Gala la rusa
El 15 de abril de 1930 un diario malagueño anunciaba que Salvador Dalí, "el gran pintor catalán", estaba pasando una temporada en Torremolinos, entonces una pequeña aldea de pescadores, sin apenas turistas. Lo que no recogió el rotativo era que acompañaba a Dalí una llamativa rusa, esposa del poeta francés Paul Éluard, que gustaba de bañarse desnuda en La Carihuela -donde había instalado a los amantes su anfitrión, el poeta José María Hinojosa- y de pasearse entre los ribereños con los pechos al aire. A José Luis Cano, que tenía entonces 18 años, le impresionaron no sólo los senos de Gala, "muy morenos y puntiagudos", sino sus ojos, que fulguraban "como si quisiesen quemar todo lo que miraban". Gala gustaba de besar y acariciar en público, algo inaudito en la España de entonces, si bien normal en París, y las procesiones de la Semana Santa malagueña no la iban a hacer desistir. Dalí, orgulloso de tener una pareja tan deslumbrante y tan ardorosa, respondía como podía -su timidez era proverbial entre sus amigos-, y durante uno de los desfiles le espetó un ciudadano ofendido que "esperara" hasta volver a la Villa y Corte (sede de todos los pecados nacionales). Manuel Altolaguirre evocó años después aquellos interminables arrumacos y el desenfado en el vestir de los amantes, a quienes los chiquillos tomaban por "moros" y pedían, en inglés, peniques.
Tras sus cinco semanas en Málaga, Dalí y Gala volvieron a Francia vía Madrid, donde los filmó, en la terraza de La Gaceta Literaria, el incansable Ernesto Giménez Caballero, que ya viraba hacia el fascismo. Si la estancia malagueña no se alude en Gala, la recién estrenada película de Silvia Munt, sí recoge unos segundos de aquella secuencia cinematográfica de incalculable valor histórico en la cual, radiante y seductora como nunca, Gala envía a la cámara -o al cámara- un descarado beso que da toda la medida de su irresistible poderío erótico.
El admirable y enjundioso documental de Silvia Munt llama la atención, en primer lugar, por la seriedad de la investigación previa. Se puede discrepar con la decisión de incluir los comentarios sobre Gala del equipo de rodaje, a veces un poco pesados, pero el elenco de conocidos y estudiosos de la Musa es impresionante. Ya habíamos visto a la encantadora transexual Amanda Lear pero, que yo sepa, es la primera vez que William Rothlein y Jeff Fenholt (estrella de Jesus Christ Superstar) hablan públicamente de su relación amorosa con Gala. Hay que admirar la decisión de Munt de dejarnos oírles en inglés, así como a Antoni Pitxot en catalán y a los franceses en francés, recurriendo a subtítulos en vez de ceder a la sempiterna tentación de doblar. La voz de Fenholt es espléndida, y emociona la ternura con la cual evoca su idilio con una mujer que le llevaba décadas. En cuanto a Rothlein, que algunos creíamos muerto de sobredosis allá por los años sesenta, negaba hace poco haber sido amante de Gala pero ante la cámara de Silvia Munt se sincera. Impresionante. Todavía no sabemos quién fue Gala, pero esta película ayuda a ver más claro en el enigma. Y además entretiene mucho. Por favor, no se la pierdan ustedes.
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