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Reportaje:

La samba más combativa

Patricia Ortega Dolz

Los domingos por la tarde, la estación de tren de Majadahonda (60.000 habitantes) vibra a ritmo de samba. En el aparcamiento, decenas de jóvenes tocan con mazas enormes tambores (surdos) y timbales, baquetean cajas y repeniques, golpean ago-gos y tamborines y palmean panderetas. Todos los instrumentos clásicos de la samba suenan allí entre las 17.00 y las 20.00 desde hace meses y marcan el paso de los viajeros, que incluso se detienen a mover un poco el esqueleto. Hasta que llega la Policía Local y les echa.

El grupo se llama Samba da Rua (samba de la calle). Su fama proviene de su notable participación en actos reivindicativos multitudinarios como las manifestaciones contra la última Ley Orgánica de Universidades (LOU), contra la guerra de Irak, contra el desalojo del centro social okupa Laboratorio de Lavapiés, en la Marcha del Orgullo Gay de Madrid y en favor de movimientos antiglobalización. Aquellas protestas les dieron a conocer y hoy, con sólo dos años de vida, ya pueden presumir de haber tocado ante cientos de miles de personas y de haber participado en festivales y fiestas de municipios de toda España. Se trata de una veintena de jóvenes, y 30 más esporádicos, que han encontrado en la estación de tren de Majadahonda, situada a 18 kilómetros de la capital, su peculiar local de ensayo.

20 jóvenes hacen vibrar la estación de tren de Majadahonda con ritmos brasileños y piden así un local de ensayo

"No nos han dado otra alternativa, porque no nos dan ningún sitio para ensayar, pese a haber mandado varias instancias al Ayuntamiento y numerosos correos electrónicos a las concejalías competentes. Pensamos que éste era un sitio suficientemente apartado para no molestar a nadie y, por lo menos, teníamos acceso a los servicios de la estación (baños, agua, etcétera)", explica Felipe Martínez-Vara de Rey, licenciado en Políticas y director de la orquesta. "Incluso, como nos decían que nos echaban por las protestas de los vecinos, hablamos con ellos y firmaron un escrito en el que proponíamos alternativas como que nos abrieran algún colegio o polideportivo, que nos dejasen algún espacio municipal para tocar unas horas a la semana. No ha habido respuesta, y aquí estamos, porque creemos que no tenemos por qué irnos de nuestro pueblo para poder tocar", explica mostrando el talante reivindicativo del grupo.

No en vano la historia del grupo comenzó con una protesta en contra del modelo oficial de fiestas en Majadahonda. Era septiembre de 2001 y una asociación cultural consiguió movilizar a grupos de jóvenes de todo el municipio para que se unieran en un "contrapasacalles", es decir, para que realizaran un pasacalles alternativo que chocase, en su recorrido, con el oficial. Y allí aparecieron, instrumento en mano, Felipe Martínez-Vara de Rey, Pablo Gómez, Aquilino Pérez, Juan Romero, José Chacón y hasta 15 jóvenes majariegos, de esos que pasaban largas tardes en los parques del pueblo creando ritmos musicales entre cervezas y kalimotxos.

Aquel "contrapasacalles" se tornó así en una protesta muy musical y sirvió para poner en contacto a una serie de jóvenes cuyos ritmos brasileños no son ya sólo música, sino auténticas reivindicaciones sociales.

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Su perfil: "Estudiantes de entre 18 y 24 años, amantes de la percusión y con preocupaciones por el mundo que nos rodea", dicen.

Ninguno de ellos tiene conocimientos musicales oficiales: "Aquí casi nadie sabe leer un pentagrama ni ha estudiado solfeo en su vida", dice Aquilino Pérez. Sin embargo, dos de ellos habían realizado cursos de samba en el extranjero, en Tolousse y en Londres. "Y por eso montamos el grupo en clave de samba. Primero empezamos con los instrumentos que teníamos, principalmente africanos: darbukas y djembés, y después, nos hemos ido haciendo con los instrumentos clásicos de la samba. De hecho, el otro día recogimos en Barajas un cargamento que habíamos comprado a una empresa brasileña. Ha sido nuestro mayor desembolso hasta ahora: ¡2.000 euros! Todavía tenemos la sonrisa en la cara; para nosotros es como si hubiesen venido lo Reyes Magos", dice Felipe, mientras desembala parte de los instrumentos en el mismo aparcamiento de la estación.

Según ellos, el hecho de no tener una preparación musical oficial podría desprestigiarles como percusionistas, pero "ha sido fundamental a la hora de formar el grupo, porque ha permitido que todo tipo de gente se sume y aprendamos unos de otros". "Ya somos 25 músicos fijos y casi el doble inscritos. Todo un ejército", dicen.

Y así se anuncian: "¡Cierren todos las ventanas antes de que el maldito ruido derribe el muro invisible y se apodere de nosotros! Curioso ejército éste, repleto de soldados desarmados. No son muchos, ni pocos, pero sí suficientes y han desafiado al silencio... Su ruido, (para dar voz al débil, color al invisible y espacio al olvidado), acaba de tomar las calles".

Se demandan talleres populares

"Seguro que aburres a tus amigas haciendo ruiditos con los nudillos cuando estáis en la cafetería. No... eres de esas que no pueden tener quietos los pies en clase, y se pasan todo el día tum-tum-tum debajo de la mesa o..., no, no, ¡Claro! Tu familia no te aguanta porque aderezas las comidas con soniditos insistentes de tenedores chocando contra los vasos... Pues has nacido para ser una estrella. Y nosotros te vamos a ayudar a lograrlo...".

Éste es el espíritu de Samba da Rua, reflejado en su página de Internet (www.sambadarua.org). No es sólo un grupo de percusión, ni sólo un modo hacer reivindicaciones sociales. Es también una escuela.

"Organizamos talleres en los que tratamos de que la gente aprenda ritmos. Es una bonita forma de trabajar en común viviendo los resultados", cuenta Felipe Martínez-Vara de Rey,director de la orquesta.

Algo que empezó como una forma de divertirse e integrar y animar a gente de su entorno, ha pasado a ser demandado por quienes les contratan. "Ya hay municipios de Madrid en los que nos han pedido que, además de tocar, hagamos un taller", dicen.

El caché de Samba da Rua, que rechaza los escenarios propiamente dichos en pro de tocar a la altura del público para intensificar la interacción colectiva, ha ido creciendo, pero sigue dependiendo del tipo de actuaciones: "Jamás cobramos cuando se trata de participar para defender alguna causa que compartimos. Sólo lo hacemos cuando quien nos contrata va a sacar algún beneficio personal con nosotros. Entonces, el precio va de los 600 a los 900 euros. Todo lo que sacamos es de todos los que estamos, ni los instrumentos tienen dueño: autoorganización, autofinanciación y autogestión", señalan.

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Sobre la firma

Patricia Ortega Dolz
Es reportera de EL PAÍS desde 2001, especializada en Interior (Seguridad, Sucesos y Terrorismo). Ha desarrollado su carrera en este diario en distintas secciones: Local, Nacional, Domingo, o Revista, cultivando principalmente el género del Reportaje, ahora también audiovisual. Ha vivido en Nueva York y Shanghai y es autora de "Madrid en 20 vinos".

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