Simeones del agua
La guerra sucia, los golpes y codazos entre rivales, caracteriza las pruebas de aguas abiertas, donde también hay que luchar contra las olas y las medusas
Mirando a la zona acotada para el Mundial ubicada en el Portal de la Pau, ante el monumento de Colón, donde La Rambla desemboca en las aguas del puerto, se observa a algunos deportistas que no cesan de restregarse hielo por las cejas y los pómulos. El calor aprieta al mediodía y la primera impresión invita a sospechar que se refrescan. Razonamiento erróneo. Los nadadores se aplican cubitos de hielo a los hematomas que se les aprecia después de una gran refriega en la final de los cinco kilómetros en aguas abiertas.
"Se pegan mucho en el agua", advierte Luís Rodríguez, el responsable español de la especialidad. Y Rodríguez cuenta el porqué de los codazos, patadas y, presumiblemente, juego sucio que hay bajo el agua. Una lucha que, ayer, en la prueba más corta (las largas son las de 10 y 25 kilómetros), dura alrededor de una hora. "Nada que ver con la piscina", comenta. "En el mar abierto no hay corcheras, ni carriles. El nadador se roza, se toca y hasta se pega con los competidores constantemente tratando de buscar la mejor posición para enfilar el camino más corto. Y ahí es cuando el grupo se pelea con codazos y patadas para coger el puesto de cabeza y evitar, así, los golpes de los rivales". "El líder de la carrera evita de esta manera los golpes, esa guerra en el agua y, al mismo tiempo, reduce la fatiga y gana tiempo", prosigue Rodríguez. "Pero la clave es ir en el grupo de delante, a rebufo. Es como en el ciclismo. Si te despegas y vas solo, estas muerto".
Mientras Rodríguez se explica, hasta cuatro nadadores de diferentes países reclaman el milagroso hielo para sus golpeados pómulos, marcados por las gafas de agua.
Pese a una imagen violenta, los maratonianos del agua están acostumbrados a un deporte tan joven como vigoroso. Los protagonistas explican que cada entrenamiento es un suplicio. Cuentan que acaban con el cuerpo dolorido, después de vaciarse físicamente por nadar contra las olas, esquivar las plagas de medusas con las que suelen encontrarse y golpearse cuando nadan en grupo. Y para erradicar el juego sucio, la federación ha establecido unas normas con jueces, tarjetas amarillas y rojas. Ayer, en la final femenina, una canadiense y otra australiana fueron descalificadas por excederse en los golpes.
Las primeras medallas que se repartieron en el mundial fueron especialmente caras, incluso para la italiana Viola Valli, de 32 años, que revalidó el título logrado en Fukukoa. Su veteranía en el combate acuático fue un grado. Valli fue siempre en cabeza del grupo de doce nadadoras que se disputaron la victoria y ganó al sprint a la checa Jana Pechanova y a la alemana Britta Kamrau. Y meritorio fue el sexto puesto de la española Yurema Requena, a sus 19 años. Xenia López, la segunda participante española, fue décima.
"Ha sido durísimo", contó Yurema, exultante. "La clave fue salir y llegar a tope. Así son los cinco kilómetros. Un sprint permanente, sin avituallamiento". Todo vale en la larga distancia. Incluso las nadadoras como Yurema visten bañadores especiales, imitación de piel de tiburón, "que no cogen agua, resbala y flota más", al margen de la vaselina que se untan por el cuerpo.
La prueba masculina fue un calco de la femenina. Trece nadadores agrupados en cabeza y victoria para el ruso Evgueni Kchkarov. La plata fue para el alemán Christian Hein y bronce para el ruso Vladimir Diattchine. El italiano Marco Formentini, cuarto, reclamó hora y cuarto sin éxito. Los españoles Moisés Negrón (22º) y Jordi Jou (27º de 33 participantes) acabaron decepcionados. "´Ha sido muy duro", apostilló Jou. "Hubo de todo. Golpes, patadas. Es el encanto del mar abierto"
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