¿Izquierda?
"¿Se puede hoy ser de izquierdas?", me preguntaba hace poco un buen amigo. Y le hubiera dicho inmediatamente: "No seas anticuado", si no hubiera sido porque él se anticipó: "Ahora no me digas que la izquierda no existe. ¿Quieres un ejemplo? Somos todos aquellos a los que no nos parece bien que un directivo de una empresa gane en España al menos 29 veces más que sus empleados. Nada si le comparamos con esos ejecutivos de Estados Unidos que, con sus opciones sobre acciones, ganan 350 veces más que los trabajadores de sus empresas. Pero Estados Unidos es ahora el modelo de la derecha que nos gobierna aquí mismo, ¿no? Hasta la Unión Europea avala ese modelo".
Para confirmar estos los datos, mi amigo me enseñó una tabla del último informe del World Watch Institute (publicada por el Centre Unesco de Cataluña). Curiosamente, el país con menores diferencias salariales entre directivos y empleados es Suiza, donde los primeros ganan sólo 12 veces más que los segundos. "¿Quieres más argumentos? La izquierda", prosiguió, "no desea que nuestros hijos se eduquen cada año con 40.000 anuncios de televisión como sucede en EE UU. La mitad de estos anuncios promocionan comida basura que destroza la salud de estas nuevas generaciones y que, a la vez, es el gran negocio de unos individuos de contratos blindados cuya obsesión por los beneficios debería ser objeto de tratamiento psiquiátrico".
Tuve ganas de replicarle que la comida basura hace felices a bastantes niños y adultos, pero me abstuve porque hubiera tenido que recurrir a argumentos tan sofisticados aunque veraces como los que utiliza Vicente Verdú en su excelente y reciente libro El estilo del mundo (Anagrama). Mi amigo piensa aún que el capitalismo clásico sigue siendo algo real y no de ficción como describe, con distancia -¿ficticia?-, Verdú. Sin haber aclarado nada, como suele suceder con lo que afecta a valores o costumbres, dejamos la discusión sobre la izquierda que había empezado, igual que casi todo estos días, con el lío de Madrid. Por cierto, mi amigo, como una mayoría de los interlocutores con los que me encuentro estos días, puso a caldo tanto a los populares como a los socialistas madrileños. Y llegó a añadir, acalorado, algo que muchos piensan, nadie confiesa y las encuestas ignoran: "La izquierda, la de verdad, está fuera del sistema". Ojo: mi amigo no es un desinhibido mozalbete, sino un señor de 50 años, muy democrático, con un trabajo estable en una respetable empresa privada.
La pregunta insidiosa -¿se puede ser de izquierdas?- me ha perseguido últimamente en otras conversaciones y lecturas. Me he visto impulsada a pensar si ser de izquierdas es posible gracias al señor Simancas, pero también a la reacción de la señora Aguirre, gracias a esa pesadilla madrileña o a las innumerables pesadillas del Próximo Oriente, Irak, Berlusconi, Bush y también tras a esa vuelta de la religión a los colegios españoles.
La gran pregunta, quizá, sea otra: ¿quién quiere hoy ser de izquierdas? Pero eso nos podría llevar a la incómoda conclusión de que sólo la derecha se proclama de izquierda; es decir, que hay unos tipos poderosos e imbatibles que son ambas cosas a la vez. Tipos que, como Dios, son todo: gobierno y oposición. Por ejemplo defienden los derechos humanos, pero al mismo tiempo los destrozan. Una doble -o triple- personalidad verdaderamente espectacular. Con lo cual, a los individuos de izquierda de verdad sólo puede reconocérseles: uno, por el enorme estrés acumulado en el esfuerzo de seguir siendo izquierda en medio de esa marea, y dos, por la tristeza, indisimulable, ante el estado del mundo. ¿Desean contrastar estas ideas? Basta con que mañana sigan el llamado debate del estado de la nación. Es fácil predecir: nada habrá más aleccionador sobre dónde estamos ahora mismo y en manos de quién estamos. Todo real.
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