De Mos, que ahora entrena en Arabia Saudí. "Henk ten Cate, su ayudante, que tiene experiencia, será una gran influencia".

A veces, ser humano en lugar de un dictador es una gran ayuda. Rijkaard puede trabajar con cualquiera. Una vez le oí hablar de un internacional holandés, un hombre difícil, que actuaba como un monstruo en los entrenamientos, ganando cada balón, pero que cuando salía al campo parecía adormilado y apático. Rijkaard se dio cuenta de que el jugador sufría "agresividad negativa": luchaba en los entrenamientos porque estaba enfadado con sus compañeros de equipo y con el entrenador, pero no estaba preparado para los partidos porque el adversario no le interesaba. Después de que Rijkaard contara esto, otro antiguo internacional holandés comentó: "¿Pero para qué sirve alguien así? No puedes tenerle en tu equipo". Y Rijkaard replicó que cualquier entrenador puede trabajar con el jugador ideal, pero el reto consistía en obtener lo mejor de la gente disfuncional. En este aspecto triunfó.

No estoy diciendo que vaya a hacer al Barcelona campeón. Pero estoy seguro de que el día en que se vaya, todo el mundo le respetará. A diferencia de ciertas personas que podría nombrar, nunca culpará a los otros en público, ni dará un mal nombre a su club, o a su país comportándose como un misionero holandés del siglo XIX entre salvajes. Quizás Rijkaard no sea un gran entrenador, pero como mínimo es un gran hombre.

Simon Kuper es periodista holandés.

Frank Rijkaard.
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