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Columna
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Esa lengua

Madrid sigue embriagado con la lasciva lengua de los Rolling y la ciudad se hace lenguas sobre los barrocos lametones que florecen por doquier al amparo de las fiestas del Orgullo Gay (¿quién ha dicho que el hombre es un bípedo implume?). Ante tan gozosa exhibición lingual, a doña María Teresa Sáez, la tránsfuga lacónica, le comió la lengua el gato o alguien le ha dicho que no abra la boca. Silencio de la cordera parapetada tras muros de hormigón y ladrillos, mucho ladrillo. He aquí una perfecta tertuliana, no muy especulativa, cierto, pero sí gran especuladora, del tamaño de Tamayo.

Al margen de otras consideraciones, esa señora es un enigma de película. Tiene un algo de Lana Turner vallecana metida hasta el tuétano en una intriga de grúas y excavadoras. Mucha gente se pregunta qué hay detrás de ese rostro impávido, de esa cara más dura que el cemento armado, de esas gafas de motorista. A falta de datos cotidianos sobre su vida y milagros inmobiliarios, el personal se enfanga en todo tipo de especulaciones acerca de esta misteriosa dama. Algunos opinan que la engañaron, que es la tonta útil de toda la trama. Otros son más sutiles y recuerdan que en boca cerrada no entran moscas, lo cual no obsta para que tenga que tragarse sapos y culebras cada vez que aparece por el Parlamento regional y le escupen céntimos a la cara. En fin, tampoco faltan los que sugieren que es ella la madre del cordero de todo el asunto, y que el otro no es más que su portavoz. Es decir, que sería la Lana Turner fría y sinuosa que se hace pasar por muda para que otros se ensucien. Pero ella es quien corta el bacalao. Qué sabemos.

También se comenta mucho a qué puede dedicar el tiempo libre una hembra tan misteriosa. La mayoría coincide en suponer que esa señora carece de ratos de ocio: todo su tiempo libre es seguro que lo emplea en ponerse y quitarse pelucas, cambiar el maquillaje, probarse más gafas, rodearse de guardaespaldas y espiar tras los visillos de su casa. Lo dicho, Lana Turner. El caso es que la tránsfuga lacónica parecía una señora muy casera, pero salió revoltosa.

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